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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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echar una mirada hacia la carretera, que estaba completamente <strong>de</strong>sierta.<br />

Fabricio, sosteniendo en alto el fusil con la mano izquierda, arrojó con la <strong>de</strong>recha tres monedas <strong>de</strong><br />

cinco francos.<br />

—Apéate o eres muerto… Ponle la brida al negro y lárgate con los otros… Si te mueves, te <strong>de</strong>jo<br />

seco.<br />

El soldado obe<strong>de</strong>ció rezongando. Fabricio se aproximó al caballo y se enrolló la brida al brazo<br />

izquierdo, sin per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista al soldado que se alejaba lentamente. Cuando le vio a unos cincuenta<br />

pasos, saltó ágil sobre el caballo. Apenas encaramado en él y cuando todavía buscaba con el pie el<br />

estribo <strong>de</strong>recho, oyó silbar muy cerca una bala: el soldado le había soltado un tiro. Fabricio, loco <strong>de</strong> ira,<br />

se lanzó al galope tras el soldado, que huía a todo correr; al cabo <strong>de</strong> un momento, le vio galopando en<br />

uno <strong>de</strong> los dos caballos. «Bueno, ya está fuera <strong>de</strong> alcance», se dijo. El caballo que acababa <strong>de</strong> comprar<br />

era magnífico, mas parecía terriblemente hambriento. Fabricio se dirigió <strong>de</strong> nuevo a la carretera general,<br />

que seguía <strong>de</strong>sierta, la atravesó y puso el caballo al trote con el propósito <strong>de</strong> llegar a una pequeña loma<br />

que se alzaba a la izquierda; tenía la esperanza <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí a la cantinera; pero ya en la cima<br />

<strong>de</strong>l cerro, no vio, en una legua larga <strong>de</strong> distancia, más que unos cuantos soldados dispersos. «¡Está<br />

escrito que no he <strong>de</strong> volver a verla —se dijo suspirando—; buena mujer!» Se dirigió a una granja que se<br />

veía a lo lejos, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la carretera. Sin apearse <strong>de</strong>l caballo y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pagar a<strong>de</strong>lantado,<br />

mandó dar avena a su caballo, tan hambriento que mordía el pesebre. Al cabo <strong>de</strong> una hora, Fabricio<br />

seguía <strong>de</strong> nuevo al trote la carretera general, siempre con la vaga esperanza <strong>de</strong> volver a encontrar a la<br />

cantinera, o, al menos, al cabo Aubry. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> avanzar y oteando en todas direcciones, llegó a un río<br />

fangoso atravesado por un puente <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra bastante angosto. Pasado el puente, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la<br />

carretera, había una casa aislada que ostentaba la enseña <strong>de</strong> El Caballo Blanco. «Comeré aquí», se dijo.<br />

A la otra cabecera <strong>de</strong>l puente, vio a un oficial <strong>de</strong> caballería con el brazo en cabestrillo. Estaba a caballo<br />

y tenía un gesto muy apesadumbrado. A diez pasos <strong>de</strong> él, tres soldados <strong>de</strong> caballería llenando sus pipas.<br />

—¡Me parece que estos hombres —se dijo Fabricio— quieren comprarme el caballo más barato aún<br />

<strong>de</strong> lo que me ha costado a mí!<br />

El oficial herido y los tres jinetes <strong>de</strong>smontados le miraban llegar y parecían esperarle. «Debería no<br />

pasar el puente y seguir por la orilla <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l río, éste es el camino que me indicaría la cantinera para<br />

salir <strong>de</strong>l apuro… Sí —continuó diciéndose nuestro héroe—; pero si huyo, mañana me sentiré muy<br />

avergonzado. Por otra parte, mi caballo tiene buenos remos, y el <strong>de</strong>l oficial <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar cansado; si<br />

intenta <strong>de</strong>smontarme, saldré al galope.» Mientras se hacía estos razonamientos, Fabricio contenía al<br />

caballo y avanzaba lo más <strong>de</strong>spacio posible.<br />

—¡Acérquese <strong>de</strong> una vez, húsar! —le gritó el oficial en tono autoritario. Fabricio avanzó unos pasos<br />

y se <strong>de</strong>tuvo. —¿Piensa quitarme el caballo?<br />

—gritó.<br />

—Nada <strong>de</strong> eso; siga para acá.<br />

Fabricio miró al oficial; tenía el bigote blanco y la traza más honrada <strong>de</strong>l mundo. El pañuelo que le<br />

sostenía el brazo izquierdo estaba lleno <strong>de</strong> sangre, y llevaba la mano <strong>de</strong>recha envuelta también en un<br />

trapo ensangrentado. «Son los <strong>de</strong> a pie los que van a echar mano a la brida <strong>de</strong> mi caballo», se dijo<br />

Fabricio; pero, al verlos <strong>de</strong> cerca, observó que también los <strong>de</strong> a pie estaban heridos.<br />

—En nombre <strong>de</strong>l honor —le dijo el oficial, que llevaba charreteras <strong>de</strong> coronel—, qué<strong>de</strong>se aquí <strong>de</strong><br />

centinela y diga a todos los dragones, cazadores y húsares que vea que el coronel Le Baron está en esta

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