La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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Interesado en el juego, el príncipe empleó toda su habilidad para hacer hablar a Fabricio sobre tan<br />
escabroso tema. El mozo, crecido ante el peligro, tuvo la suerte <strong>de</strong> hallar respuestas admirables:<br />
—Hacer ostentación <strong>de</strong> amor a su rey es casi una insolencia —<strong>de</strong>cía—; es una obediencia ciega lo<br />
que le <strong>de</strong>bemos.<br />
Tanta pru<strong>de</strong>ncia estuvo a punto <strong>de</strong> irritar al príncipe. «Parece que nos llega <strong>de</strong> Nápoles un hombre <strong>de</strong><br />
talento, y a mí no me gusta esta casta <strong>de</strong> gente; un hombre inteligente, por más que marche por los buenos<br />
principios, y aun <strong>de</strong> buena fe, siempre resulta <strong>de</strong> algún modo primo hermano <strong>de</strong> Voltaire y <strong>de</strong> Rousseau.»<br />
El príncipe se sentía como <strong>de</strong>safiado por las maneras tan convenientes y las respuestas tan<br />
inatacables <strong>de</strong>l joven recién salido <strong>de</strong>l colegio: en seguida adoptó un tono bondadoso y pasando en pocas<br />
palabras a los gran<strong>de</strong>s principios <strong>de</strong> las socieda<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>l gobierno, recitó, adaptándolas al momento,<br />
unas cuantas frases <strong>de</strong> Fénelon que en su infancia le habían hecho apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> memoria para las<br />
audiencias públicas.<br />
—Estos principios le sorpren<strong>de</strong>n, joven —dijo a Fabricio (le había llamado monsignore al comenzar<br />
la audiencia y pensaba darle el mismo tratamiento al <strong>de</strong>spedirle, pero en el transcurso <strong>de</strong> la conversación<br />
le parecía más hábil, más a<strong>de</strong>cuado a las frases patéticas, interpelarle con un ligero apelativo amistoso)<br />
—; estos principios le sorpren<strong>de</strong>n, joven; confieso que no se parecen gran cosa a los empalagosos<br />
sermones <strong>de</strong>l absolutismo —tal fue su expresión— que se leen cada día en mi diario oficial… ¡Pero por<br />
Dios!, ¿a santo <strong>de</strong> qué le cito esas cosas?; esos escritores <strong>de</strong> periódico son para usted completamente<br />
<strong>de</strong>sconocidos.<br />
—Perdone Vuestra Alteza; no sólo leo el diario <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, que me parece bastante bien escrito, sino<br />
que sostengo, como él, que todo lo que se ha hecho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Luis XVI, en 1715, es a la vez que<br />
un crimen una estupi<strong>de</strong>z. El supremo interés <strong>de</strong>l hombre es su salvación; en esto no ha lugar a dos puntos<br />
<strong>de</strong> vista, pues esa dicha es para toda la eternidad. <strong>La</strong>s palabras libertad, justicia, felicidad <strong>de</strong> los más,<br />
son infames y criminales: dan a las almas el hábito <strong>de</strong> la discusión y <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sconfianza. Una cámara <strong>de</strong><br />
diputados <strong>de</strong>sconfía <strong>de</strong> lo que las gentes llaman el ministerio. Una vez contraído este hábito fatal <strong>de</strong> la<br />
<strong>de</strong>sconfianza, la flaqueza humana lo aplica a todo; el hombre llega a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> la Biblia, <strong>de</strong> las<br />
ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> la Iglesia, <strong>de</strong> la tradición, etc.; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento, está perdido. Aun en el supuesto,<br />
horriblemente falso y criminal, <strong>de</strong> que esta <strong>de</strong>sconfianza hacia la autoridad <strong>de</strong> los príncipes <strong>de</strong>signados<br />
por Dios diera la felicidad durante los veinte o treinta años <strong>de</strong> vida que cada uno <strong>de</strong> nosotros pue<strong>de</strong><br />
preten<strong>de</strong>r, ¿qué es medio siglo o un siglo entero comparado con una eternidad <strong>de</strong> suplicios?, etc.<br />
Se veía en el tono <strong>de</strong> Fabricio que procuraba presentar sus i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> manera que fueran lo más<br />
fácilmente asequibles para el auditor; resultaba patente que no estaba recitando una lección.<br />
Al poco rato, el príncipe renunció a lidiar con aquel mozo, cuyas maneras simples y graves le<br />
<strong>de</strong>sagradaban.<br />
—Adiós, monsignore —le dijo bruscamente—, ya veo que se da una excelente educación en la<br />
aca<strong>de</strong>mia eclesiástica <strong>de</strong> Nápoles, y es muy natural que cuando esos buenos preceptos caen en una<br />
inteligencia tan notable se obtengan resultados brillantes. Adiós —y le volvió la espalda.<br />
«No le he caído en gracia a este bruto», se dijo Fabricio.<br />
«Ahora falta por ver —pensó el príncipe cuando se quedó solo— si este lindo mozo es capaz <strong>de</strong><br />
apasionarse por algo; en ese caso sería completo… No es posible repetir con más talento las lecciones<br />
<strong>de</strong> la tía. Me parece estar oyéndola. Si hubiera una revolución en mis Estados, sería ella la que redactara