La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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uena acción que hacer.<br />
¿No es una buena acción intentar hacer justicia a un hombre <strong>de</strong> un talento inmenso que sólo lo tendrá a<br />
los ojos <strong>de</strong> unos cuantos seres privilegiados, y a quien la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as quita esa inmediata<br />
pero pasajera popularidad que buscan los cortesanos <strong>de</strong>l pueblo y que las almas gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sprecian? Si<br />
las gentes mediocres supieran que tienen una posibilidad <strong>de</strong> elevarse hasta las gentes humil<strong>de</strong>s<br />
entendiéndolas, <strong>La</strong> Chartreuse <strong>de</strong> Parme tendría tantos lectores como tuvo Clarise Harlowe cuando se<br />
publicó.<br />
Hay en la admiración legitimada por la conciencia unos goces inefables. Así, pues, todo lo que voy a<br />
<strong>de</strong>cir aquí lo dirijo a los corazones nobles y puros que, pese a tantas tristes <strong>de</strong>clamaciones, existen en<br />
cualquier país, como pléya<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sconocidas, entre las familias <strong>de</strong> espíritus <strong>de</strong>dicados al culto <strong>de</strong>l arte.<br />
¿No tiene aquí abajo la humanidad, <strong>de</strong> generación en generación, sus constelaciones <strong>de</strong> almas, su cielo,<br />
sus ángeles, según la expresión favorita <strong>de</strong>l gran profeta sueco, <strong>de</strong> Swe<strong>de</strong>nborg, pueblo privilegiado para<br />
el que trabajan los verda<strong>de</strong>ros artistas y cuyos juicios les hacen aceptar la miseria, la insolencia <strong>de</strong> los<br />
advenedizos y la <strong>de</strong>spreocupación <strong>de</strong> los gobiernos?<br />
Espero que se me perdone lo que los malintencionados llamarán pesa<strong>de</strong>ces. En primer lugar —lo<br />
creo firmemente—, el análisis <strong>de</strong> esta obra tan curiosa y tan interesante dará mayor satisfacción a las<br />
personas más difíciles <strong>de</strong> la que les procuraría el cuento inédito que pudieran leer en su lugar. Por otra<br />
parte, cualquier otro crítico emplearía por lo menos tres artículos tan extensos como el presente si<br />
quisiera explicar <strong>de</strong>bidamente esta obra, que muchas veces contiene todo un libro en una página y que<br />
sólo un hombre a quien la Italia <strong>de</strong>l norte le es un poco familiar pue<strong>de</strong> explicar. Por último, créaseme<br />
que, con ayuda <strong>de</strong> monsieur Beyle, procuraré ser lo bastante instructivo para que se me lea con gusto<br />
hasta el final.<br />
Una hermana <strong>de</strong>l marqués Valserra <strong>de</strong>l Dongo, llamada Gina, abreviatura <strong>de</strong> Angelina, cuyo primitivo<br />
carácter, el <strong>de</strong> la joven soltera, se parecía bastante, si es que una italiana se pue<strong>de</strong> parecer alguna vez a<br />
una francesa, al carácter <strong>de</strong> madame <strong>de</strong> Lignolle en Faublas, se casa en Milán, a disgusto <strong>de</strong> su hermano,<br />
que quiere casarla con un viejo autócrata, rico y milanés, con un con<strong>de</strong> Pietranera, pobre y sin un real.<br />
El con<strong>de</strong> y la con<strong>de</strong>sa son <strong>de</strong>l partido francés y constituyen la gala <strong>de</strong> la corte <strong>de</strong>l príncipe Eugenio.<br />
Cuando comienza el relato estamos en tiempos <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> Italia.<br />
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …<br />
He aquí el retrato <strong>de</strong> Mosca. Estamos en 1816, ¡fijaos en este punto!<br />
«Podía tener cuarenta o cuarenta y cinco años, tenía facciones gran<strong>de</strong>s, ningún vestigio <strong>de</strong><br />
importancia, y un aire alegre y sencillo que predisponía a su favor; hubiera podido estar todavía muy bien<br />
si un capricho <strong>de</strong> su príncipe no le hubiera obligado a llevar el pelo empolvado, como prueba <strong>de</strong> buenos<br />
sentimientos politicos.» Resulta que los polvos que lleva Metternich, y que le dulcifican el semblante ya<br />
tan dulce, se justifican en Mosca por la voluntad <strong>de</strong>l príncipe. A pesar <strong>de</strong> los prodigiosos esfuerzos <strong>de</strong><br />
monsieur Beyle, que, <strong>de</strong> página en página, hace naturales inventos maravillosos para engañar a su lector y<br />
<strong>de</strong>sviar sus alusiones, la mente está en Mó<strong>de</strong>na y no se aviene a permanecer en <strong>Parma</strong>. Quienquiera que<br />
haya visto, conocido, tratado a Metternich cree oírle hablar por boca <strong>de</strong> Mosca, le presta su voz y le<br />
adjudica sus maneras. Aunque, en la obra, Ernesto IV muere y el duque <strong>de</strong> Mó<strong>de</strong>na existe, nos acordamos<br />
siempre <strong>de</strong> este príncipe tan famoso por sus severida<strong>de</strong>s que los liberales <strong>de</strong> Milán llamaban<br />
cruelda<strong>de</strong>s. Tales son las palabras <strong>de</strong>l autor hablando <strong>de</strong>l príncipe <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>.