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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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estaban reunidos sus camaradas, haciendo la rueda sobre los pies o sobre las manos, o cualquier otra<br />

graciosa payasada. Triunfaba en los papeles en que el actor tiene que aparecer con la cara enharinada o<br />

dar bastonazos a tutiplén. Este ilustre rival <strong>de</strong> Fabricio cobraba treinta y dos francos mensuales <strong>de</strong><br />

honorarios y se creía muy rico.<br />

Al con<strong>de</strong> Mosca le pareció volver <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong>l sepulcro cuando sus investigadores le dieron la<br />

certeza <strong>de</strong> todos estos <strong>de</strong>talles. Recuperó el humor simpático; se mostró más alegre y ameno que nunca en<br />

los salones <strong>de</strong> la duquesa y se guardó muy bien <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle nada <strong>de</strong> la pequeña aventura que le <strong>de</strong>volvía a<br />

la vida. Hasta tomó precauciones para que tardara lo más posible en enterarse <strong>de</strong> lo que pasaba. Tuvo, en<br />

fin, el valor <strong>de</strong> escuchar a la razón que le gritaba en vano <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía un mes que, cuando el mérito <strong>de</strong> un<br />

amante pali<strong>de</strong>ce, este amante <strong>de</strong>be hacer un viaje.<br />

Un asunto importante le condujo a Bolonia, y los correos <strong>de</strong> gabinete le llevaban dos veces al día,<br />

más que los papeles importantes <strong>de</strong> sus negociados, noticias <strong>de</strong> los amores <strong>de</strong> la pequeña Marietta, <strong>de</strong> la<br />

furia <strong>de</strong>l terrible Giletti y <strong>de</strong> las andanzas <strong>de</strong> Fabricio.<br />

Uno <strong>de</strong> los agentes <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> pidió varias veces Arlequín, esqueleto y tarta, uno <strong>de</strong> los éxitos <strong>de</strong><br />

Giletti (sale <strong>de</strong> la tarta en el momento en que su rival Brighella la empieza y le apalea); esto fue un<br />

pretexto para hacerle llegar cien francos. Giletti, acribillado <strong>de</strong> <strong>de</strong>udas, se guardó bien <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> esta<br />

buena suerte, pero se volvió <strong>de</strong> un orgullo pasmoso.<br />

El pasatiempo <strong>de</strong> Fabricio se convirtió en una cuestión <strong>de</strong> amor propio (¡ya a su edad las<br />

contrarieda<strong>de</strong>s le habían reducido a buscar pasatiempos!). <strong>La</strong> vanidad le llevaba al teatro; la mocita<br />

trabajaba muy alegremente y le divertía; al salir <strong>de</strong>l teatro estaba enamorado por una hora. El con<strong>de</strong><br />

volvió a <strong>Parma</strong> ante la noticia <strong>de</strong> que Fabricio corría peligros reales; Giletti, que había sido soldado en<br />

el magnífico regimiento <strong>de</strong> dragones <strong>de</strong> Napoleón, hablaba seriamente <strong>de</strong> matar a Fabricio, y estaba<br />

tomando medidas para huir en seguida a Romaña. Si el lector es muy joven, se escandalizará <strong>de</strong> nuestra<br />

admiración por este hermoso rasgo <strong>de</strong> virtud. Fue en realidad un poco heroico el esfuerzo que hubo <strong>de</strong><br />

hacer el con<strong>de</strong> para volver <strong>de</strong> Bolonia, pues, al fin y al cabo, muchas mañanas, su tez aparecía muy<br />

marchita, ¡y Fabricio tenía tanta lozanía, tanta serenidad! ¿Quién hubiera pensado en reprocharle la<br />

muerte <strong>de</strong> Fabricio, ocurrida en su ausencia, y por una causa tan estúpida? Pero el con<strong>de</strong> era una <strong>de</strong> esas<br />

almas raras para quienes representa un remordimiento eterno una acción generosa que pudieron realizar y<br />

que no realizaron; por otra parte, no podía soportar la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> ver triste a la duquesa, y por culpa <strong>de</strong> él.<br />

A su llegada, la encontró silenciosa y triste. He aquí lo que había ocurrido: Chekina, la doncella,<br />

atormentada por los remordimientos y midiendo la magnitud <strong>de</strong> su falta por la enormidad <strong>de</strong> la suma que<br />

recibió por cometerla, había enfermado. Una noche, la duquesa, que la quería, subió a su cuarto. <strong>La</strong><br />

mozuela no pudo resistir esta prueba <strong>de</strong> bondad; rompió a llorar, quiso <strong>de</strong>volver a su señora lo que le<br />

quedaba <strong>de</strong> la suma recibida y tuvo en fin el valor <strong>de</strong> confesarle las preguntas que le hiciera el con<strong>de</strong> y<br />

sus propias respuestas. <strong>La</strong> duquesa se dirigió a la lámpara, la apagó y dijo a Chekina que la perdonaba,<br />

pero a condición <strong>de</strong> que no diría jamás una palabra <strong>de</strong> aquella extraña escena a nadie <strong>de</strong>l mundo. «El<br />

pobre con<strong>de</strong> —añadió en un tono ligero— teme el ridículo; todos los hombres son así.»<br />

<strong>La</strong> duquesa se apresuró a bajar a sus habitaciones. Apenas encerrada en su cuarto, se <strong>de</strong>shizo en<br />

lágrimas; era horrible la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que pudiera tener amores carnales con Fabricio, al que viera nacer. Y no<br />

obstante, ¿qué significaba su conducta?<br />

Ésta era la primera causa <strong>de</strong> la negra melancolía en que el con<strong>de</strong> la encontró. Llegado éste, la<br />

duquesa tuvo accesos <strong>de</strong> impaciencia contra él y contra Fabricio; hubiera querido no volver a verlos, ni a

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