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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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<strong>de</strong>sastrado que al mismo tiempo servía <strong>de</strong> cocina.<br />

»¡Dios santo, lo que comen esas gentes! ¡Es lastimoso!… Debí pasarles, a ella y a la mammacia, una<br />

pensión <strong>de</strong> tres beefsteaks paga<strong>de</strong>ros diariamente… <strong>La</strong> pequeña Marietta —añadía— me distraía <strong>de</strong> los<br />

malos pensamientos que me inspiraba la vecindad <strong>de</strong> aquella corte.<br />

»Acaso habría hecho bien en optar por la vida <strong>de</strong> café, como dice la duquesa; ella parecía inclinarse<br />

a este camino, y la duquesa tiene mucho más talento que yo. Gracias a su ayuda, o simplemente con esa<br />

pensión <strong>de</strong> cuatro mil francos y ese capital <strong>de</strong> cuarenta mil colocados en Lyon que mi madre me <strong>de</strong>stina,<br />

siempre tendría un caballo y unos cuantos escudos para hacer excavaciones y reunir una colección<br />

arqueológica. Puesto que, al parecer, no he <strong>de</strong> conocer nunca el amor, éstas serán siempre para mí las<br />

gran<strong>de</strong>s fuentes <strong>de</strong> felicidad; quisiera ver <strong>de</strong> nuevo, antes <strong>de</strong> morir, el campo <strong>de</strong> batalla <strong>de</strong> Waterloo y<br />

procurar reconocer la pra<strong>de</strong>ra don<strong>de</strong> tan alegremente me <strong>de</strong>smontaron <strong>de</strong> mi caballo y me sentaron en el<br />

suelo. Una vez cumplida esta peregrinación, volvería a menudo a este lago sublime; no pue<strong>de</strong> haber nada<br />

en el mundo tan bello, al menos para mi corazón. ¿Para qué ir tan lejos en busca <strong>de</strong> la felicidad? ¡<strong>La</strong><br />

tengo ante mis ojos!<br />

»¡Ah!, existe una objeción —se dijo Fabricio—: la policía me arroja <strong>de</strong>l lago <strong>de</strong> Como, pero yo soy<br />

más joven que los que dirigen los hechos <strong>de</strong> esa policía. Aquí —prosiguió sonriendo— no tendría a la<br />

duquesa <strong>de</strong> A***, pero hallaría una <strong>de</strong> esas mocitas que arreglan las flores en la calle, y en realidad la<br />

preferiría: la hipocresía me <strong>de</strong>ja yerto el corazón, y nuestras gran<strong>de</strong>s damas buscan efectos <strong>de</strong>masiado<br />

sublimes. Napoleón les ha dado i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> buenas costumbres y <strong>de</strong> constancia.<br />

»¡Diablo! —se dijo <strong>de</strong> pronto retirando <strong>de</strong> la ventana la cabeza como temiendo ser reconocido a<br />

pesar <strong>de</strong> la sombra <strong>de</strong> la enorme jaula <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que protegía <strong>de</strong> la lluvia las campanas—, está ahí un<br />

pelotón <strong>de</strong> gendarmes en uniforme <strong>de</strong> gala.» En efecto, diez gendarmes, cuatro <strong>de</strong> ellos suboficiales,<br />

acababan <strong>de</strong> aparecer en lo alto <strong>de</strong> la calle principal <strong>de</strong>l pueblo. El jefe los distribuyó <strong>de</strong> cien en cien<br />

pasos a lo largo <strong>de</strong>l trayecto que <strong>de</strong>bía recorrer la procesión. «Todo el mundo me conoce aquí: si me<br />

ven, voy <strong>de</strong> un salto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el lago <strong>de</strong> Como a Spielberg, don<strong>de</strong> me atarán a cada pierna una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

ciento diez libras, ¡y qué dolor para la duquesa!»<br />

Fabricio necesitó dos o tres minutos para recordar que estaba encaramado a más <strong>de</strong> ochenta pies <strong>de</strong><br />

altura, que el lugar en que se hallaba era comparativamente oscuro, que los ojos <strong>de</strong> las gentes que podían<br />

mirarle estaban <strong>de</strong>slumbrados por un sol esplendoroso y, en fin, que se paseaban, con los ojos muy<br />

abiertos, por unas calles cuyas casas todas acababan <strong>de</strong> ser enjalbegadas con cal en honor <strong>de</strong> la fiesta <strong>de</strong><br />

San Giovita. A pesar <strong>de</strong> estos razonamientos tan claros, el alma italiana <strong>de</strong> Fabricio no habría podido ya<br />

gustar ningún placer si no hubiera interpuesto entre él y los gendarmes un trozo <strong>de</strong> tela vieja que clavó<br />

contra la ventana y en el que abrió dos agujeros para los ojos.<br />

<strong>La</strong>s campanas agitaban el aire <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía diez minutos; la procesión salía ya <strong>de</strong> la iglesia; tronaron<br />

l o s mortaretti. Fabricio volvió la cabeza y reconoció aquella pequeña explanada bor<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> un<br />

parapeto sobre el lago, en la que tantas veces, en su juventud, se había expuesto a que los mortaretti le<br />

explotaran entre las piernas, por lo que su madre quería tenerle cerca <strong>de</strong> ella las mañanas <strong>de</strong> los días <strong>de</strong><br />

fiesta.<br />

Conviene saber que los mortaretti (o pequeños morteros) no son otra cosa que unos cañones <strong>de</strong> fusil<br />

aserrados <strong>de</strong> manera que no mi<strong>de</strong>n más que cuatro pulgadas <strong>de</strong> largo; a este fin recogen los campesinos<br />

ávidamente los cañones <strong>de</strong> fusil que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1796, la política <strong>de</strong> Europa ha sembrado a voleo en las<br />

llanuras <strong>de</strong> Lombardía. Una vez reducidos a cuatro pulgadas <strong>de</strong> longitud, se cargan estos cañoncitos hasta

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