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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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nadie le extrañará.<br />

»Si quiere hacerme caso, enviará a Fabricio a cursar la teología y a pasar tres años en Nápoles.<br />

Durante las vacaciones <strong>de</strong> la aca<strong>de</strong>mia eclesiástica, irá, si quiere, a visitar París y Londres, pero no se<br />

<strong>de</strong>jará ver nunca en <strong>Parma</strong>.<br />

Estas palabras produjeron a la duquesa una especie <strong>de</strong> estremecimiento. Envió un correo a su sobrino<br />

y le dio una cita en Plasencia. Huelga <strong>de</strong>cir que este correo era portador <strong>de</strong> todos los medios pecuniarios<br />

y <strong>de</strong> todos los pasaportes necesarios.<br />

Llegado el primero a Plasencia, Fabricio corrió al encuentro <strong>de</strong> la duquesa y la besó con efusiones <strong>de</strong><br />

cariño que la hicieron llorar. Se felicitó ésta <strong>de</strong> que el con<strong>de</strong> no estuviera presente; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la época <strong>de</strong> sus<br />

amores, era la primera vez que experimentaba sensación parecida.<br />

A Fabricio le conmovieron mucho y luego le afligieron los planes que la duquesa había forjado con<br />

respecto a él; había tenido siempre la esperanza <strong>de</strong> que, una vez arreglado el asunto <strong>de</strong> Waterloo,<br />

acabaría por ser militar. Una cosa impresionó a la duquesa y acentuó más aún la opinión romancesca que<br />

se había formado <strong>de</strong> su sobrino: se negó terminantemente a llevar una vida <strong>de</strong> café en una <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s<br />

ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Italia.<br />

—¡Imagínate en el Corso <strong>de</strong> Florencia o <strong>de</strong> Nápoles —le <strong>de</strong>cía la duquesa— con unos caballos<br />

ingleses <strong>de</strong> pura sangre! Para la noche, un carruaje, un bonito piso, etcétera —e insistía con <strong>de</strong>licia en la<br />

<strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> esta felicidad vulgar que Fabricio rechazaba con <strong>de</strong>sdén. «Es un héroe», pensaba la<br />

duquesa.<br />

—Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> diez años <strong>de</strong> esa agradable vida, ¿qué habré hecho? —objetaba Fabricio—, ¿qué<br />

seré? Un joven maduro que tendrá que ce<strong>de</strong>r el paso al primer lechuguino adolescente que <strong>de</strong>bute en el<br />

gran mundo, montando también él un caballo inglés.<br />

Fabricio comenzó asimismo por rechazar en redondo el partido <strong>de</strong> la Iglesia; habló <strong>de</strong> irse a Nueva<br />

York, <strong>de</strong> hacerse ciudadano y soldado republicano en América.<br />

—¡Qué error el tuyo! No tendrás guerra y volverás a caer en la vida <strong>de</strong> café, sólo que sin elegancia,<br />

sin música, sin amores —replicó la duquesa—. Créeme, para ti, como para mí, sería una triste vida la <strong>de</strong><br />

América [7] .<br />

Le explicó el culto <strong>de</strong>l dios dólar y ese respeto que hay que tener a los artesanos <strong>de</strong> la calle, que lo<br />

<strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n todo con sus votos. Volvieron a la solución <strong>de</strong> la Iglesia.<br />

—Antes <strong>de</strong> rebelarte —le dijo la duquesa—, compren<strong>de</strong> bien lo que el con<strong>de</strong> te pi<strong>de</strong>: no se trata en<br />

modo alguno <strong>de</strong> ser un pobre cura más o menos ejemplar y virtuoso, como el abate Blanès. Recuerda lo<br />

que fueron tus tíos los arzobispos <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>; vuelve a leer las noticias <strong>de</strong> sus vidas, en el suplemento <strong>de</strong><br />

la genealogía. Ante todo, conviene a un hombre <strong>de</strong> linaje ser un gran señor, noble, generoso, protector <strong>de</strong><br />

la justicia, <strong>de</strong>stinado <strong>de</strong> antemano a colocarse a la cabeza <strong>de</strong> su or<strong>de</strong>n… y sin hacer en toda su vida más<br />

que una sola vileza, pero ésta muy útil.<br />

—¡De modo que todas mis ilusiones que se las lleve el viento! —<strong>de</strong>cía Fabricio suspirando<br />

profundamente—, ¡el sacrificio es duro! Confieso que no había reflexionado en ese horror por el<br />

entusiasmo y la inteligencia, incluso puesto a su servicio, que en lo sucesivo va a reinar en los dominios<br />

<strong>de</strong> los soberanos absolutos.<br />

—Piensa que una proclama, que una fantasía <strong>de</strong>l corazón precipita al hombre entusiasta en el partido<br />

contrario al que sirvió toda la vida.<br />

—¡Mi entusiasmo! —repitió Fabricio—, ¡extraña acusación!; ¡ni siquiera soy capaz <strong>de</strong> enamorarme!

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