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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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ejemplo, cincuenta liberales fusilados en España— [1] , el narrador no habría <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> quedar convicto<br />

<strong>de</strong> haber leído un periódico francés. <strong>La</strong> obra maestra <strong>de</strong> la habilidad <strong>de</strong> todas aquellas gentes era lograr<br />

cada diez años un aumento <strong>de</strong> pensión <strong>de</strong> ciento cincuenta francos. Así es como el príncipe comparte con<br />

su nobleza el placer <strong>de</strong> reinar sobre todos los burgueses y campesinos.<br />

El principal personaje, sin discusión posible, <strong>de</strong>l salón Crescenzi era el caballero Foscarini,<br />

perfectamente honrado; por eso había estado algún tiempo preso bajo todos los regímenes. Era miembro<br />

<strong>de</strong> aquella famosa Cámara <strong>de</strong> Diputados que, en Milán, rechazó la ley <strong>de</strong> registro presentada por<br />

Napoleón, rasgo muy raro en la historia. El caballero Foscarini, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber sido veinte años amigo<br />

<strong>de</strong> la madre <strong>de</strong>l marqués, seguía siendo el hombre influyente en la casa. Siempre tenía algún cuento<br />

divertido que contar, pero nada escapaba a su perspicacia, y la nueva marquesa, que se sentía culpable en<br />

el fondo <strong>de</strong> su corazón, temblaba ante él.<br />

Como Gonzo sentía una verda<strong>de</strong>ra pasión por el gran señor, que le <strong>de</strong>cía groserías y le hacía llorar<br />

una o dos veces al año, tenía la manía <strong>de</strong> procurar prestarle algunos pequeños servicios, y, <strong>de</strong> no<br />

paralizarle las costumbres <strong>de</strong> su extremada pobreza, habría podido triunfar <strong>de</strong> vez en cuando, pues no<br />

carecía <strong>de</strong> cierta agu<strong>de</strong>za y <strong>de</strong> un <strong>de</strong>scaro mucho mayor.<br />

Gonzo, tal como le hemos <strong>de</strong>scrito, <strong>de</strong>spreciaba bastante a la marquesa Crescenzi, porque ésta no le<br />

había dirigido en su vida una sola frase <strong>de</strong>scortés; mas al fin y al cabo era la mujer <strong>de</strong>l famoso marqués<br />

Crescenzi, caballero <strong>de</strong> honor <strong>de</strong> la princesa y que una vez o dos al mes <strong>de</strong>cía a Gonzo:<br />

—Cállate, Gonzo, eres un estúpido.<br />

Gonzo observó que siempre que se hablaba <strong>de</strong> Anetta Marini, la marquesa salía por un momento <strong>de</strong>l<br />

ensimismamiento y <strong>de</strong> la indiferencia en que habitualmente estaba absorta hasta que daban las once, hora<br />

en que preparaba el té y ofrecía una taza a cada hombre presente, llamándole por su nombre. Después <strong>de</strong><br />

esto, en el momento <strong>de</strong> retirarse a sus habitaciones, parecía recobrar un poco <strong>de</strong> animación, y era éste el<br />

momento que elegían para recitarle los sonetos satíricos.<br />

En Italia los hacen excelentes: es el único género <strong>de</strong> literatura que tiene aún un poco <strong>de</strong> vida; verdad<br />

es que no está sometido a la censura, y los cortesanos <strong>de</strong> la casa Crescenzi anunciaban siempre su soneto<br />

con estas palabras: ¿Permite la señora marquesa que recitemos ante ella un soneto muy malo?, y<br />

cuando el soneto había hecho reír y había sido repetido dos o tres veces, no <strong>de</strong>jaba nunca <strong>de</strong> exclamar<br />

uno <strong>de</strong> los oficiales: El señor ministro <strong>de</strong> Policía <strong>de</strong>biera ocuparse <strong>de</strong> hacer ahorcar un poco a los<br />

autores <strong>de</strong> tales infamias. <strong>La</strong>s socieda<strong>de</strong>s burguesas, por el contrario, acogen estos sonetos con la más<br />

franca admiración, y los amanuenses <strong>de</strong> los fiscales ven<strong>de</strong>n copias.<br />

Por aquella especie <strong>de</strong> curiosidad mostrada por la marquesa, Gonzo se figuró que se había alabado<br />

<strong>de</strong>masiado en su presencia la belleza <strong>de</strong> la Marini, dueña por otra parte <strong>de</strong> una fortuna <strong>de</strong> un millón, y que<br />

la marquesa tenía celos. Como con su sonrisa continua y su <strong>de</strong>scaro absoluto hacía todo el que no era<br />

noble, Gonzo entraba en todas partes, al día siguiente llegó al salón <strong>de</strong> la marquesa llevando su tricornio<br />

<strong>de</strong> plumas <strong>de</strong> cierto modo triunfal, y que sólo se le veía una o dos veces al año, cuando el príncipe le<br />

había dicho:<br />

—Adiós, Gonzo.<br />

Después <strong>de</strong> saludar respetuosamente a la marquesa, Gonzo no se alejó como <strong>de</strong> costumbre para ir a<br />

ocupar su sitio en el sillón que acababan <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lantarle. Se plantó en medio <strong>de</strong>l corro y exclamó<br />

brutalmente:

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