La cartuja de Parma - Stendhal

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Después de buscar diversos rodeos para mitigar la noticia fatal, acabó al fin por decírselo todo. No era capaz de guardar un secreto cuya revelación le exigía ella. Aquellos nueve meses de extremado sufrimiento habían ejercido una gran influencia sobre su alma ardiente, la habían fortificado, y la duquesa no se dejó llevar a los sollozos o a las recriminaciones. Al día siguiente por la noche hizo hacer a Fabricio la señal de máximo peligro: Se ha incendiado el palacio. Fabricio contestó exactamente: ¿Se han quemado mis libros? La misma noche la duquesa tuvo la fortuna de hacerle llegar una carta dentro de una pelota de plomo. Ocho días después tuvo lugar la boda de la hermana del marqués Crescenzi, donde la duquesa cometió una enorme imprudencia de la que daremos cuenta en el lugar oportuno. [1] Del Litto aclara: «Literalmente: alfabeto empleado por las monjas».
XXI En la época de sus desventuras hacía ya casi un año que la duquesa había tenido un encuentro singular. Un día que estaba con la luna, como dicen en el país, se marchó de improviso por la noche a su palacio de Sacca, situado más allá de Colorno, sobre la colina que domina el Po. Gustaba de embellecer aquella finca; le agradaba la extensa floresta que corona la colina y linda con el palacio; se entretenía en hacer trazar unos senderos en direcciones pintorescas. —Un día la van a raptar los bandoleros, hermosa duquesa —le dijo una vez el príncipe—; es imposible que un bosque en el que se sabe que se pasea usted esté desierto. —Y el príncipe miraba al conde, cuyos celos pretendía azuzar. —No siento ningún miedo, Alteza Serenísima —respondió la duquesa en tono ingenuo—; cuando paseo por mis bosques me tranquiliza esta idea: si no he hecho mal a nadie, ¿quién podría odiarme? Estas palabras parecieron bastante osadas: hacían pensar en las injurias proferidas por los liberales del país, personas muy insolentes. El día del paseo a que nos referimos recordó la duquesa las palabras del príncipe al observar a un hombre muy mal vestido que la seguía de lejos a través de los bosques. En una revuelta inesperada del paseo se encontró tan de cerca con el desconocido que tuvo miedo. En el primer impulso llamó a su guarda de caza, al que había dejado a mil pasos de distancia, en el macizo de flores situado muy cerca del palacio. Al desconocido le dio tiempo para acercarse a ella y arrojarse a sus pies. Era joven, muy guapo, pero horriblemente mal vestido. Había en sus ropas desgarrones de un pie de longitud, pero sus ojos trasuntaban el fuego de un alma fogosa. —Estoy condenado a muerte, soy el médico Ferrante Palla [1] y me muero de hambre, lo mismo que mis cinco hijos. La duquesa observó que estaba horriblemente flaco; pero sus ojos eran tan hermosos y expresaban una exaltación tan tierna que excluían toda idea de crimen. «Pallagi —pensó la duquesa— habría debido dar esos ojos al San Juan en el desierto que acaba de colocar en la catedral.» Era la increíble flacura de Ferrante lo que le sugirió la idea del San Juan. Le dio tres cequíes que llevaba en la escarcela, y se disculpó de ofrecerle tan poco porque acababa de pagar una cuenta al jardinero. Ferrante le dio las gracias con efusión: —¡Ay de mí! —dijo—; en otros tiempos yo vivía en las ciudades, veía mujeres elegantes; desde que, por cumplir mis deberes de ciudadano, me han condenado a muerte, habito en los bosques, y la seguía, no para pedirle limosna o robarla, sino como un salvaje fascinado por una angélica belleza. ¡Hace tanto tiempo que no he visto dos bellas manos blancas!… —Álcese —le dijo la duquesa, pues Ferrante seguía de rodillas. —Permita que permanezca así; esta postura me prueba que ahora no estoy robando, y me tranquiliza; pues ha de saber que robo para vivir desde que se me impide ejercer mi profesión. Pero en este momento no soy más que un simple mortal que adora la belleza. La duquesa comprendió que estaba un poco loco, pero no tenía miedo; veía en los ojos de aquel hombre un alma ardiente y buena, y por otra parte no le desagradaban las fisonomías extraordinarias. —Soy médico y hacía la corte a la mujer del boticario de Parma, Sarasine [2] . Nos sorprendió y la echó de casa, así como a los tres hijos, sospechando con razón que eran míos y no suyos. Luego he tenido
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La cartuja de Parma narra la histor
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Advertencia Esta novela se escribi
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Gia mi fur dolci inviti a empir le
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loco, llamado Gros [1] , célebre m
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Esta época de imprevista felicidad
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pobres gentes, formaban un extraño
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de su ignorancia. «Si a mí, que n
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Dos o tres veces al año, Fabricio,
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servido en distintas banderas que
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dieciséis años. No se explicaba c
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mi derecha, vi un águila, el pája
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hizo cargo de los caballos, y, con
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curiosamente cómo Beyle, en moment
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avanzaba a través de los campos y
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Macon acaba de caer muerto. —¿Qu
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despanzurrado que se debatía en la
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distinguir los rostros. « ¡Y pens
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[1] Véase en mi prólogo la explic
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—Carga el fusil y ponte detrás d
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no tiréis más que a quemarropa, y
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nobles y devotos, aunque pertenecie
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Nuestro héroe miró a la carretera
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hospedería y les ordena que vengan
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El sargento, al salir de la hoster
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En el puntazo del muslo amenazaba u
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día más en París; te reconocerí
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—Pero, querido sargento, ¿a este
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caballo al general Conti cuando la
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Pero era muy importante conocer la
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días, en todas las comidas, ese ho
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VI Confesaremos con sinceridad que
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soberano, sin duda hombre de buen j
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del conde Nani». El conde Mosca se
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al adversario.» La condesa pensaba
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obtener esa condecoración; yo me b
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la capital. Seguramente le contrar
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llegaba en realidad a millón y med
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—Yo quisiera que fuese militar
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—¿Cómo? —exclamó la duquesa.
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influencia personal cerca del prín
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describir los salones de usted. Ha
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VII Con pequeños detalles tan insi
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Interesado en el juego, el príncip
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demás, sé sencillo, apostólico;
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entregarse a toda su furia; pasó t
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Dio una vuelta por la estancia sost
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Encontró —o más bien lo compró
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estaban reunidos sus camaradas, hac
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la credulidad de Fabricio le prive
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sobre todo si empleaba la ironía.
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prolongado error. Entonces no morir
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desastrado que al mismo tiempo serv
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producía una rara turbación. Se p
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X Sin dejar de moralizar, Fabricio
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—Y ello me causa más alegría qu
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XI Al salir del arzobispado, Fabric
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entusiasmo, y que me había prometi
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—¡Ten cuidado: te va a matar! ¡
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Marietta se abrazó a su cuello y l
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surgir es mi huida». El empleado s
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—Es mi marido —dijo la taberner
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¿Quiere que le acompañe a Ferrara
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viruelas? ¡Cuántas gracias tengo
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dar un paseo fuera de la ciudad. El
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letras de cambio, etc.» La duquesa
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arzobispo.» Pero mientras procurab
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Fabricio, que había bajado ya algu
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casa, se proveyó de buenas armas y
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heredero de Parma. Este pobre mance
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pasos, pero, sin ningún ademán ex
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abalanzaron a la brida del caballo
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habrá sacado del apuro a la polic
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«Me he aburrido tanto del amor que
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XIV Mientras Fabricio se dedicaba a
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ausencia puede ser de alguna duraci
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—¿Qué hay que hacer? —dijo al
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abrazaría… Pero por nada en el m
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a su propio salón, en el que reina
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—Perfectamente; pero el viaje a G
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XV A las dos horas, el pobre Fabric
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Barbone levantó la cabeza para mir
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a aquella cara rasgos un poco marca
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un esfuerzo sobre sí misma; apenas
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Page 185 and 186: la cárcel. —En ese caso, señor
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XXVI Los únicos momentos que ofrec
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por los remordimientos y por la pas
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XXVIII Arrastrados por los aconteci
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voz. La marquesa le hizo repetir do
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