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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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dieciséis años. No se explicaba cómo había podido pasar tanto tiempo sin contemplar el lago. «De modo<br />

que la felicidad ha venido a refugiarse en los comienzos <strong>de</strong> la vejez», se <strong>de</strong>cía. Compró una barca, y<br />

Fabricio, la marquesa y ella la adornaron con sus propias manos, pues en aquella espléndida mansión<br />

carecían <strong>de</strong> dinero para todo; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su caída en <strong>de</strong>sgracia, el marqués <strong>de</strong>l Dongo había acrecido su fasto<br />

aristocrático. Por ejemplo, para ganar al lago diez pasos <strong>de</strong> terreno, cerca <strong>de</strong> la famosa avenida <strong>de</strong><br />

plátanos, junto a la Ca<strong>de</strong>nabia, estaba haciendo construir un dique cuyo costo ascendía a ochenta mil<br />

francos. En el extremo <strong>de</strong>l dique estaban construyendo, según los planos <strong>de</strong>l famoso marqués Cagnola,<br />

una hermosa capilla <strong>de</strong> enormes bloques <strong>de</strong> granito, y en el interior <strong>de</strong> la misma, el escultor <strong>de</strong> moda en<br />

Milán estaba construyendo un panteón todo cubierto <strong>de</strong> bajorrelieves que <strong>de</strong>bían representar las gran<strong>de</strong>s<br />

proezas <strong>de</strong> los antepasados <strong>de</strong>l marqués.<br />

El hermano mayor <strong>de</strong> Fabricio, el marchesino Ascanio, quiso tomar parte en los paseos <strong>de</strong> las damas;<br />

pero su tía le echaba agua en el cabello empolvado y cada día le gastaba alguna nueva broma sobre sus<br />

seriedad. Por fin libró <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> su carota gruesa y <strong>de</strong>slavazada a aquella alegre pandilla que no<br />

se atrevía a reír <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él. Le creían espía <strong>de</strong> su padre, y había que guardarse <strong>de</strong> este déspota severo<br />

y siempre irritado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su forzada dimisión.<br />

Ascanio juró vengarse <strong>de</strong> Fabricio.<br />

Un día les sorprendió una tempestad que les puso en peligro. Aunque tenían poquísimo dinero,<br />

pagaron espléndidamente a los dos barqueros para que no dijesen nada al marqués, que había<br />

manifestado ya su <strong>de</strong>scontento <strong>de</strong> que llevaran a sus dos hijas. Volvieron a correr otra tormenta. En este<br />

hermoso lago, son terribles y repentinas: <strong>de</strong> las dos gargantas <strong>de</strong> las montañas situadas en opuesta<br />

dirección, surgen <strong>de</strong> pronto gran<strong>de</strong>s ráfagas <strong>de</strong> viento y empiezan a luchar sobre las aguas. <strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa<br />

quiso <strong>de</strong>sembarcar en medio <strong>de</strong>l huracán y <strong>de</strong> los truenos, se prometía un espectáculo grandioso<br />

encaramada, en mitad <strong>de</strong>l lago, en una roca aislada y no más gran<strong>de</strong> que una habitación pequeña, asediada<br />

por las olas furiosas. Pero al saltar <strong>de</strong> la barca cayó al agua. Fabricio se arrojó a salvarla, y ambos se<br />

vieron arrastrados a bastante distancia. Seguramente no es agradable ahogarse, pero el aburrimiento<br />

había quedado <strong>de</strong>sterrado <strong>de</strong>l castillo feudal. <strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa se apasionó por el carácter primitivo y por la<br />

astrología <strong>de</strong>l abate Blanès. El poco dinero que le quedara <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> adquirir la barca fue empleado en<br />

comprar un pequeño telescopio <strong>de</strong> ocasión, y, casi todas las noches, la con<strong>de</strong>sa iba con sus sobrinas y<br />

con Fabricio a acomodarse en la terraza <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las torres góticas <strong>de</strong>l castillo. Fabricio era el sabio <strong>de</strong><br />

la compañía, y allí pasaban varias horas muy alegres, lejos <strong>de</strong> los espías.<br />

Hay que confesar que algunos días la con<strong>de</strong>sa no dirigía la palabra a nadie; se la veía pasear bajo los<br />

altos castaños, absorta en sombrías añoranzas; era <strong>de</strong>masiado inteligente para no sentir a veces el fastidio<br />

<strong>de</strong> no tener con quién comunicar sus i<strong>de</strong>as. Pero al día siguiente reía como la víspera. Eran las<br />

lamentaciones <strong>de</strong> la marquesa, su cuñada, lo que suscitaba aquellas impresiones sombrías en un alma tan<br />

activa por naturaleza.<br />

—¿Es que vamos a pasar lo que nos queda <strong>de</strong> juventud en este triste castillo? —exclamaba la<br />

marquesa.<br />

Antes <strong>de</strong> llegar su cuñada, no tenía ni siquiera el valor <strong>de</strong> echar <strong>de</strong> menos otra vida.<br />

Así vivieron todo el invierno <strong>de</strong> 1814 a 1815. Por dos veces, y a pesar <strong>de</strong> su pobreza, la con<strong>de</strong>sa fue<br />

a pasar unos días a Milán; se trataba <strong>de</strong> ver un sublime ballet <strong>de</strong> Vigano en el teatro <strong>de</strong> la Scala, y el<br />

marqués no prohibía a su mujer acompañar a la con<strong>de</strong>sa. Cobraban los trimestres <strong>de</strong> la pequeña pensión,

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