La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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<strong>de</strong> una vida elegante y ligera tomaron para ella como un matiz <strong>de</strong> novedad que las hacía sagradas; no<br />
estaba en disposición <strong>de</strong> burlarse <strong>de</strong> nada, ni siquiera <strong>de</strong> un enamorado <strong>de</strong> cuarenta y cinco años y tímido.<br />
Ocho días más tar<strong>de</strong>, la temeridad <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> habría podido recibir una acogida muy distinta.<br />
En <strong>La</strong> Scala es costumbre no prolongar más <strong>de</strong> veinte minutos esas pequeñas visitas que se hacen a<br />
los palcos. El con<strong>de</strong> pasó toda la velada en aquel en que tenía la dicha <strong>de</strong> encontrar a la con<strong>de</strong>sa<br />
Pietranera. «¡Es una mujer —se <strong>de</strong>cía— que me <strong>de</strong>vuelve todas las locuras <strong>de</strong> la juventud!» Pero se daba<br />
perfecta cuenta <strong>de</strong>l peligro. «Mi calidad <strong>de</strong> pachá omnipotente a cuarenta leguas <strong>de</strong> aquí, ¿hará que se me<br />
perdone esta tontería?; ¡me aburro tanto en <strong>Parma</strong>!» No obstante, cada cuarto <strong>de</strong> hora hacía el firme<br />
propósito <strong>de</strong> marcharse.<br />
—Hay que confesar, señora —dijo sonriendo a la con<strong>de</strong>sa—, que en <strong>Parma</strong> me muero <strong>de</strong> tedio, y<br />
<strong>de</strong>be serme permitido que me embriague <strong>de</strong> placer cuando lo encuentro en mi camino. Debe, pues,<br />
permitirme que, sin consecuencias, y por una noche, haga cerca <strong>de</strong> usted el papel <strong>de</strong> enamorado. Por<br />
<strong>de</strong>sgracia mía, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> pocos días estaré muy lejos <strong>de</strong> este palco que me hace olvidar todas las<br />
contrarieda<strong>de</strong>s y hasta —dirá usted— todas las conveniencias.<br />
Pasados ocho días <strong>de</strong> esta visita monstruo al palco <strong>de</strong> <strong>La</strong> Scala, y como consecuencia <strong>de</strong> varios<br />
pequeños inci<strong>de</strong>ntes cuyo relato acaso pareciera largo, el con<strong>de</strong> Mosca estaba completamente loco <strong>de</strong><br />
amor, y la con<strong>de</strong>sa pensaba ya que la edad no <strong>de</strong>bía ser un obstáculo cuando el caballero resultaba<br />
agradable. Así estaban las cosas, cuando Mosca fue requerido por un correo <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>. Dijérase que su<br />
príncipe tenía miedo a estar solo. <strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa tomó a Grianta; como su imaginación no <strong>de</strong>coraba aquel<br />
bello lugar, le pareció <strong>de</strong>sierto. «¿Me habré aficionado a ese hombre?», se <strong>de</strong>cía. Mosca escribió con<br />
toda naturalidad; la ausencia le había quitado la fuente <strong>de</strong> todos sus pensamientos; sus cartas eran<br />
entretenidas, y por una pequeña singularidad que no fue mal interpretada, para evitar los comentarios <strong>de</strong>l<br />
marqués <strong>de</strong>l Dongo, que no gustaba <strong>de</strong> pagar portadores <strong>de</strong> cartas, el con<strong>de</strong> enviaba unos correos que<br />
echaban las suyas en Como, en Lecco, en Varese, o en cualquiera otra <strong>de</strong> las pequeñas y encantadoras<br />
ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>l lago. Aspiraba con esto a que el correo le llevara las respuestas y lo<br />
consiguió.<br />
No tardaron los días <strong>de</strong> correo en ser un acontecimiento Para la con<strong>de</strong>sa; le traían flores, frutas,<br />
pequeños regalos sin valor, pero que le hacían ilusión, lo mismo que a su cuñada. El recuerdo <strong>de</strong>l con<strong>de</strong><br />
iba unido a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su gran po<strong>de</strong>río; la con<strong>de</strong>sa se interesaba ahora por todo lo que se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> él;<br />
hasta los liberales rendían homenaje a sus talentos.<br />
<strong>La</strong> causa principal <strong>de</strong> la mala reputación <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> era que pasaba por jefe <strong>de</strong>l partido ultra en la<br />
corte <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, y que el partido liberal tenía a la cabeza a una intrigante capaz <strong>de</strong> todo, incluso <strong>de</strong><br />
triunfar: la marquesa Raversi, inmensamente rica [4] . El príncipe tenía mucho cuidado <strong>de</strong> no <strong>de</strong>sanimar a<br />
aquel <strong>de</strong> los dos partidos que no estaba en el po<strong>de</strong>r; sabía muy bien que él sería siempre el amo, hasta<br />
con un ministerio salido <strong>de</strong> los salones <strong>de</strong> la marquesa Raversi. Se contaban en Grianta mil <strong>de</strong>talles <strong>de</strong><br />
estas intrigas: la ausencia <strong>de</strong> Mosca, al que todo el mundo juzgaba como un ministro <strong>de</strong> gran talento y un<br />
hombre <strong>de</strong> acción, permitía no pensar en la cabeza empolvada, símbolo <strong>de</strong> todo lo aburrido y triste; era<br />
un <strong>de</strong>talle sin consecuencias, una <strong>de</strong> las obligaciones <strong>de</strong> la corte, en la que, por lo <strong>de</strong>más, <strong>de</strong>sempeñaba<br />
el con<strong>de</strong> tan lucido papel.<br />
«Una corte es cosa ridícula —<strong>de</strong>cía la con<strong>de</strong>sa—, pero divertida; es como un juego que interesa,<br />
pero que impone sus reglas. ¿Acaso se le ha ocurrido a nadie rebelarse contra la ridiculez <strong>de</strong> las reglas<br />
<strong>de</strong>l piquet? Y no obstante, una vez que uno se ha acostumbrado a las reglas, resulta agradable dar capote