La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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—Perfectamente; pero el viaje a Génova es un lujo inútil; conozco un hombre en <strong>Parma</strong> que, aunque<br />
todavía no ha estado nunca en galeras, llegará a estarlo sin duda alguna. Falsificará a la perfección la<br />
letra <strong>de</strong> la Sanseverina.<br />
Ante estas palabras, el con<strong>de</strong> Baldi abrió <strong>de</strong>smesuradamente sus hermosos ojos; por fin comprendía.<br />
—Si conoces a ese digno personaje <strong>de</strong> <strong>Parma</strong> en cuya carrera tienes tanta fe —dijo a Riscara la<br />
marquesa Raversi—, también él <strong>de</strong>be <strong>de</strong> conocerte a ti; su amante, su confesor, su amigo pue<strong>de</strong>n estar<br />
vendidos a la Sanseverina; prefiero diferir por unos días esta pequeña broma y no exponerme a ningún<br />
contratiempo. Poneos, pues, en camino antes <strong>de</strong> dos horas como unos buenos cor<strong>de</strong>ritos, no visitéis<br />
absolutamente a nadie en Génova y volved en seguida.<br />
El caballero Riscara escapó riendo y hablando por la nariz como Polichinela: «Hay que preparar el<br />
equipaje», <strong>de</strong>cía con a<strong>de</strong>mán burlesco. Quería <strong>de</strong>jar a Baldi solo con la dama.<br />
Pasados quince días, Riscara trajo ante la marquesa a su con<strong>de</strong> Baldi todo <strong>de</strong>sollado; por acortar seis<br />
leguas le habían hecho pasar una montaña a lomos <strong>de</strong> una mula; juraba que no le volverían a pescar para<br />
hacer largos viajes. Baldi entregó a la marquesa tres ejemplares <strong>de</strong> la carta que le había dictado, y otras<br />
cinco o seis cartas <strong>de</strong> la misma letra compuestas por Riscara y que acaso pudieran ser útiles en lo<br />
sucesivo. Una <strong>de</strong> estas cartas contenía muy bonitas burlas sobre los terrores nocturnos <strong>de</strong>l príncipe y la<br />
<strong>de</strong>plorable flacura <strong>de</strong> la marquesa Baldi, su amante, la cual <strong>de</strong>jaba —<strong>de</strong>cía la carta— la huella <strong>de</strong> unas<br />
tenazas en el cojín <strong>de</strong> las butacas con sólo sentarse un momento. Se habría jurado que todas las cartas<br />
estaban escritas <strong>de</strong> puño y letra <strong>de</strong> la duquesa Sanseverina.<br />
—Ahora ya sé con seguridad —dijo la marquesa— que el amiguito <strong>de</strong>l alma, Fabricio, se encuentra<br />
en Bolonia o en los alre<strong>de</strong>dores…<br />
—Estoy <strong>de</strong>masiado enfermo —exclamó el con<strong>de</strong> Baldi interrumpiéndola—; solicito la gracia <strong>de</strong> ser<br />
dispensado <strong>de</strong> ese otro viaje, o al menos quisiera obtener unos días <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso para reponer mi salud.<br />
—Me erijo en <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> su causa —dijo Riscara; se levantó y habló en voz baja a la marquesa.<br />
—Pues bien, sea; consiento en ello —respondió la marquesa sonriendo. Y, dirigiéndose a Baldi,<br />
añadió en tono <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso:<br />
—Tranquilícese, no hará ese viaje.<br />
—Gracias —exclamó el con<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong>l alma.<br />
En efecto, Riscara partió solo en silla <strong>de</strong> posta. Llevaba apenas dos días en Bolonia cuando divisó en<br />
una calesa a Fabricio y a la Marietta.<br />
«¡Diablo! —se dijo—, parece que nuestro futuro arzobispo no se anda con miramientos; habrá que<br />
hacer saber esto a la duquesa: le gustará muchísimo.» Riscara no tuvo más que seguir a Fabricio para<br />
averiguar su alojamiento. Al día siguiente por la mañana recibió nuestro héroe por un correo la carta <strong>de</strong><br />
fabricación genovesa; le pareció un poco corta, pero, por lo <strong>de</strong>más, no concibió sospecha alguna. <strong>La</strong> i<strong>de</strong>a<br />
<strong>de</strong> volver a ver a la duquesa y al con<strong>de</strong> le enloqueció <strong>de</strong> alegría, y por más que dijera Ludovico, alquiló<br />
un caballo en la posta y partió al galope. Sin que él lo sospechara, le seguía a distancia el caballero<br />
Riscara, que al llegar a seis leguas <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, en la posta anterior a Castelnovo, tuvo el gusto <strong>de</strong> ver una<br />
gran aglomeración en la plaza, frente a la cárcel <strong>de</strong>l lugar. Acababan <strong>de</strong> encerrar en ella a nuestro héroe,<br />
reconocido en la posta, cuando cambiaba <strong>de</strong> caballo, por dos esbirros escogidos y enviados por el con<strong>de</strong><br />
Zurla.<br />
Los ojuelos <strong>de</strong>l caballero Riscara brillaron <strong>de</strong> alegría; con paciencia ejemplar, comprobó todo lo que