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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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otro tiempo estuvieron amuebladas a todo lujo para el joven príncipe que allí pasó los diecisiete años<br />

más bellos <strong>de</strong> su vida. En uno <strong>de</strong> los extremos <strong>de</strong> este <strong>de</strong>partamento, mostraron al nuevo preso una<br />

capilla <strong>de</strong> gran magnificencia; las pare<strong>de</strong>s y la bóveda están cubiertas enteramente <strong>de</strong> mármol negro;<br />

columnas también negras y <strong>de</strong> muy nobles proporciones se alinean a lo largo <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s negras sin<br />

tocarlas, y estos muros están <strong>de</strong>corados por cabezas <strong>de</strong> muertos en mármol blanco, <strong>de</strong> proporciones<br />

colosales, esculpidas y colocadas sobre dos huesos cruzados. «¡Esto es una invención <strong>de</strong>l odio que no<br />

pue<strong>de</strong> matar! —se dijo Fabricio— ¡y qué endiablada i<strong>de</strong>a exhibirme esto!»<br />

Una escalera <strong>de</strong> hierro y en filigrana, muy ligera, igualmente dispuesta en tomo a una columna, da<br />

acceso al segundo piso <strong>de</strong> la prisión, y en las habitaciones <strong>de</strong> este segundo piso, <strong>de</strong> unos quince pies <strong>de</strong><br />

altura, <strong>de</strong>mostraba su genio, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía un año, el general Fabio Conti. En primer lugar, bajo su<br />

dirección, habían sido sólidamente enrejadas las ventanas <strong>de</strong> aquellas habitaciones, ocupadas antaño por<br />

la servidumbre <strong>de</strong>l príncipe, a treinta pies <strong>de</strong> altura sobre las losas <strong>de</strong> piedra que forman la plataforma <strong>de</strong><br />

la gran torre cilíndrica. A estas habitaciones, todas con dos ventanas, se llega por un corredor oscuro y<br />

muy estrecho, situado en el centro <strong>de</strong>l edificio. En este corredor <strong>de</strong>scubrió Fabricio tres puertas <strong>de</strong> hierro<br />

sucesivas formadas <strong>de</strong> barrotes enormes y altas hasta la bóveda. Los planes y <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> todos estos<br />

bellos inventos habían valido al general, durante dos años, una audiencia semanal <strong>de</strong> su amo. Un<br />

conspirador alojado en uno <strong>de</strong> aquellos cuartos no podría quejarse a la opinión <strong>de</strong> ser tratado <strong>de</strong> manera<br />

inhumana, pues no le sería posible comunicarse con nadie ni hacer un movimiento sin ser oído. El general<br />

había mandado colocar en cada estancia unos gruesos ma<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> roble que formaban una especie <strong>de</strong><br />

bancos <strong>de</strong> tres pies <strong>de</strong> altura, y éste era su invento capital, que le daba <strong>de</strong>rechos al ministerio <strong>de</strong> policía.<br />

Sobre aquellos bancos había hecho construir una cabaña <strong>de</strong> tablas, muy sonora, <strong>de</strong> diez pies <strong>de</strong> altura,<br />

que sólo en la parte <strong>de</strong> las ventanas tocaba a la pared. En los otros tres lados quedaba un pequeño<br />

corredor <strong>de</strong> cuatro pies <strong>de</strong> anchura, entre el primitivo muro <strong>de</strong> la prisión, formado <strong>de</strong> enormes sillares, y<br />

los tabiques <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la cabaña. Estas pare<strong>de</strong>s, constituidas por cuatro capas <strong>de</strong> tablas <strong>de</strong> nogal,<br />

encina o pino, estaban sólidamente unidas entre sí mediante pernios <strong>de</strong> hierro e innumerables clavos.<br />

En una <strong>de</strong> estas celdas construidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía un año, obra maestra <strong>de</strong>l general Fabio Conti y que<br />

había recibido el nombre <strong>de</strong> Obediencia pasiva, fue introducido Fabricio. Corrió hacia las ventanas. <strong>La</strong><br />

vista que se gozaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquellas ventanas enrejadas era sublime: sólo un pequeño sector <strong>de</strong>l horizonte<br />

quedaba oculto, al noroeste, por la techumbre en galería <strong>de</strong>l bonito palacio <strong>de</strong>l gobernador, que tenía<br />

sólo dos pisos; el bajo estaba <strong>de</strong>stinado a las oficinas <strong>de</strong>l estado mayor, y a Fabricio le atrajo en primer<br />

término una <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong>l segundo piso, don<strong>de</strong> se veían, en unas lindas jaulas, gran cantidad <strong>de</strong><br />

pájaros <strong>de</strong> todas clases. Fabricio se entretenía en oírles cantar y en verles saludar a los últimos rayos <strong>de</strong>l<br />

crepúsculo vespertino, mientras los carceleros se agitaban en torno suyo. Aquella ventana <strong>de</strong> la pajarera<br />

no distaba más <strong>de</strong> veinticinco pies <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las suyas y estaba cinco o seis más baja, <strong>de</strong> modo que su<br />

mirada caía sobre los pájaros.<br />

En el momento en que Fabricio entraba en la prisión, la luna asomaba majestuosamente en el<br />

horizonte, a la <strong>de</strong>recha, sobre la cordillera <strong>de</strong> los Alpes, por la parte <strong>de</strong> Treviso. Eran sólo las ocho y<br />

media <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, y al otro extremo <strong>de</strong>l horizonte, hacia poniente, un brillante crepúsculo rojo anaranjado<br />

dibujaba perfectamente los contornos <strong>de</strong>l monte Viso y otros picos <strong>de</strong> los Alpes que ascien<strong>de</strong>n <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

Niza hacia el monte Cenis y Turín. Sin pensar gran cosa en su <strong>de</strong>sgracia, Fabricio sintió la emoción<br />

fascinadora <strong>de</strong> aquel espectáculo sublime. «En este mundo <strong>de</strong>slumbrante vive Clelia Conti, con su alma<br />

pensativa y grave, <strong>de</strong>be <strong>de</strong> gozar <strong>de</strong> esta vista más que otro cualquiera; aquí se está como en una montaña

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