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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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las cartas que te dé para Bolonia.<br />

<strong>La</strong> duquesa enviaba al arzobispo el original mismo <strong>de</strong> la carta <strong>de</strong>l príncipe; como este documento<br />

concernía a su primer gran vicario, le rogaba que lo <strong>de</strong>positara en los archivos <strong>de</strong>l arzobispado, don<strong>de</strong><br />

esperaba que los señores gran<strong>de</strong>s vicarios y los canónigos, colegas <strong>de</strong> su sobrino, tuvieran a bien<br />

enterarse <strong>de</strong>l mismo, todo ello con la condición <strong>de</strong> guardar el más profundo secreto.<br />

<strong>La</strong> duquesa escribía a monseñor <strong>La</strong>ndriani con una familiaridad que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encantar a aquel buen<br />

burgués; sólo la firma ocupaba tres líneas; la carta, muy amistosa, iba seguida <strong>de</strong> estas palabras:<br />

Angelina Cornelia Isola Valserra <strong>de</strong>l Dongo, duquesa Sanseverina.<br />

«Creo que no he escrito tantos nombres —se dijo sonriendo la duquesa— <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi contrato <strong>de</strong><br />

matrimonio con el pobre duque; pero a esas gentes sólo se las domina con cosas como éstas, y a los ojos<br />

<strong>de</strong> los burgueses la caricatura es bella.» No pudo acabar la noche sin ce<strong>de</strong>r a la tentación <strong>de</strong> escribir una<br />

carta sarcástica al pobre con<strong>de</strong>. Le anunciaba oficialmente, para su gobierno —<strong>de</strong>cía— en sus<br />

relaciones con las testas coronadas que no se sentía capaz <strong>de</strong> divertir a un ministro caído en <strong>de</strong>sgracia:<br />

«El príncipe le da miedo; cuando ya no pueda verlo, ¿me tocará a mí ese papel <strong>de</strong> causarle miedo?».<br />

Envió inmediatamente esta carta.<br />

El príncipe, por su parte, a las siete <strong>de</strong> la mañana siguiente mandó a buscar al con<strong>de</strong> Zurla, ministro<br />

<strong>de</strong>l Interior. «Vuelva a dar las ór<strong>de</strong>nes más severas —le dijo— a todos los po<strong>de</strong>stás para que se <strong>de</strong>tenga<br />

al individuo Fabricio <strong>de</strong>l Dongo. Se nos anuncia que acaso se atreva a reaparecer en nuestros estados.<br />

Como ese fugitivo se encuentra en Bolonia, don<strong>de</strong> parece <strong>de</strong>safiar la acción <strong>de</strong> nuestros tribunales,<br />

movilice esbirros que le conozcan personalmente: primero, en los pueblos <strong>de</strong> la carretera <strong>de</strong> Bolonia a<br />

<strong>Parma</strong>; segundo, en los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>l palacio <strong>de</strong> la duquesa Sanseverina, en Sacca, en su casa <strong>de</strong><br />

Castelnovo; tercero, en torno al castillo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Mosca. Me permito esperar <strong>de</strong> su alta pru<strong>de</strong>ncia, señor<br />

con<strong>de</strong>, que sabrá hurtar el conocimiento <strong>de</strong> estas ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> su soberano a la penetración <strong>de</strong>l con<strong>de</strong><br />

Mosca. Sepa que <strong>de</strong>seo la <strong>de</strong>tención <strong>de</strong> un tal Fabricio <strong>de</strong>l Dongo.»<br />

Apenas hubo salido este ministro, una puerta secreta dio paso cerca <strong>de</strong>l príncipe al fiscal general<br />

Rassi, que avanzó inclinado hasta el suelo y saludando a cada paso. <strong>La</strong> traza <strong>de</strong> este miserable era digna<br />

<strong>de</strong> la horca, digna <strong>de</strong> la infamia <strong>de</strong> su papel, y mientras los rápidos y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nados movimientos <strong>de</strong> sus<br />

ojos revelaban el conocimiento que tenía <strong>de</strong> sus méritos, el <strong>de</strong>sparpajo arrogante <strong>de</strong> las muecas <strong>de</strong> su<br />

boca <strong>de</strong>mostraban que sabía luchar contra el <strong>de</strong>sprecio.<br />

Como este personaje va a tener gran influencia en el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Fabricio, vale la pena <strong>de</strong>scribirle<br />

someramente. Era alto, con unos hermosos ojos muy inteligentes, pero un rostro picado <strong>de</strong> viruelas; como<br />

talento, lo poseía, y mucho, y <strong>de</strong>l más sagaz; tenía fama <strong>de</strong> conocer perfectamente la ciencia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho,<br />

pero brillaba sobre todo por el genio <strong>de</strong> los recursos. Como quiera que se presentara un asunto, sabía<br />

hallar fácilmente y en un momento los medios mejor fundados en <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> llegar a una con<strong>de</strong>na o a una<br />

absolución; era el rey <strong>de</strong> las sutilezas <strong>de</strong> fiscal.<br />

A este hombre, que las gran<strong>de</strong>s monarquías habrían envidiado al príncipe <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, no se le conocía<br />

más que una pasión: llegar al trato íntimo con los gran<strong>de</strong>s personajes y hacerse grato a ellos con sus<br />

bufonerías. Poco le importaba que el hombre po<strong>de</strong>roso se burlara <strong>de</strong> lo que él <strong>de</strong>cía o <strong>de</strong> su propia<br />

persona, o gastase bromas indignantes sobre la señora <strong>de</strong> Rassi; con tal <strong>de</strong> verle reír o <strong>de</strong> que le tratara<br />

con familiaridad, estaba contento. A veces el príncipe, no sabiendo ya cómo abusar <strong>de</strong> la dignidad <strong>de</strong><br />

aquel gran juez, la emprendía con él a puntapiés; si los puntapiés le hacían daño, lloraba. Pero el instinto<br />

<strong>de</strong> bufón era tan po<strong>de</strong>roso en él, que se le veía cada día preferir el salón <strong>de</strong> un ministro que le escarnecía

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