La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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VI<br />
Confesaremos con sinceridad que los celos <strong>de</strong>l canónigo Borda no eran <strong>de</strong>l todo injustificados: a su<br />
regreso <strong>de</strong> Francia, Fabricio le pareció a la con<strong>de</strong>sa Pietranera como un extranjero muy guapo al que<br />
hubiera conocido mucho en otro tiempo. Si él le hubiese hablado <strong>de</strong> amor, ella le habría amado; ¿no<br />
sentía ya por su conducta y por su persona una admiración apasionada y, por <strong>de</strong>cirlo así, sin límites?<br />
Pero Fabricio la besaba con tal efusión <strong>de</strong> inocente gratitud y <strong>de</strong> puro afecto, que la con<strong>de</strong>sa se habría<br />
causado horror a sí misma si hubiera buscado otro sentimiento en aquel cariño casi filial. «En el fondo —<br />
se <strong>de</strong>cía la con<strong>de</strong>sa—, algunos amigos que me han conocido hace seis años en la corte <strong>de</strong>l príncipe<br />
Eugenio pue<strong>de</strong>n encontrarme todavía bonita y hasta joven, más para él soy tina dama respetable… y, si he<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo todo sin miramientos para mi amor propio, una mujer madura.» <strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa se hacía ilusiones<br />
sobre la época <strong>de</strong> la vida a que había llegado, pero no al modo <strong>de</strong> las mujeres vulgares. «Por otra parte,<br />
a su edad —añadía—, se exageran un poco los estragos <strong>de</strong>l tiempo; un hombre más avanzado en la<br />
vida… »<br />
<strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa, que estaba paseándose por su salón, se <strong>de</strong>tuvo ante un espejo; luego sonrió. Conviene<br />
saber que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algunos meses, el corazón <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa Pietranera experimentaba serios ataques,<br />
y por un singular personaje. Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> salir Fabricio para Francia, la con<strong>de</strong>sa, que sin<br />
confesárselo a sí misma enteramente, comenzaba a pensar mucho en él, había caído en una profunda<br />
melancolía. Todas sus ocupaciones le parecían aburridas y, si se permite la expresión, insípidas; se <strong>de</strong>cía<br />
que Napoleón, que quería atraerse a sus pueblos <strong>de</strong> Italia, tomaría a Fabricio como ayudante <strong>de</strong> campo.<br />
«¡Se ha perdido para mí! —exclamaba llorando—, no le veré más; me escribirá, pero ¿qué seré yo para<br />
él <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> diez años?»<br />
En estas disposiciones hizo un viaje a Milán, don<strong>de</strong> esperaba encontrar noticias más directas <strong>de</strong><br />
Napoleón y quién sabe si, por carambola, noticias <strong>de</strong> Fabricio. Sin confesárselo, aquella alma activa<br />
comenzaba a cansarse <strong>de</strong> la vida monótona que llevaba en el campo. «Esto es tratar <strong>de</strong> no morir, pero no<br />
es vivir. ¡Ver cada día esas cabezas empolvadas, el hermano, el sobrino Ascanio, los criados! ¿Qué<br />
serían sin Fabricio los paseos por el lago?» No tenía otro consuelo que la amistad <strong>de</strong> la marquesa. Pero,<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algún tiempo, esta intimidad con la madre <strong>de</strong> Fabricio, <strong>de</strong> más edad que ella y <strong>de</strong>sesperada<br />
<strong>de</strong> la vida, comenzaba a serle menos agradable.<br />
Tal era la singular situación <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa Pietranera: ausente Fabricio, esperaba poco <strong>de</strong>l porvenir;<br />
su corazón estaba necesitado <strong>de</strong> consuelo y <strong>de</strong> algo nuevo. En Milán, se apasionó por la ópera <strong>de</strong> moda;<br />
iba a encerrarse sola, durante largas horas, en <strong>La</strong> Scala, en el palco <strong>de</strong>l general Scotti, su antiguo amigo.<br />
Los hombres a quienes procuraba encontrar por conseguir noticias <strong>de</strong> Napoleón y <strong>de</strong> su ejército, le<br />
parecían vulgares y ordinarios. Al volver a su casa, improvisaba en el piano hasta las tres <strong>de</strong> la mañana.<br />
Una noche, en <strong>La</strong> Scala, en el palco <strong>de</strong> una amiga suya, al que acudió buscando noticias <strong>de</strong> Francia, le<br />
presentaron al con<strong>de</strong> Mosca, ministro <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>. Era un hombre agradable y que habló <strong>de</strong> Francia y <strong>de</strong><br />
Napoleón en términos muy propios para sugerir a su corazón nuevas razones para esperar o para temer.<br />
Tornó a aquel palco al día siguiente; aquel hombre inteligente volvió también, y todo el tiempo que duró<br />
el espectáculo la con<strong>de</strong>sa le habló con gusto. Des<strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> Fabricio, no había pasado una noche<br />
tan animada como aquélla. Aquel hombre que la entretenía, el con<strong>de</strong> Mosca <strong>de</strong>lla Rovere Sorezana, era<br />
entonces ministro <strong>de</strong> la Guerra, <strong>de</strong> Policía y <strong>de</strong> Finanzas <strong>de</strong>l famoso príncipe <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, Ernesto IV, tan