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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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—Yo quisiera que fuese militar —dijo la duquesa.<br />

—¿Aconsejaría usted a un soberano que confiase un puesto que algún día pue<strong>de</strong> llegar a tener cierta<br />

importancia, a un joven, primero, susceptible <strong>de</strong> entusiasmo; segundo, que muestra ese entusiasmo por<br />

Napoleón hasta el punto <strong>de</strong> ir en pos <strong>de</strong> él a Waterloo? No tendríamos liberales que temer, es cierto, pero<br />

los soberanos <strong>de</strong> las antiguas familias no podrían reinar sino casándose con las hijas <strong>de</strong> los mariscales.<br />

Así, la carrera militar para Fabricio es la vida <strong>de</strong> la ardilla en una jaula giratoria: mucho movimiento<br />

para no moverse <strong>de</strong>l sitio. Tendrá el disgusto <strong>de</strong> verse postergado por todas las <strong>de</strong>vociones plebeyas. <strong>La</strong><br />

primera cualidad en un joven <strong>de</strong> hoy —es <strong>de</strong>cir, acaso durante cincuenta años, mientras nos dure el miedo<br />

y no sea restablecida la religión— consiste en no ser inclinado al entusiasmo y en no tener talento.<br />

»He pensado una cosa, pero una cosa que, por lo pronto, va a suscitar su airada protesta y me va a<br />

dar a mí trabajos infinitos durante más <strong>de</strong> un día: se trata <strong>de</strong> una locura que quiero hacer por usted. Pero<br />

dígame, si lo sabe, qué locura no haré yo por obtener una sonrisa suya.<br />

—¿Y qué es ello? —inquirió la duquesa.<br />

—Pues que en el arzobispado <strong>de</strong> <strong>Parma</strong> hemos tenido tres nombres <strong>de</strong> su familia: Ascanio <strong>de</strong>l Dongo,<br />

que escribió en 16… ; Fabricio en 1699, y un segundo Ascanio en 1740. Si Fabricio quiere entrar en la<br />

prelatura y distinguirse por virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> primer or<strong>de</strong>n, le hago obispo <strong>de</strong> cualquier sitio y luego arzobispo<br />

aquí, suponiendo que continúe mi influencia. <strong>La</strong> objeción seria es ésta: ¿seré yo ministro el tiempo<br />

suficiente para realizar ese bonito plan que requiere varios años? El príncipe pue<strong>de</strong> morir, o pue<strong>de</strong> tener<br />

el mal gusto <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirme. Pero en fin, es el único medio que tengo <strong>de</strong> hacer por Fabricio algo digno <strong>de</strong><br />

usted.<br />

Discutieron mucho tiempo; esta i<strong>de</strong>a repugnaba profundamente a la duquesa.<br />

—Vuelva a <strong>de</strong>mostrarme que cualquier otra carrera es imposible para Fabricio.<br />

El con<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>mostró.<br />

—Le apena renunciar al brillante uniforme —añadió—; pero en eso no veo qué pueda hacer yo.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un mes que la duquesa había pedido para reflexionar, se rindió suspirando a los cuerdos<br />

proyectos <strong>de</strong>l ministro.<br />

—O montar muy almidonado un caballo inglés en cualquier gran ciudad —repetía el con<strong>de</strong>—, o<br />

tomar un estado que no <strong>de</strong>sdice <strong>de</strong> su alcurnia; no veo término medio. Por <strong>de</strong>sgracia, un noble no pue<strong>de</strong><br />

hacerse ni médico ni abogado, y éste es el siglo <strong>de</strong> los abogados. Recuer<strong>de</strong> siempre, señora mía —<br />

repetía el con<strong>de</strong>—, que usted proporciona a su sobrino, por las calles <strong>de</strong> Milán, la suerte <strong>de</strong> los jóvenes<br />

<strong>de</strong> su edad que pasan por los más afortunados. Una vez obtenido el perdón, le da quince, veinte, treinta<br />

mil francos, poco importa, puesto que ni usted ni yo preten<strong>de</strong>mos hacer economías.<br />

<strong>La</strong> duquesa era sensible a la gloria, no quería que Fabricio fuera un simple <strong>de</strong>rrochador; volvió al<br />

plan <strong>de</strong> su amante.<br />

—Observe —le dijo el con<strong>de</strong>— que yo no pretendo hacer <strong>de</strong> Fabricio un sacerdote ejemplar como se<br />

ven tantos. No, él es ante todo un gran señor; podrá seguir siendo, si le parece, perfectamente ignorante, y<br />

no por eso <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> ser obispo y arzobispo, si el príncipe continúa consi<strong>de</strong>rándome hombre útil.<br />

»Si sus ór<strong>de</strong>nes se dignan elevar mi proposición a <strong>de</strong>creto inmutable —añadió el con<strong>de</strong>—, no<br />

conviene en modo alguno que <strong>Parma</strong> vea a nuestro protegido en una posición poco brillante. Su fortuna<br />

chocaría <strong>de</strong>spués si se le conociera aquí <strong>de</strong> simple sacerdote; en <strong>Parma</strong> sólo <strong>de</strong>be aparecer con las<br />

medias violeta y el tren <strong>de</strong> vida a<strong>de</strong>cuado. Todo el mundo adivinará que su sobrino ha <strong>de</strong> ser obispo, y a

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