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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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señal <strong>de</strong> su admisión. Inmediatamente oyó tirar varias veces <strong>de</strong> la cuerda que abría, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong>l<br />

observatorio, el cerrojo <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l campanario. Fabricio se precipitó a la escalera, emocionado<br />

hasta la exaltación. Halló al abate sentado en su sillón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, en el lugar acostumbrado. Tenía el ojo<br />

clavado en la pequeña lente <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> círculo mural. Con la mano izquierda, el abate le hizo seña<br />

<strong>de</strong> que no le interrumpiera en sus observaciones; transcurrido un momento, escribió una cifra en un naipe,<br />

y luego, girando en el sillón, abrió los brazos a nuestro héroe, que se arrojó en ellos llorando. El abate<br />

Blanès era su verda<strong>de</strong>ro padre.<br />

—Te esperaba —dijo Blanès pasados los primeros momentos <strong>de</strong> expansión y ternura.<br />

¿Representaba el abate su papel <strong>de</strong> sabio, o bien, pensando a menudo en Fabricio, había tomado<br />

cualquier signo astrológico por un anuncio <strong>de</strong> su vuelta?<br />

—He aquí que llega mi muerte —dijo Blanès.<br />

—¡Qué dice! —exclamó Fabricio muy conmovido.<br />

—Sí —continuó el abate en tono serio, pero nada triste—, cinco meses y medio o seis meses y medio<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberte vuelto a ver, mi vida, logrado ya su complemento <strong>de</strong> dicha, se extinguirá. Como face<br />

al mancar <strong>de</strong>ll'alimento (como una lamparilla cuando le falta el aceite). Antes <strong>de</strong>l momento supremo,<br />

pasaré probablemente uno o dos meses sin hablar, y luego seré recibido en el seno <strong>de</strong> nuestro Padre,<br />

suponiendo que Él juzgue que he cumplido mi <strong>de</strong>ber en el puesto don<strong>de</strong> me colocó <strong>de</strong> centinela.<br />

»Pero tú estás muerto <strong>de</strong> cansancio; la emoción te da sueño. Des<strong>de</strong> que te espero, te guardo oculto un<br />

pan y una botella <strong>de</strong> aguardiente en el cajón <strong>de</strong> mis instrumentos. Da ese refrigerio a tu cuerpo y procura<br />

tomar las fuerzas suficientes para escucharme unos momentos más. Está en mi po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cirte algunas<br />

cosas antes que el día venga a reemplazar por completo a la noche: ahora las veo mucho más claramente<br />

que acaso las vería mañana. Porque, hijo mío, somos unas débiles criaturas, y hay que contar siempre con<br />

esta flaqueza nuestra. Acaso mañana el hombre viejo, el hombre terrenal estará ocupado en mí por los<br />

preparativos <strong>de</strong> la muerte, y mañana a las nueve <strong>de</strong> la noche tendrás que <strong>de</strong>jarme.<br />

Fabricio le obe<strong>de</strong>ció en silencio, como tenía costumbre, y el anciano prosiguió:<br />

—¿Es cierto, pues, que cuando quisiste presenciar Waterloo, lo primero que hallaste fue una cárcel?<br />

—Sí, padre —contestó atónito Fabricio.<br />

—Pues bien, fue una rara fortuna, pues, advertido por mi voz, tu alma pue<strong>de</strong> prepararse para otra<br />

prisión mucho más dura, mucho más terrible. Probablemente no saldrás <strong>de</strong> ella sino mediante un crimen;<br />

pero, gracias al Cielo, ese crimen no será cometido por ti. No caigas nunca en el crimen, por muy<br />

violentamente que te tienten a ello. Creo ver que se tratará <strong>de</strong> matar a un inocente que, sin saberlo, usurpa<br />

tus <strong>de</strong>rechos; si resistes a la violenta tentación que parecerá justificada por las leyes <strong>de</strong>l honor, tu vida<br />

será muy feliz a los ojos <strong>de</strong> los hombres… y razonablemente afortunada a los <strong>de</strong>l hombre cuerdo —<br />

añadió al cabo <strong>de</strong> un momento <strong>de</strong> reflexión—; morirás como yo, hijo mío, sentado en una silla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />

lejos <strong>de</strong> todo lujo y <strong>de</strong>sengañado <strong>de</strong>l lujo, y, como yo, sin tener que hacerte ningún reproche grave.<br />

»Ya han acabado entre nosotros las cosas <strong>de</strong> la suerte futura: no podría añadir nada importante. He<br />

procurado en vano ver cuánto habrá <strong>de</strong> durar esa prisión: ¿seis meses, un año, diez años? No he podido<br />

<strong>de</strong>scubrirlo; <strong>de</strong>bo haber cometido alguna falta, y el Cielo ha querido castigarme con la pena <strong>de</strong> esta<br />

incertidumbre. Sólo he visto que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la prisión, pero no sé si en el momento mismo <strong>de</strong> salir <strong>de</strong><br />

ella, ocurrirá lo que llamo un crimen; pero, por fortuna, creo estar seguro <strong>de</strong> que no será cometido por ti.<br />

Si tienes la flaqueza <strong>de</strong> participar en ese crimen, todo el resto <strong>de</strong> mis cálculos no es más que un

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