La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>de</strong>más, sé sencillo, apostólico; nada <strong>de</strong> ingenio, nada <strong>de</strong> lucimiento, nada <strong>de</strong> rapi<strong>de</strong>z en las réplicas; si no<br />
le asustas, gustará <strong>de</strong> tu trato; piensa que es necesario que por su propio impulso te nombre gran vicario<br />
suyo. El con<strong>de</strong> y yo nos mostraremos sorprendidos y hasta contrariados por tan rápido ascenso; esto es<br />
cosa esencial con el soberano.<br />
Fabricio fue enseguida al arzobispado; por fortuna, el ayuda <strong>de</strong> cámara <strong>de</strong>l buen prelado, un poco<br />
sordo, no oyó el nombre Del Dongo, y anunció a un sacerdote joven llamado Fabricio; el arzobispo<br />
estaba con un cura <strong>de</strong> costumbres poco ejemplares al que había llamado para amonestarle. Se hallaba,<br />
pues, en el trance, muy penoso para él, <strong>de</strong> echar una reprimenda, y quería <strong>de</strong>spachar <strong>de</strong> una vez tan<br />
<strong>de</strong>sagradable <strong>de</strong>ber. Esto fue causa <strong>de</strong> que hiciera esperar tres cuartos <strong>de</strong> hora largos al nieto <strong>de</strong>l gran<br />
arzobispo Ascanio <strong>de</strong>l Dongo.<br />
No es fácil <strong>de</strong>scribir sus excusas y su <strong>de</strong>solación cuando, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> acompañar al cura hasta la<br />
segunda antesala y al preguntar a aquel hombre que esperaba en qué podía servirle, vio las medias<br />
moradas y oyó el nombre <strong>de</strong> Fabricio <strong>de</strong>l Dongo. <strong>La</strong> cosa pareció tan divertida a nuestro héroe, que ya<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> esta primera visita se arriesgó a besar la mano al prelado en un arranque <strong>de</strong> ternura. Había que oír<br />
al arzobispo repetir con <strong>de</strong>sesperación: «¡Un Del Dongo esperar en mi antesala!». Se creyó obligado a<br />
contarle, a manera <strong>de</strong> excusa, toda la anécdota <strong>de</strong>l cura, sus culpas, sus respuestas, etc.<br />
«¡Es posible —se <strong>de</strong>cía Fabricio al volver al palacio Sanseverina— que sea éste el hombre que hizo<br />
acelerar el suplicio <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Palanza!»<br />
—¿Qué piensa Vuestra Excelencia? —dijo sonriendo al con<strong>de</strong> Mosca al verle entrar en casa <strong>de</strong> la<br />
duquesa. (El con<strong>de</strong> no quería que Fabricio le llamara Excelencia.)— Caigo <strong>de</strong> las nubes; no sabía yo<br />
nada <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong> los hombres; si no conociera su nombre, habría apostado que no es capaz <strong>de</strong> ver<br />
matar una mosca.<br />
—Y habrías ganado —repuso el con<strong>de</strong>—, pero cuando está en presencia <strong>de</strong>l príncipe, o simplemente<br />
en presencia mía, no sabe <strong>de</strong>cir no. <strong>La</strong> verdad es que para producir todo el efecto, he <strong>de</strong> llevar el gran<br />
cordón amarillo sobre el uniforme; viéndome vestido <strong>de</strong> frac, se atrevería a contra<strong>de</strong>cirme, y por eso<br />
para recibirle me pongo siempre un uniforme. No hemos <strong>de</strong> ser nosotros los que <strong>de</strong>struyamos el prestigio<br />
<strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r: ya se encargan <strong>de</strong> <strong>de</strong>molerlo bastante aprisa los periódicos franceses; la manía respetuosa<br />
vivirá apenas tanto como nosotros, y tú, sobrino, sobrevivirás al respeto. ¡Tú ya serás un hombre<br />
cualquiera!<br />
Fabricio gustaba mucho <strong>de</strong> la compañía <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>: era el primer hombre superior que se había<br />
dignado hablarle sin comedia. A<strong>de</strong>más tenían una afición común, la <strong>de</strong> las antigüeda<strong>de</strong>s y las<br />
excavaciones. Al con<strong>de</strong>, por su parte, le halagaba la extraordinaria atención con que le escuchaba el<br />
mozo; pero había un inconveniente capital: Fabricio se alojaba en el palacio Sanseverina, se pasaba la<br />
vida con la duquesa, <strong>de</strong>jaba traslucir con toda inocencia que esta intimidad le hacía feliz, y Fabricio tenía<br />
unos ojos, una tez y una lozanía <strong>de</strong>sesperantes.<br />
Des<strong>de</strong> hace tiempo, Ranucio Ernesto IV, que rara vez tropezaba con mujeres esquivas, estaba<br />
ofendido <strong>de</strong> que la virtud <strong>de</strong> la duquesa, bien conocida en la corte, no hiciera una excepción en su favor.<br />
Ya hemos visto que el ingenio y la presencia <strong>de</strong> ánimo <strong>de</strong> Fabricio le habían molestado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer<br />
día. No le agradó el extraordinario afecto que la tía y el sobrino se <strong>de</strong>mostraban sin ningún disimulo;<br />
prestó oídos con suma atención a los comentarios <strong>de</strong> sus cortesanos, que fueron infinitos. <strong>La</strong> llegada <strong>de</strong><br />
aquel mancebo y la audiencia tan extraordinaria que había obtenido constituyeron durante mucho tiempo