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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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Del pueblo piamontés <strong>de</strong> Sannazaro, cercano a Pavía, Ludovico tornó a toda prisa a <strong>Parma</strong>,<br />

encargado <strong>de</strong> una misión a la que Fabricio atribuía la máxima importancia: se trataba nada menos que <strong>de</strong><br />

hacer llegar a Clelia un pañuelo <strong>de</strong> seda en el que había sido impreso un soneto <strong>de</strong> Petrarca. Verdad es<br />

que en aquel soneto habían cambiado una palabra. Clelia lo halló sobre la mesa dos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber recibido las muestras <strong>de</strong> gratitud <strong>de</strong>l marqués Crescenzi, que se <strong>de</strong>cía el más dichoso <strong>de</strong> los<br />

hombres. No hay que <strong>de</strong>cir qué impresión produjo a Clelia aquella prueba <strong>de</strong> un recuerdo tan constante.<br />

Ludovico tenía que averiguar todos los <strong>de</strong>talles posibles sobre lo que pasaba en la ciuda<strong>de</strong>la. Fue él<br />

quien comunicó a Fabricio la triste noticia <strong>de</strong> que la boda <strong>de</strong>l marqués Crescenzi parecía ya<br />

completamente <strong>de</strong>cidida; apenas pasaba día sin que ofreciera una fiesta a Clelia en el interior <strong>de</strong> la<br />

ciuda<strong>de</strong>la. Una prueba <strong>de</strong>cisiva <strong>de</strong> la boda era que el marqués, inmensamente rico y por consiguiente muy<br />

avaro, como es costumbre entre las gentes opulentas <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> Italia, estaba haciendo preparativos <strong>de</strong><br />

gran magnificencia, aunque se casaba con una doncella sin dote. Verdad es que la vanidad <strong>de</strong>l general<br />

Fabio Conti, muy ofendida por esta observación, la primera que surgió en el ánimo <strong>de</strong> todos sus<br />

compatriotas, acababa <strong>de</strong> comprar una finca <strong>de</strong> más <strong>de</strong> trescientos mil francos, y, aunque no tenía un<br />

céntimo, la había pagado al contado, al parecer con los dineros <strong>de</strong>l marqués. Luego <strong>de</strong>claró que cedía<br />

esta finca como dote <strong>de</strong> matrimonio a su hija. Los gastos <strong>de</strong> la escritura y <strong>de</strong> otros trámites, algo más <strong>de</strong><br />

doce mil francos, parecieron un <strong>de</strong>sembolso muy ridículo al marqués Crescenzi, hombre eminentemente<br />

lógico. Por su parte, había mandado fabricar en Lyon magníficos tapices <strong>de</strong> colores muy bien calculados<br />

para el recreo <strong>de</strong> los ojos al célebre Pallagi, pintor <strong>de</strong> Bolonia. Aquellos tapices, en cada uno <strong>de</strong> los<br />

cuales figuraba algún atributo <strong>de</strong> las armas <strong>de</strong> la familia Grescenzi, que, como sabe el universo,<br />

<strong>de</strong>scien<strong>de</strong> <strong>de</strong>l célebre Crescentius, cónsul <strong>de</strong> Roma en 985, estaban <strong>de</strong>stinados a <strong>de</strong>corar los diecisiete<br />

salones que constituían la planta baja <strong>de</strong>l palacio <strong>de</strong>l marqués. Los tapices, los relojes y las arañas<br />

traídas a <strong>Parma</strong> costaron más <strong>de</strong> trescientos cincuenta mil francos; el precio <strong>de</strong> los espejos nuevos,<br />

agregados a los que la casa poseía ya, se elevó a doscientos mil francos. Con excepción <strong>de</strong> dos salones,<br />

obras célebres <strong>de</strong>l Parmesano, el gran pintor <strong>de</strong>l país <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l divino Correggio, todos los salones <strong>de</strong>l<br />

primero y <strong>de</strong>l segundo piso estaban ahora <strong>de</strong>corados por los pintores célebres <strong>de</strong> Florencia, <strong>de</strong> Roma y<br />

<strong>de</strong> Milán, que los ornaban con pinturas al fresco. Fokelberg, el gran escultor sueco; Tenerani, <strong>de</strong> Roma, y<br />

Marchesi, <strong>de</strong> Milán, llevaban un año trabajando en diez bajorrelieves que representaban otras tantas<br />

bellas acciones <strong>de</strong> Crescentius, aquel verda<strong>de</strong>ro gran hombre. <strong>La</strong> mayor parte <strong>de</strong> los techos, pintados al<br />

fresco, aludían también a algunos hechos <strong>de</strong> su vida. Era unánimemente admirado el techo en que Hayez,<br />

<strong>de</strong> Milán, había presentado a Crescentius recibido en los Campos Elíseos por Francisco Sforza, Lorenzo<br />

el Magnífico, el rey Roberto, el tribuno Cola di Rienzi, Maquiavelo, Dante y <strong>de</strong>más gran<strong>de</strong>s hombres <strong>de</strong><br />

la Edad Media. En la admiración hacia estas almas selectas se ven epigramas implícitos contra las gentes<br />

en el po<strong>de</strong>r.<br />

Todos estos <strong>de</strong>talles magníficos absorbían por entero la atención <strong>de</strong> la nobleza y <strong>de</strong> la burguesía <strong>de</strong><br />

<strong>Parma</strong>, y torturaron el corazón a nuestro héroe cuando, con ingenua admiración, leyó el relato <strong>de</strong> los<br />

mismos en una larga carta <strong>de</strong> más <strong>de</strong> veinte páginas que Ludovico había dictado a un aduanero <strong>de</strong> Casal<br />

—Maggiore.<br />

«¡Y yo soy tan pobre! —se <strong>de</strong>cía Fabricio—. ¡Cuatro mil libras <strong>de</strong> renta como única fortuna! Es una<br />

verda<strong>de</strong>ra insolencia por mi parte atreverme a estar enamorado <strong>de</strong> Clelia Conti, por la cual se hacen<br />

todos estos milagros.»<br />

Un solo párrafo <strong>de</strong> la carta <strong>de</strong> Ludovico, pero éste, escrito <strong>de</strong> su mala letra, comunicaba a su señor

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