La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
XXV<br />
<strong>La</strong> llegada <strong>de</strong> nuestro héroe sumió a Clelia en la <strong>de</strong>sesperación: la pobre muchacha, piadosa y sincera<br />
consigo misma, no podía menos <strong>de</strong> reconocer que no habría felicidad para ella lejos <strong>de</strong> Fabricio; pero<br />
cuando su padre fue medio envenenado, había hecho voto a la Madona <strong>de</strong> ofrecerle el sacrificio <strong>de</strong><br />
casarse con el marqués Crescenzi. Prometió también no volver a ver jamás a Fabricio, y ya la torturaban<br />
los más atroces remordimientos por la confesión a que se viera obligada en la carta que escribió a<br />
Fabricio la víspera <strong>de</strong> su evasión. ¡Cómo expresar lo que sintió su triste corazón cuando, distraída<br />
melancólicamente en ver revolotear sus pájaros, por costumbre y con ternura alzó los ojos a la ventana<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que en otro tiempo la mirara Fabricio, y le vio <strong>de</strong> nuevo saludándola con tierno respeto!<br />
Creyó que era una visión con que la castigaba el Cielo; luego, se impuso a su razón la terrible<br />
realidad. «Le han cogido <strong>de</strong> nuevo —se dijo—: ¡está perdido!» Y se repetía los comentarios emitidos en<br />
la fortaleza a raíz <strong>de</strong> la evasión: hasta los últimos carceleros se consi<strong>de</strong>raban mortalmente ofendidos.<br />
Clelia miró a Fabricio, y, a su pesar, aquella mirada expresó con toda claridad la pasión que la<br />
atormentaba.<br />
«¿Cree —parecía <strong>de</strong>cir a Fabricio— que hallaré la felicidad en ese palacio suntuoso que están<br />
preparando para mi? Mi padre me repite hasta la saciedad que usted es tan pobre como nosotros; pero<br />
¡Dios mío, con qué gozo compartiría yo con usted esta pobreza! ¡Mas no hemos <strong>de</strong> volver a vernos, pobre<br />
<strong>de</strong> mí!»<br />
Clelia no tuvo fuerzas para recurrir a los alfabetos: mirando a Fabricio, cayó <strong>de</strong>smayada en una silla<br />
cerca <strong>de</strong> la ventana. Sobre el alféizar <strong>de</strong> la misma reposaba su cara, y como había querido verle hasta el<br />
último instante, quedó con el rostro vuelto hacia Fabricio, que podía contemplarlo entero. Cuando al cabo<br />
<strong>de</strong> unos momentos abrió los ojos, su primera mirada fue para Fabricio: vio lágrimas en sus mejillas, pero<br />
eran lágrimas <strong>de</strong> gozo: veía que la ausencia no había logrado que Clelia le olvidara. Los dos pobres<br />
enamorados permanecieron mucho tiempo como fascinados mirándose uno a otro. Fabricio se atrevió a<br />
cantar, como si se acompañara con la guitarra, unas palabras improvisadas que <strong>de</strong>cían: «He vuelto a la<br />
prisión por verla; me van a juzgar».<br />
Estas palabras parecieron <strong>de</strong>spertar por completo la virtud <strong>de</strong> Clelia; se levantó rápidamente, se tapó<br />
los ojos y, con los gestos más expresivos que pudo conseguir, procuró hacerle compren<strong>de</strong>r que no <strong>de</strong>bía<br />
volver a verle nunca; así se lo había prometido a la Madona, y ahora le había mirado por olvido. Como<br />
Fabricio osara expresarle <strong>de</strong> nuevo toda la inmensa fuerza <strong>de</strong> su amor, Clelia escapó indignada y<br />
jurándose a sí misma no volver a verle jamás, pues tales eran los términos precisos <strong>de</strong> su promesa a la<br />
Madona: mis ojos no le verán nunca más. Había escrito estas palabras en un papel que su tío César le<br />
había permitido quemar sobre el altar en el momento <strong>de</strong>l ofertorio, mientras él <strong>de</strong>cía misa.<br />
Mas, a pesar <strong>de</strong> todos los juramentos, la presencia <strong>de</strong> Fabricio en la torre Farnesio hizo volver a<br />
Clelia a sus antiguas costumbres. Des<strong>de</strong> que él se fugara, casi siempre pasaba los días sola, en su cuarto.<br />
Ahora, apenas repuesta <strong>de</strong> la imprevista turbación que le había producido ver a Fabricio, se puso a<br />
recorrer el palacio y, por <strong>de</strong>cirlo así, a renovar el trato con todos sus amigos subalternos. Una vieja muy<br />
charlatana, empleada en la cocina, le dijo en tono misterioso:<br />
—Esta vez el señor don Fabricio no saldrá <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la.<br />
—No volverá a cometer la falta <strong>de</strong> pasar por encima <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la —repuso Clelia—,