La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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XV<br />
A las dos horas, el pobre Fabricio, esposado y amarrado por una larga ca<strong>de</strong>na a la sediola en que le<br />
hicieron subir, iba camino <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la <strong>de</strong> <strong>Parma</strong> custodiado por ocho gendarmes. Tenían or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />
llevarse con ellos a todos los gendarmes <strong>de</strong> guarnición en los pueblos <strong>de</strong>l trayecto; el propio po<strong>de</strong>stá<br />
seguía a aquel prisionero <strong>de</strong> importancia. A eso <strong>de</strong> las siete <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, la sediola escoltada por todos<br />
los chicuelos <strong>de</strong> <strong>Parma</strong> y por treinta gendarmes, atravesó el hermoso paseo, pasó ante el palacete que<br />
habitaba la Fausta unos meses antes y por fin se paró ante la puerta exterior <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la en el<br />
momento preciso en que salían el general Fabio Conti y su hija. El carruaje <strong>de</strong>l gobernador se <strong>de</strong>tuvo<br />
antes <strong>de</strong> llegar al puente levadizo para que entrara la sediola en la cual iba atado Fabricio; el general<br />
gritó que se cerraran las puertas <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la y se apresuró a bajar al registro <strong>de</strong> entrada para<br />
enterarse <strong>de</strong> qué se trataba. No fue leve su sorpresa cuando reconoció al prisionero, que, atado a la<br />
sediola durante tan largo trayecto, estaba entumecido y rígido. Cuatro gendarmes le habían sacado y<br />
conducido al registro <strong>de</strong> ingreso.<br />
«¡Conque tengo en mi po<strong>de</strong>r —se dijo el vanidoso gobernador— al célebre Fabricio <strong>de</strong>l Dongo, <strong>de</strong>l<br />
que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace un año, parece ocuparse exclusivamente la alta sociedad <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>!»<br />
El general le había visto veinte veces en la corte, en el palacio <strong>de</strong> la duquesa y en otros sitios; pero<br />
se guardó muy bien <strong>de</strong> hacer ver que le conocía: habría temido comprometerse.<br />
—Que se abra —gritó al empleado <strong>de</strong> la prisión— un atestado verbal muy minucioso <strong>de</strong> la entrega<br />
que me hace el digno po<strong>de</strong>stá <strong>de</strong> Castelnovo.<br />
Barbone, el escribiente, personaje terrible por el volumen <strong>de</strong> su barba y su continente marcial, tomó<br />
un aire más imponente que <strong>de</strong> costumbre: parecía un carcelero alemán. Creyendo saber que había sido<br />
especialmente la duquesa Sanseverina la que impidiera que su amo, el gobernador, llegara a ser ministro<br />
<strong>de</strong> la Guerra, se mostró con el preso más insolente que <strong>de</strong> costumbre; le dirigía la palabra tratándole <strong>de</strong><br />
voi, que es en italiano la manera <strong>de</strong> hablar a los criados.<br />
—Soy prelado <strong>de</strong> la santa Iglesia romana —le dijo Fabricio con firmeza— y gran vicario <strong>de</strong> esta<br />
diócesis; y aunque sólo fuera por mi alcurnia, tengo <strong>de</strong>recho a que se me guar<strong>de</strong>n ciertas consi<strong>de</strong>raciones.<br />
—¡Yo no sé nada <strong>de</strong> eso! —replicó el empleado con impertinencia—; pruebe esos alegatos<br />
exhibiendo los papeles que le dan <strong>de</strong>recho a esos títulos tan respetables.<br />
Fabricio no tenía tales papeles y no contestó. El general Fabio Conti, <strong>de</strong> pie junto a su empleado, le<br />
miraba escribir sin mirar al prisionero, para no verse obligado a <strong>de</strong>cir que era realmente Fabricio <strong>de</strong>l<br />
Dongo.<br />
De pronto, Clelia Conti, que esperaba en el coche, oyó un tremendo alboroto en el cuerpo <strong>de</strong> guardia.<br />
El escribiente Barbone, que se extendía en una <strong>de</strong>scripción insolente y muy <strong>de</strong>tallada <strong>de</strong> la persona <strong>de</strong><br />
Fabricio, le or<strong>de</strong>nó abrir sus vestiduras, a fin <strong>de</strong> que se pudieran ver y constatar las lesiones recibidas<br />
con ocasión <strong>de</strong>l asunto Giletti.<br />
—No puedo —dijo Fabricio sonriendo amargamente—; no me es posible obe<strong>de</strong>cer las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l<br />
señor, pues me lo impi<strong>de</strong>n las esposas.<br />
—¡Cómo! —exclamó el general con aire <strong>de</strong> inocencia—, ¡el preso lleva esposas en el interior <strong>de</strong> la<br />
fortaleza!; ¡eso es contrario al reglamento!; hace falta una or<strong>de</strong>n ad hoc. Quitadle las esposas.<br />
Fabricio le miró. «¡Buen jesuita! —pensó—; hace una hora que me está viendo con estas esposas que