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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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haber llegado la duquesa, obtuvo el nombramiento y los honores <strong>de</strong> primer ministro, que se aproximan<br />

mucho a los que se rin<strong>de</strong>n al propio soberano. Ejercía un po<strong>de</strong>r absoluto sobre el ánimo <strong>de</strong> su señor, y <strong>de</strong><br />

ello se tuvo en <strong>Parma</strong> una prueba patente que impresionó a todo el mundo.<br />

Al su<strong>de</strong>ste <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, y a diez minutos <strong>de</strong> distancia, se alza la famosa ciuda<strong>de</strong>la, tan renombrada en<br />

Italia, con su gran torre, <strong>de</strong> ciento ochenta pies <strong>de</strong> altura, que se divisa <strong>de</strong> muy lejos. Esta torre construida<br />

según el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong>l mausoleo <strong>de</strong> Adriano, en Roma, por los Farnesio, nietos <strong>de</strong> Paulo III, a comienzos<br />

<strong>de</strong>l siglo XVI, es tan dilatada, que sobre la explanada en que termina se ha podido construir un palacio<br />

para el gobernador <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la y una nueva prisión llamada la torre Farnesio. Esta prisión, construida<br />

en honor <strong>de</strong>l primogénito <strong>de</strong> Ranucio Ernesto II, que llegó a ser el amante amado <strong>de</strong> su madrastra, tiene<br />

fama <strong>de</strong> bella y singular en el país. <strong>La</strong> duquesa tuvo la curiosidad <strong>de</strong> verla. El día <strong>de</strong> su visita hacía en<br />

<strong>Parma</strong> un calor asfixiante, y allá arriba, en aquella posición tan elevada, halló el aire fresco, lo que le<br />

produjo tal encanto que pasó allí varias horas. Se apresuraron a abrirle las salas <strong>de</strong> la torre Farnesio.<br />

<strong>La</strong> duquesa encontró en la explanada <strong>de</strong> la gran torre a un pobre liberal preso, que estaba allí gozando<br />

la media hora <strong>de</strong> paseo que les conce<strong>de</strong>n cada tres días. Cuando volvió a <strong>Parma</strong>, como no tenía aún la<br />

discreción necesaria en una corte absoluta, habló <strong>de</strong> aquel hombre que le había contado toda su historia.<br />

El partido <strong>de</strong> la marquesa Raversi aprovechó estas palabras <strong>de</strong> la duquesa y las difundió mucho,<br />

esperando que molestaran al príncipe. En efecto, Ernesto IV solía repetir que lo esencial era sobre todo<br />

herir la imaginación <strong>de</strong> las gentes.<br />

—Siempre es una gran palabra —<strong>de</strong>cía—, y más terrible en Italia que en ninguna otra parte.<br />

En consecuencia nunca jamás había concedido gracia. A los ocho días <strong>de</strong> su visita a la fortaleza, la<br />

duquesa recibió una carta <strong>de</strong> conmutación <strong>de</strong> pena, firmada por el príncipe y por el ministro, con el<br />

nombre en blanco. El preso cuyo nombre escribiera la duquesa obtendría la restitución <strong>de</strong> sus bienes y el<br />

permiso <strong>de</strong> ir a pasar en América el resto <strong>de</strong> sus días. <strong>La</strong> duquesa escribió el nombre <strong>de</strong>l preso que le<br />

había hablado. Desgraciadamente, aquel hombre resultó ser una especie <strong>de</strong> canalla, un alma débil: por<br />

sus <strong>de</strong>claraciones había sido con<strong>de</strong>nado a muerte el famoso Ferrante Palla.<br />

<strong>La</strong> singularidad <strong>de</strong> esta gracia elevó a lo sumo las ventajas <strong>de</strong> la posición <strong>de</strong> la duquesa Sanseverina.<br />

El con<strong>de</strong> Mosca estaba loco <strong>de</strong> felicidad. Fue ésta una hermosa época <strong>de</strong> su vida, y ejerció una influencia<br />

<strong>de</strong>cisiva en los <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong> Fabricio. Seguía éste en Romagnano, cerca <strong>de</strong> Novaro, confesándose,<br />

cazando, sin leer y haciendo la corte a una mujer noble, como lo prescribían sus instrucciones. A la<br />

duquesa seguía contrariándola esta última necesidad. Otra señal, que no significaba nada para el con<strong>de</strong>,<br />

era que, hablando con él <strong>de</strong> todas las cosas con la mayor franqueza, como si pensara en voz alta en su<br />

presencia, nunca hablaba <strong>de</strong> Fabricio sin pensar antes en medir sus palabras.<br />

—Si usted quiere —le <strong>de</strong>cía un día el con<strong>de</strong>—, escribiré a ese simpático hermano que tiene en el<br />

lago <strong>de</strong> Como y, con un poco <strong>de</strong> trabajo para mí y para mis amigos <strong>de</strong> ***, obligaré a ese marqués Del<br />

Dongo a pedir gracia para su gentil Fabricio. Si es cierto, y me guardaré muy bien <strong>de</strong> dudarlo, que<br />

Fabricio vale un poco más que esos mancebos que pasean sus caballos ingleses por las calles <strong>de</strong> Milán,<br />

¡qué vida mejor que la que a los dieciocho años no hace nada y tiene la perspectiva <strong>de</strong> no hacer nunca<br />

nada! Si el cielo le hubiera concedido una verda<strong>de</strong>ra pasión por cualquier cosa, aunque fuera por la<br />

pesca a caña, yo la respetaría; pero, ¿qué va a hacer en Milán, aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> obtenido el indulto? A<br />

cierta hora, montará un caballo encargado a Inglaterra; a otra, la <strong>de</strong>socupación le llevará a casa <strong>de</strong> su<br />

querida, a la que amará menos que a su caballo… Pero si tú me lo or<strong>de</strong>nas, yo trataré <strong>de</strong> procurar a tu<br />

sobrino ese género <strong>de</strong> vida.

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