La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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XXVII<br />
Esta conversación tan seria tuvo lugar al día siguiente <strong>de</strong> retornar Fabricio al palacio Sanseverina. <strong>La</strong><br />
duquesa estaba todavía bajo la impresión <strong>de</strong> alegría que brillaba en todos los actos <strong>de</strong> Fabricio. «¡De<br />
modo —se <strong>de</strong>cía— que esa beatita me ha engañado! No ha sabido resistir a su amante ni siquiera tres<br />
meses.»<br />
<strong>La</strong> certidumbre <strong>de</strong> un <strong>de</strong>senlace afortunado había dado al príncipe, un joven tan pusilánime, el valor<br />
<strong>de</strong> amar; le llegó alguna noticia <strong>de</strong> los preparativos <strong>de</strong> partida que se hacían en el palacio Sanseverina, y<br />
su ayuda <strong>de</strong> cámara francés, que creía poco en la virtud <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s damas, le animó respecto a la<br />
duquesa. Ernesto V se permitió dar un paso que fue severamente censurado por la princesa y por todas<br />
las personas sensatas <strong>de</strong> la corte; para el pueblo, aquello fue la coronación <strong>de</strong>l favor asombroso <strong>de</strong> que<br />
gozaba la duquesa. El príncipe fue a visitarla a su palacio.<br />
—Se marcha —le dijo en un tono muy serio que a la duquesa le pareció odioso—, se marcha: ¡se<br />
dispone a traicionarme y a faltar a sus juramentos! Y no obstante, si yo hubiese tardado diez minutos en<br />
conce<strong>de</strong>r el indulto a Fabricio, estaría ya muerto. ¡Y me abandona sumido en la <strong>de</strong>sesperación, sin tener<br />
en cuenta que, a no mediar su juramento, yo no habría tenido nunca el valor <strong>de</strong> amarla como la amo! Pero,<br />
¿es que no tiene honor?<br />
—Reflexione cuerdamente, príncipe. En toda su vida, ¿ha existido un período tan dichoso como los<br />
cuatro meses que acaban <strong>de</strong> transcurrir? Su gloria como soberano, y me atrevo a creer que su satisfacción<br />
como hombre seductor, nunca llegaron a tal punto. He aquí el trato que le propongo: si se digna consentir<br />
en ello, no seré nunca su amante por un momento fugitivo y en virtud <strong>de</strong> un juramento arrancado por el<br />
miedo, pero consagraré todos los momentos <strong>de</strong> mi vida a hacer su felicidad; seré siempre lo que he sido<br />
estos cuatro meses, y quién sabe si el amor vendrá al fin a coronar la amistad. No juraría yo lo contrario.<br />
—Pues bien —dijo el príncipe entusiasmado—, asuma otro papel: reine sobre mí y sobre mis<br />
Estados, sea mi primer ministro. Le ofrezco el único casamiento permitido por las tristes conveniencias<br />
<strong>de</strong> mi rango; tenemos un ejemplo cerca: el rey <strong>de</strong> Nápoles acaba <strong>de</strong> casarse con la duquesa <strong>de</strong> Partana [1] .<br />
Le ofrezco lo más que puedo ofrecerle, un casamiento <strong>de</strong> la misma clase. Añadiré una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> triste<br />
politica para <strong>de</strong>mostrarle que ya no soy un niño y que he pensado en todo. No le haré valer la condición<br />
que me impongo <strong>de</strong> ser el último soberano <strong>de</strong> mi estirpe, el dolor <strong>de</strong> ver en vida cómo las gran<strong>de</strong>s<br />
potencias disponen <strong>de</strong> mi sucesión; bendigo esas contrarieda<strong>de</strong>s muy reales, porque me ofrecen un medio<br />
más <strong>de</strong> probarle mi aprecio y mi pasión.<br />
<strong>La</strong> duquesa no vaciló un instante; el príncipe la aburría, y el con<strong>de</strong> le parecía muy bien; sólo a un<br />
hombre en el mundo podría posponerle. Por otra parte, sobre el con<strong>de</strong> reinaba ella, mientras que el<br />
príncipe, dominado por las exigencias <strong>de</strong> su rango, habría reinado más o menos sobre ella. Por otra parte,<br />
podría muy bien cansarse un día y tomar amantes; al cabo <strong>de</strong> muy pocos años, la diferencia <strong>de</strong> edad<br />
parecería autorizarle a ello.<br />
Des<strong>de</strong> el primer momento, había ya <strong>de</strong>cidido la perspectiva <strong>de</strong> aburrirse; no obstante, la duquesa, que<br />
quería mostrarse encantadora, pidió permiso para reflexionar.<br />
Sería <strong>de</strong>masiado largo consignar aquí los ro<strong>de</strong>os <strong>de</strong> frases casi tiernas y los términos infinitamente<br />
amables con que la duquesa supo envolver su negativa. El príncipe se enfureció; veía escapársele toda su<br />
felicidad.