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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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—Es mi marido —dijo la tabernera—. Pedro Antonio —añadió dirigiéndose al marido—, este señor<br />

es un amigo <strong>de</strong> Ludovico; le ha ocurrido un percance esta mañana al otro lado <strong>de</strong>l río, y quiere huir a<br />

Ferrara.<br />

—Pues le pasaremos —dijo el marido muy atento—; contamos con la barca <strong>de</strong> Carlos José.<br />

Por otra <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> nuestro héroe, que confesaremos tan naturalmente como contamos su miedo en<br />

el puesto <strong>de</strong> policía <strong>de</strong>l extremo <strong>de</strong>l puente, tenía lágrimas en los ojos; estaba profundamente emocionado<br />

por la admirable voluntad que hallaba en aquellos pobres campesinos, pensaba también en la bondad<br />

característica <strong>de</strong> su tía. Habría querido hacer la fortuna <strong>de</strong> aquella gente. Volvió Ludovico cargado con<br />

un paquete.<br />

—No es cosa <strong>de</strong> broma —repuso Ludovico en tono alarmado—; se empieza a hablar por ahí <strong>de</strong><br />

usted: han observado que vaciló al entrar en nuestro vicolo y al alejarse <strong>de</strong> la calle principal como un<br />

hombre que procura escon<strong>de</strong>rse.<br />

—Suba <strong>de</strong> prisa a la habitación —dijo el marido.<br />

Esta habitación, muy gran<strong>de</strong> y muy bonita, tenía una tela gris en las ventanas en lugar <strong>de</strong> cristales; en<br />

ella se veían cuatro camas <strong>de</strong> seis pies <strong>de</strong> ancho y cinco <strong>de</strong> alto.<br />

—¡De prisa, <strong>de</strong> prisa! —dijo Ludovico—; hay aquí un gendarme muy fatuo que quería hacer la corte<br />

a la guapa moza <strong>de</strong> abajo, y al que yo predije que podría muy bien encontrarse con una bala cuando va <strong>de</strong><br />

servicio por la carretera; si ese perro oye hablar <strong>de</strong> Vuestra Excelencia, querrá hacernos una mala pasada<br />

y procurará <strong>de</strong>tenerle aquí para <strong>de</strong>sacreditar la trattoria <strong>de</strong> la Teodolinda.<br />

»¡Cómo es eso! —continuó Ludovico viendo la camisa <strong>de</strong> Fabricio toda manchada <strong>de</strong> sangre y unas<br />

heridas vendadas con pañuelos—; ¿<strong>de</strong> modo que el porco se ha <strong>de</strong>fendido? Esto es mucho más <strong>de</strong> lo que<br />

hace falta para que le <strong>de</strong>tengan, y no he comprado camisa.<br />

Abrió sin reparo el armario <strong>de</strong>l marido y dio una <strong>de</strong> sus camisas a Fabricio, que no tardó en estar<br />

vestido como un rico burgués <strong>de</strong> pueblo. Ludovico <strong>de</strong>scolgó una red <strong>de</strong> la pared, metió la ropa <strong>de</strong><br />

Fabricio en el cesto <strong>de</strong>l pescado, bajó corriendo y salió rápidamente por una puerta trasera. Fabricio le<br />

seguía.<br />

—Teodolinda —dijo al pasar cerca <strong>de</strong> la tienda—, escon<strong>de</strong> lo que ha quedado arriba, vamos a<br />

esperar entre los sauces. Y tú, Pedro Antonio, mándanos en seguida una barca; se pagará bien.<br />

Ludovico hizo pasar a Fabricio más <strong>de</strong> veinte acequias. Unas tablas muy largas y muy elásticas<br />

servían <strong>de</strong> puentes sobre los más anchos <strong>de</strong> aquellos canalillos; Ludovico retiraba las tablas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber pasado. Llegados al último canal, se apresuró a tirar <strong>de</strong> la tabla.<br />

—Ahora ya po<strong>de</strong>mos respirar —dijo—; ese perro <strong>de</strong> gendarme tendría que caminar más <strong>de</strong> dos<br />

leguas para alcanzar a Vuestra Excelencia. Está muy pálido —dijo a Fabricio—; no he olvidado la<br />

botellita <strong>de</strong> aguardiente.<br />

—Viene muy bien: la herida <strong>de</strong>l muslo comienza a doler, y a<strong>de</strong>más pasé un señor miedo en el puesto<br />

<strong>de</strong> policía <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong>l puente.<br />

—Lo creo —dijo Ludovico—; con una camisa llena <strong>de</strong> sangre como la suya, no me explico siquiera<br />

cómo se ha atrevido a entrar en semejante lugar. En cuanto a las heridas, <strong>de</strong> eso entiendo yo mucho: voy a<br />

ponerle en un lugar bien fresco don<strong>de</strong> podrá dormir una hora; la barca irá a buscarnos allí, si es que hay<br />

medio <strong>de</strong> conseguir una barca; si no, cuando esté un poco más <strong>de</strong>scansado, caminaremos todavía dos<br />

leguas escasas, y le llevaré a un molino don<strong>de</strong> cogeré yo mismo una barca. Vuestra Excelencia es mucho

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