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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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don<strong>de</strong> la señora se <strong>de</strong>tuvo; recoge con mucho cuidado las flores que han podido caer <strong>de</strong> su ramillete y las<br />

conserva mucho tiempo prendidas a su mísero sombrero.<br />

—Y no me habíais dicho nada <strong>de</strong> esas locuras —observó la duquesa casi en tono <strong>de</strong> reproche.<br />

—Temíamos que la señora dijera algo al ministro Mosca. ¡El pobre Ferrante es tan buen muchacho!<br />

No ha hecho nunca mal a nadie, y porque ama a nuestro Napoleón le han con<strong>de</strong>nado a muerte.<br />

<strong>La</strong> duquesa no dijo una palabra <strong>de</strong> este encuentro al ministro, y como <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía cuatro años era el<br />

primer secreto que le guardaba, diez veces se vio obligada a interrumpirse en medio <strong>de</strong> una frase. Volvió<br />

a Sacca con oro, pero Ferrante no apareció. Pasados quince días, Ferrante, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberla seguido<br />

durante algún tiempo por los bosques a cien pasos <strong>de</strong> distancia, surgió ante ella con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l azor y<br />

se precipitó a sus pies como la primera vez.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> estaba hace quince días?<br />

—En la montaña, más allá <strong>de</strong> Novi, para robar a unos arrieros que volvían <strong>de</strong> Milán <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r aceite.<br />

—Acepte esta escarcela.<br />

Ferrante la abrió, tomó un cequí, lo besó, lo guardó en el pecho y le <strong>de</strong>volvió la escarcela.<br />

—¡Me <strong>de</strong>vuelve esta bolsa y roba!<br />

—Naturalmente, ésta es mi institución: no <strong>de</strong>bo poseer nunca más <strong>de</strong> cien francos; ahora la madre <strong>de</strong><br />

mis hijos tiene ochenta y yo veinticinco; luego <strong>de</strong>bo cinco francos, y si me ahorcaran en este momento<br />

sentiría remordimientos. He tomado ese cequí porque viene <strong>de</strong> usted y la amo.<br />

<strong>La</strong> entonación <strong>de</strong> estas sencillas palabras fue perfecta. «Está realmente enamorado», se dijo la<br />

duquesa.<br />

Aquel día tenía una expresión completamente extraviada. Dijo que en <strong>Parma</strong> le <strong>de</strong>bían seiscientos<br />

francos y que con esta cantidad repararía la choza en la que sus pobres hijitos se acatarraban.<br />

—Yo le a<strong>de</strong>lantaré esos seiscientos francos —ofreció la duquesa muy conmovida.<br />

—Pero siendo yo, un hombre público, ¿no me calumniará el partido contrario diciendo que me he<br />

vendido al enemigo?<br />

<strong>La</strong> duquesa, emocionada, le ofreció un escondite en <strong>Parma</strong> si quería jurarle que, por el momento, no<br />

ejercería su magistratura en esta ciudad y, sobre todo, no ejecutaría ninguna <strong>de</strong> las sentencias <strong>de</strong> muerte<br />

que <strong>de</strong>cía tener in petto.<br />

—Y si me ahorcan por mi impru<strong>de</strong>ncia —opuso gravemente Ferrante—, todos esos miserables, tan<br />

nocivos al pueblo, vivirán largos años, ¿y <strong>de</strong> quién sería la culpa? ¿Qué me dirá mi padre al recibirme en<br />

las alturas?<br />

<strong>La</strong> duquesa le habló mucho <strong>de</strong> sus chiquillos, que podían contraer por la humedad enfermeda<strong>de</strong>s<br />

mortales; acabó por aceptar el ofrecimiento <strong>de</strong> un escondite en <strong>Parma</strong>.<br />

El duque Sanseverina había enseñado a la duquesa, el único medio día que pasara en <strong>Parma</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

casamiento, un escondite muy singular que existe en la esquina meridional <strong>de</strong>l castillo <strong>de</strong> tal nombre. El<br />

muro <strong>de</strong> la fachada, que data <strong>de</strong> la Edad Media, tiene ocho pies <strong>de</strong> espesor; en su interior hay un hueco <strong>de</strong><br />

ocho pies <strong>de</strong> altura y sólo dos <strong>de</strong> ancho. Pegado a este escondite se admira el gran <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> agua<br />

citado en todos los viajes, famosa obra <strong>de</strong>l siglo XII practicada durante el sitio <strong>de</strong> <strong>Parma</strong> por el<br />

emperador Segismundo, y que más tar<strong>de</strong> fue incluido en el recinto <strong>de</strong>l castillo Sanseverina.<br />

Se entra en el escondite poniendo en movimiento una enorme piedra que gira sobre un eje <strong>de</strong> hierro<br />

colocado hacia el centro <strong>de</strong>l bloque. <strong>La</strong> duquesa estaba tan profundamente interesada por la locura <strong>de</strong>

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