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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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—¡Eso es precisamente lo que juro a Vuestra Alteza no hacer!<br />

—¡Pero es una verda<strong>de</strong>ra niñería! —exclamó el príncipe.<br />

—Le ruego que hable, señora duquesa —dijo la princesa con aire digno.<br />

—Le suplico que me dispense <strong>de</strong> hacerlo, señora; mas Vuestra Alteza —añadió la duquesa<br />

dirigiéndose al príncipe— lee perfectamente el francés: para calmar nuestros ánimos agitados, ¿querría<br />

Vuestra Alteza leernos una fábula <strong>de</strong> <strong>La</strong> Fontaine?<br />

A la princesa le pareció insolente este nos, pero se mostró entre asombrada y divertida cuando la<br />

mayordoma mayor, que se había dirigido con toda tranquilidad a la biblioteca, tornó con un volumen <strong>de</strong><br />

las Fábulas <strong>de</strong> <strong>La</strong> Fontaine, hojeólo unos momentos y luego dijo al príncipe ofreciéndoselo:<br />

—Suplico a Vuestra Alteza que lea toda la fábula.<br />

EL QUE LADRA SU HUERTO Y EL QUE MANDA<br />

Un aficionado a la horticultura, medio burgués, medio patán, poseía en cierto pueblo una huerta<br />

bien cultivada y cercada con un seto <strong>de</strong> arbustos. Allí crecían lozanas la ace<strong>de</strong>ra, lechuga, flores con<br />

que ofrecer un ramillete a Margarita el día <strong>de</strong> su santo; poco jazmín <strong>de</strong> España y serpol abundante.<br />

Como una liebre vino a turbar su ventura, nuestro hombre fue a quejarse al señor <strong>de</strong> la villa. «El<br />

maldito animal va a tomar en mi huerta su almuerzo y su merienda —se lamentó el buen hombre—, y<br />

se ríe <strong>de</strong> los cepos. Contra ella nada pue<strong>de</strong>n ni la piedra ni el palo. Paréceme que es bruja.» «¡Bruja,<br />

eh! Pues se las verá conmigo, así fuera el mismo diablo —aseguró el señor—; pese a todas sus tretas,<br />

Miraut la pescará en seguida. A fe mía, buen hombre, he <strong>de</strong> librarle <strong>de</strong> ella.» «¿Cuándo será?»<br />

«Mañana mismo, sin más tardar.» A la mañana siguiente presentóse, en efecto, con su gente.<br />

«Almorzaremos, pues —dispuso—; ¿son bien tiernos sus pollos?… »<br />

Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo, el alboroto <strong>de</strong> los cazadores. Todos se animan y todos se preparan. <strong>La</strong>s<br />

trompas y los cuernos meten tan infernal ruido, que el hombre está pasmado. Mas lo peor fue el<br />

lastimoso estado en que quedó la huerta y la vivienda: adiós tablas, cristales, escarolas y puerros, sin<br />

que nada quedase para echar al potaje…<br />

El buen hombre clamaba: «¡Juegos <strong>de</strong> príncipe son ésos!». Pero no le hacían caso, y entre perros<br />

y hombres hicieron más estragos en una hora <strong>de</strong>l que hubieran podido hacer en un año todas las<br />

liebres <strong>de</strong> la provincia.<br />

¡Oh, príncipes pequeños!, zanjad entre vosotros vuestros pleitos; insensatos seríais recurriendo a<br />

los reyes. Jamás <strong>de</strong>béis mezclarlos en vuestras contiendas, jamás hacer que en vuestras tierras entren.<br />

A esta lectura siguió un largo silencio. El príncipe se paseaba por el gabinete, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ir él mismo<br />

a <strong>de</strong>jar el volumen en su sitio.<br />

—En fin, señora —dijo la princesa—, ¿se dignará hablar?<br />

—Ciertamente que no, señora, mientras Su Alteza no me haya nombrado ministro; hablando aquí,<br />

correría el riesgo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r mi cargo.<br />

Nuevo silencio <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> hora largo; por fin, la princesa recordó el papel que representara en<br />

otro tiempo María <strong>de</strong> Médicis, madre <strong>de</strong> Luis XIII; los días prece<strong>de</strong>ntes, la mayordoma mayor había<br />

hecho que su lectora le leyera la excelente Historia <strong>de</strong> Luis XIII, <strong>de</strong> Bazin. <strong>La</strong> princesa, aunque muy<br />

irritada, pensó que la duquesa podría muy bien abandonar el país, y entonces Rassi, que le inspiraba

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