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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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sobrina, y como en otro tiempo le enseñara algunas palabras <strong>de</strong> latín, le mostró los bellos libros<br />

recibidos. Tal había sido la esperanza <strong>de</strong>l viajero. Clelia enrojeció súbita y extraordinariamente:<br />

acababa <strong>de</strong> reconocer la letra <strong>de</strong> Fabricio. Unas largas tiras <strong>de</strong> papel amarillo asomaban, a guisa <strong>de</strong><br />

registros, en diversos lugares <strong>de</strong>l volumen. Y como no cabe duda <strong>de</strong> que, en medio <strong>de</strong> los mezquinos<br />

intereses <strong>de</strong> dinero y <strong>de</strong> los pensamientos vulgares que llenan nuestra vida, los gestos inspirados por una<br />

verda<strong>de</strong>ra pasión rara vez <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> producir su efecto, Clelia, como si una divinidad propicia la llevara<br />

<strong>de</strong> la mano, guiada por el instinto y por el pensamiento <strong>de</strong> una única cosa, pidió a su tío que le <strong>de</strong>jara<br />

comparar el antiguo ejemplar <strong>de</strong> San Jerónimo con el que acababa <strong>de</strong> recibir. ¡Cómo expresar su<br />

entusiasmo, en medio <strong>de</strong> la negra tristeza en que la había sumido la ausencia <strong>de</strong> Fabricio, cuando halló en<br />

los márgenes <strong>de</strong>l antiguo San Jerónimo el soneto <strong>de</strong> que hemos hablado y las memorias cotidianas <strong>de</strong>l<br />

amor inspirado por ella!<br />

El primer día aprendió el soneto <strong>de</strong> memoria, y lo cantaba apoyada en su balcón ante la ventana,<br />

ahora solitaria, don<strong>de</strong> tantas veces había visto abrirse en la mampara una pequeña trampa. Aquella<br />

mampara había sido <strong>de</strong>smontada para servir, sobre la mesa <strong>de</strong>l tribunal, como cuerpo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lito en un<br />

proceso ridículo que Rassi instruía contra Fabricio, acusado <strong>de</strong>l crimen <strong>de</strong> haberse evadido, o, como<br />

<strong>de</strong>cía el fiscal, riéndose él mismo, <strong>de</strong> haberse sustraído a la clemencia <strong>de</strong> un príncipe magnánimo.<br />

Todo lo que Clelia había hecho constituía para ella un vivo remordimiento, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que era<br />

<strong>de</strong>sgraciada, los remordimientos eran aún más vivos. Procuraba atenuar un poco los reproches que ella<br />

misma se dirigía, recordando el voto <strong>de</strong> no volver a ver jamás a Fabricio, aquella promesa hecha a la<br />

Madona cuando su padre fue medio envenenado y renovada cada día <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces.<br />

<strong>La</strong> evasión <strong>de</strong> Fabricio le costó una enfermedad al general, que a<strong>de</strong>más estuvo a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r su<br />

cargo cuando el príncipe, furioso, <strong>de</strong>stituyó a todos los carceleros <strong>de</strong> la torre Farnesio y los mandó<br />

presos a la cárcel <strong>de</strong> la ciudad. El general se salvó en parte por la intervención <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Mosca, que<br />

prefería verle recluido en lo alto <strong>de</strong> su ciuda<strong>de</strong>la antes que rival activo e intrigante en los círculos <strong>de</strong> la<br />

corte.<br />

Fue durante los quince días que duró la incertidumbre relativa a la caída en <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong>l general<br />

Fabio Conti, realmente enfermo, cuando Clelia tuvo el heroísmo <strong>de</strong> cumplir el sacrificio que anunciara a<br />

Fabricio. Había tenido el talento <strong>de</strong> estar enferma el día <strong>de</strong> los festejos generales, que, como quizá<br />

recordará el lector, fue el <strong>de</strong> la evasión <strong>de</strong>l preso; lo estuvo al día siguiente, y en fin, tan hábil fue su<br />

conducta, que con excepción <strong>de</strong>l carcelero Grillo, especialmente encargado <strong>de</strong> la guarda <strong>de</strong> Fabricio,<br />

nadie sospechó su complicidad, y Grillo se calló.<br />

Pero tan pronto como Clelia se vio libre <strong>de</strong> estas inquietu<strong>de</strong>s, la atormentaron más cruelmente aún sus<br />

justificados remordimientos. «¿Qué razón —se <strong>de</strong>cía— pue<strong>de</strong> atenuar el crimen <strong>de</strong> una hija que traiciona<br />

a su padre?»<br />

Una noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasar todo un día llorando en la capilla, rogó a su tío don César que la<br />

acompañara a ver al general, cuyos accesos <strong>de</strong> furor la asustaban tanto más cuanto que, cualquiera que<br />

fuese el tema <strong>de</strong> la conversación, se <strong>de</strong>sataba siempre en imprecaciones contra Fabricio, aquel traidor<br />

abominable.<br />

Llegada ante su padre, tuvo el valor <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle que si siempre se había resistido a dar su mano al<br />

marqués Crescenzi era porque no sentía ninguna inclinación por él y estaba segura <strong>de</strong> no hallar la<br />

felicidad en aquella unión. Estas palabras aumentaron la furia <strong>de</strong>l general, y a Clelia le costó mucho

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