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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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XXIV<br />

<strong>La</strong> duquesa organizó veladas amenísimas en el palacio, que nunca vio tanta alegría. Tampoco nunca<br />

estuvo ella tan seductora como aquel invierno, y eso que vivía en medio <strong>de</strong> los mayores peligros; pero en<br />

cambio, durante aquella temporada crítica, no pensó ni dos veces con cierto grado <strong>de</strong> dolor en el extraño<br />

cambio <strong>de</strong> Fabricio. El joven príncipe se presentaba muy temprano a las atractivas veladas <strong>de</strong> su madre,<br />

la cual le <strong>de</strong>cía siempre:<br />

—Ve a gobernar; apuesto a que hay sobre tu mesa más <strong>de</strong> veinte asuntos que esperan un sí o un no, y<br />

no quiero yo que Europa me acuse <strong>de</strong> hacer <strong>de</strong> ti un rey holgazán para reinar yo en lugar tuyo.<br />

Estos consejos tenían la <strong>de</strong>sventaja <strong>de</strong> surgir siempre en los momentos más inoportunos, es <strong>de</strong>cir,<br />

cuando Su Alteza, vencida su timi<strong>de</strong>z, tomaba parte en alguna charada en acción que le divertía mucho.<br />

Dos veces por semana, había jiras campestres en las que, con el pretexto <strong>de</strong> ganar para el nuevo soberano<br />

el afecto <strong>de</strong>l pueblo, la princesa admitía a las mujeres más bonitas <strong>de</strong> la burguesía. <strong>La</strong> duquesa, que era<br />

el alma <strong>de</strong> esta corte alegre, esperaba que aquellas hermosas burguesas, todas las cuales miraban con<br />

tremenda envidia la alta fortuna <strong>de</strong>l burgués Rassi, contarían al príncipe alguna <strong>de</strong> las innumerables<br />

bribonadas <strong>de</strong> este ministro. Y el príncipe, entre otras i<strong>de</strong>as pueriles, pretendió tener un ministerio<br />

moral.<br />

Rassi era <strong>de</strong>masiado sagaz para no darse cuenta <strong>de</strong> lo peligrosas que eran para él aquellas brillantes<br />

veladas <strong>de</strong> la corte <strong>de</strong> la princesa, dirigidas por su enemiga. No había querido entregar al con<strong>de</strong> Mosca<br />

la sentencia, perfectamente legal, pronunciada contra Fabricio, y era preciso, en consecuencia, que la<br />

duquesa o él <strong>de</strong>sapareciesen <strong>de</strong> la corte.<br />

El día <strong>de</strong> aquel motín popular cuya sentencia era ahora <strong>de</strong> buen tono negar, se había distribuido<br />

dinero al pueblo, Rassi partió <strong>de</strong> este hecho; peor vestido que <strong>de</strong> costumbre, subió a las casas más<br />

míseras <strong>de</strong> la ciudad y se pasó horas enteras en conversaciones bien calculadas con sus pobres<br />

habitantes. Tanta solicitud tuvo su recompensa: en quince días <strong>de</strong> este género <strong>de</strong> vida, adquirió la<br />

certidumbre <strong>de</strong> que Ferrante Palla había sido el jefe secreto <strong>de</strong> la insurrección, y, más aún, <strong>de</strong> que aquel<br />

individuo, pobre toda su vida como un gran poeta, había mandado a ven<strong>de</strong>r en Génova ocho o diez<br />

diamantes.<br />

Se citaban, entre otras, cinco piedras que valían más <strong>de</strong> cuarenta mil francos y que, diez días antes <strong>de</strong><br />

la muerte <strong>de</strong>l príncipe, se habían vendido en treinta y cinco mil porque, <strong>de</strong>cían, se necesitaba dinero.<br />

¿Cómo expresar la exaltación <strong>de</strong> júbilo <strong>de</strong>l ministro <strong>de</strong> justicia ante tal <strong>de</strong>scubrimiento? Se daba<br />

cuenta <strong>de</strong> que todos los días le ponían en ridículo en la corte <strong>de</strong> la princesa viuda, y varias veces el<br />

príncipe, hablando <strong>de</strong> asuntos públicos con él, se le había reído en sus narices con toda la ingenuidad <strong>de</strong><br />

la juventud. Hay que confesar que Rassi tenía maneras muy plebeyas: por ejemplo, cuando le interesaba<br />

una discusión, cruzaba la piernas y se cogía el zapato con la mano; si el interés iba en aumento, extendía<br />

su pañuelo <strong>de</strong> algodón rojo sobre la pierna, etc. El príncipe había reído mucho la broma <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las<br />

más lindas burguesitas, que, sabiéndose por otra parte dueña <strong>de</strong> una pierna muy bien formada, se había<br />

puesto a imitar este elegante gesto <strong>de</strong>l ministro <strong>de</strong> justicia.<br />

Rassi solicitó una audiencia extraordinaria y dijo al príncipe:<br />

—¿Daría Vuestra Alteza cien mil francos por saber exactamente cuál fue el género <strong>de</strong> muerte <strong>de</strong> su<br />

augusto padre? Con esta cantidad, la justicia podría <strong>de</strong>scubrir a los culpables, si los hay.

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