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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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XVII<br />

El con<strong>de</strong> se consi<strong>de</strong>raba como fuera <strong>de</strong>l ministerio. «Vamos a ver —se dijo— cuántos caballos<br />

podremos tener <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi caída en <strong>de</strong>sgracia, pues así llamarán a mi retirada.» El con<strong>de</strong> hizo el<br />

balance <strong>de</strong> su fortuna. Había entrado en el ministerio con ochenta mil francos <strong>de</strong> capital. Con gran<br />

sorpresa suya, se encontró con que su haber presente, todo incluido, no llegaba a quinientos mil francos.<br />

«A lo sumo, veinte mil libras <strong>de</strong> renta —se dijo—. ¡Hay que reconocer que soy un insensato! No hay<br />

burgués en <strong>Parma</strong> que no me atribuya cincuenta mil libras <strong>de</strong> renta, y en esto el príncipe es más burgués<br />

que nadie. Cuando me vean en la pobreza, dirán que sé muy bien ocultar mi fortuna. ¡Diablo! —exclamó<br />

—, si soy ministro tres meses más, he <strong>de</strong> doblar esta fortuna.» Vio en esta i<strong>de</strong>a una ocasión <strong>de</strong> escribir a<br />

la duquesa, y la aprovechó con avi<strong>de</strong>z. Mas, para hacerse perdonar una carta en los términos en que se<br />

encontraban, la abrumó <strong>de</strong> cifras y <strong>de</strong> cálculos. «Sólo dispondremos <strong>de</strong> veinte mil libras <strong>de</strong> renta —le<br />

<strong>de</strong>cía— para vivir los tres en Nápoles: Fabricio, usted y yo. Fabricio y yo tendremos un caballo <strong>de</strong> silla<br />

para los dos.» Acababa apenas el ministro <strong>de</strong> enviar esta carta, cuando le anunciaron al fiscal Rassi.<br />

Le recibió con una altanería rayana en impertinencia.<br />

—¡Muy bien, caballero! —le dijo—; hace usted secuestrar en Bolonia a un conspirador protegido<br />

mío, encima quiere cortarle el cuello y no me dice nada. ¿Sabe siquiera el nombre <strong>de</strong> mi sucesor? ¿Es el<br />

general Conti o usted mismo?<br />

Rassi se quedó aterrado, estaba <strong>de</strong>masiado poco acostumbrado a la buena sociedad para adivinar si<br />

el con<strong>de</strong> hablaba en serio. Enrojeció mucho y balbuceó algunas palabras poco inteligibles. El con<strong>de</strong> le<br />

miraba y gozaba <strong>de</strong> su apuro. De pronto, Rassi se rehízo y exclamó con la perfecta naturalidad y el aire<br />

<strong>de</strong> Fígaro cogido en flagrante <strong>de</strong>lito por Almaviva:<br />

—Por vida mía, señor con<strong>de</strong>, no he <strong>de</strong> andar con ro<strong>de</strong>os con Vuestra Merced: ¿qué me dará por<br />

contestar a todas sus preguntas como lo haría a las <strong>de</strong> mi confesor?<br />

—<strong>La</strong> cruz <strong>de</strong> San Pablo (la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>), o dinero, si pue<strong>de</strong> darme un pretexto para concedérselo.<br />

—Prefiero la cruz <strong>de</strong> San Pablo, porque me ennoblece.<br />

—¡Cómo, querido fiscal!, ¿pero todavía hace algún caso <strong>de</strong> nuestra pobre nobleza?<br />

—Si yo fuera noble —respondió Rassi con toda la impudicia <strong>de</strong> su oficio—, los parientes <strong>de</strong> las<br />

personas a quienes he mandado a la horca me odiarían, pero no me <strong>de</strong>spreciarían.<br />

—Pues bien, yo le salvaré <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sprecio —dijo el con<strong>de</strong>—; cúreme usted <strong>de</strong> mi ignorancia. ¿Qué<br />

piensa hacer con Fabricio?<br />

—Verda<strong>de</strong>ramente el príncipe está muy preocupado: teme que, seducido por los bellos ojos <strong>de</strong><br />

Armida, perdone este lenguaje un poco vivo: son los términos exactos <strong>de</strong>l soberano; teme que, seducido<br />

por unos bellos ojos que a él mismo le han impresionado un poco, Vuestra Merced le <strong>de</strong>je plantado, y no<br />

tiene a nadie más para los asuntos <strong>de</strong> Lombardía. Le diré incluso —añadió Rassi bajando la voz— que<br />

ésta es una gran ocasión para Vuestra Merced, y que vale bien la cruz <strong>de</strong> San Pablo que me otorga. El<br />

príncipe le conce<strong>de</strong>ría, como recompensa nacional, un buen territorio <strong>de</strong> seiscientos mil francos que él<br />

distraería <strong>de</strong> sus dominios, o una gratificación <strong>de</strong> trescientos mil francos, si se aviene a no mezclarse en<br />

la suerte <strong>de</strong> Fabricio <strong>de</strong>l Dongo, o al menos a no hablarle <strong>de</strong>l asunto más que en público.<br />

—Yo esperaba algo mejor que eso —dijo el con<strong>de</strong>—; no ocuparme <strong>de</strong> Fabricio equivale a romper<br />

con la duquesa.

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