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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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sobre todo si empleaba la ironía.<br />

Fabricio caminaba sin darse cuenta <strong>de</strong> las distancias, y a esta altura se hallaba <strong>de</strong> sus impotentes<br />

razonamientos, cuando al alzar la cabeza se encontró ante el muro <strong>de</strong>l jardín <strong>de</strong> su padre. Aquel muro,<br />

que sostenía una hermosa terraza, se alzaba a más <strong>de</strong> cuarenta pies sobre el nivel <strong>de</strong>l camino, a la<br />

<strong>de</strong>recha. Una franja <strong>de</strong> piedras talladas, en la parte superior, cerca <strong>de</strong> la balaustrada, le daba una traza<br />

monumental. «No está mal —se dijo fríamente Fabricio—; es una buena arquitectura, casi <strong>de</strong> tipo<br />

romano.» Aplicaba sus nuevos conocimientos en antigüeda<strong>de</strong>s. Luego volvió la cabeza con <strong>de</strong>sagrado;<br />

recordó las severida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su padre, y, sobre todo, la <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> su hermano Ascanio al volver él <strong>de</strong> su<br />

viaje a Francia.<br />

«Esta <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong>snaturalizada fue el origen <strong>de</strong> mi vida actual; puedo <strong>de</strong>testarla, puedo <strong>de</strong>spreciarla,<br />

pero al fin y al cabo ha cambiado mi <strong>de</strong>stino. ¿Qué habría sido <strong>de</strong> mí confinado en Novara y apenas<br />

tolerado por el administrador <strong>de</strong> mi padre, si mi tía no hubiera sido amante <strong>de</strong> un ministro po<strong>de</strong>roso, y si<br />

esta tía hubiera tenido un alma seca y vulgar en lugar <strong>de</strong>l alma tierna y apasionada que me ama con una<br />

exaltación que me asombra? ¡Dón<strong>de</strong> estaría yo ahora si la duquesa tuviera el alma <strong>de</strong> su hermano el<br />

marqués <strong>de</strong>l Dongo!»<br />

Abrumado por tan duros recuerdos, Fabricio ya no caminaba sino con paso incierto; llegó al bor<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>l foso justamente enfrente <strong>de</strong> la magnífica fachada <strong>de</strong>l castillo. Apenas echó una mirada a aquel gran<br />

edificio ennegrecido por el tiempo. El noble lenguaje <strong>de</strong> la arquitectura le encontró ahora insensible; el<br />

recuerdo <strong>de</strong> su hermano y <strong>de</strong> su padre cerraba su alma a toda sensación <strong>de</strong> belleza, y sólo estaba atento a<br />

mantenerse en guardia ante enemigos hipócritas y peligrosos. Miró un momento, pero con marcado<br />

disgusto, la pequeña ventana <strong>de</strong>l cuarto que ocupaba en el tercer piso antes <strong>de</strong> 1815. El carácter <strong>de</strong> su<br />

padre había <strong>de</strong>spojado <strong>de</strong> todo encanto la evocación <strong>de</strong> la primera infancia. «No he vuelto a entrar en ese<br />

cuarto —pensó— <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el siete <strong>de</strong> marzo a las ocho <strong>de</strong> la noche. Salí para ir a buscar el pasaporte <strong>de</strong><br />

Vassi y al día siguiente el temor a los espías me hizo precipitar la partida. Cuando volví a pasar por aquí,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l viaje a Francia, no tuve tiempo <strong>de</strong> subir a mi cuarto, ni siquiera para ver mis grabados, todo<br />

gracias a la <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> mi hermano.»<br />

Fabricio volvió la cabeza con horror. «El abate Blanès tiene más <strong>de</strong> ochenta y tres años —se dijo<br />

tristemente—, y ya no viene casi nunca al castillo, según me ha contado mi hermana, los achaques <strong>de</strong> la<br />

vejez han producido su efecto. <strong>La</strong> edad ha helado ese corazón tan firme y tan noble. ¡Dios sabe el tiempo<br />

que hará que ya no sube al campanario! Me escon<strong>de</strong>ré en la bo<strong>de</strong>ga, bajo las tinajas y encima <strong>de</strong> la<br />

prensa, hasta que se <strong>de</strong>spierte; no iré a turbar el sueño <strong>de</strong>l pobre viejo; probablemente habrá olvidado<br />

hasta mi cara: ¡a esa edad, seis años representan mucho! ¡Ya sólo encontraré la tumba <strong>de</strong> un amigo! Y es<br />

una verda<strong>de</strong>ra niñería haber venido aquí a afrontar la repugnancia que me causa el castillo <strong>de</strong> mi padre.»<br />

Fabricio entraba ahora en la plazuela <strong>de</strong> la iglesia; con un asombro que rayaba en <strong>de</strong>lirio, vio en el<br />

segundo piso <strong>de</strong>l viejo campanario la ventana estrecha y alta iluminada por el farolito <strong>de</strong>l abate Blanès.<br />

El abate tenía la costumbre <strong>de</strong> posarlo allí al subir a la jaula <strong>de</strong> tablas que constituía su observatorio, a<br />

fin <strong>de</strong> que el reflejo no le impidiera leer en su planisferio. Este mapa <strong>de</strong>l cielo estaba extendido sobre<br />

una gran maceta <strong>de</strong> barro que había pertenecido antaño a un naranjo <strong>de</strong>l castillo. En el fondo <strong>de</strong> la maceta<br />

brillaba una exigua lámpara cuyo humo iba a parar fuera <strong>de</strong> la maceta a través <strong>de</strong> un tubo <strong>de</strong> hojalata; la<br />

sombra <strong>de</strong>l tubo marcaba el norte en el mapa. Todos estos recuerdos <strong>de</strong> cosas tan sencillas le inundaron<br />

el alma <strong>de</strong> emoción y <strong>de</strong> felicidad.<br />

Casi sin darse cuenta, emitió, con ayuda <strong>de</strong> ambas manos, el silbido suave y breve que era antaño la

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