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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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cinco minutos. <strong>La</strong> duquesa no era ya aquella belleza <strong>de</strong>slumbradora <strong>de</strong>l año anterior: la prisión <strong>de</strong><br />

Fabricio y, más aún, la estancia en el lago Mayor con aquel mozo, enamorado y silencioso, había<br />

aumentado en diez años la edad <strong>de</strong> la hermosa Gina. Sus rasgos eran ahora más pronunciados; trascendían<br />

más inteligencia y menos juventud.<br />

Ya no expresaban sino muy raramente la fresca jovialidad <strong>de</strong> la primera juventud; pero en escena,<br />

pintada y con la ayuda que proporciona el arte a las actrices, era aún la mujer más hermosa <strong>de</strong> la corte.<br />

Los apasionados parlamentos que recitaba el príncipe pusieron sobre aviso a los cortesanos, todos los<br />

cuales se dijeron aquella noche: aquí tenemos a la Balbi <strong>de</strong>l nuevo reinado. El con<strong>de</strong> estaba furioso en su<br />

fuero interno. Acabada la pieza, la duquesa dijo al príncipe ante toda la corte:<br />

—Vuestra Alteza representa <strong>de</strong>masiado bien; van a <strong>de</strong>cir que está enamorado <strong>de</strong> una mujer <strong>de</strong> treinta<br />

y ocho años, y ello hará fracasar mi casamiento con el con<strong>de</strong>. En consecuencia, no volveré a representar<br />

con Vuestra Alteza a menos que el príncipe me jure dirigirme la palabra como lo haría a una mujer <strong>de</strong><br />

cierta edad, a la señora marquesa Raversi, por ejemplo.<br />

Se repitió durante tres meses la misma comedia; el príncipe estaba loco <strong>de</strong> contento; mas una noche<br />

pareció preocupado.<br />

—O mucho me equivoco —dijo la mayordoma mayor a la princesa—, o Rassi trata <strong>de</strong> jugarnos<br />

alguna mala partida; yo aconsejaría a Vuestra Alteza anunciar un espectáculo para mañana; el príncipe<br />

representará mal y, en su <strong>de</strong>sesperación, le dirá algo.<br />

El príncipe representó en efecto muy mal; apenas se le oía, y no sabía terminar las frases. Al final <strong>de</strong>l<br />

primer acto, tenía casi lágrimas en los ojos; la duquesa se mantenía a su lado, pero fría o inmóvil. El<br />

príncipe, en un instante en que se halló solo con ella en el cuarto <strong>de</strong> los actores, cerró la puera y le dijo:<br />

—Me será imposible representar el segundo y el tercer acto; no quiero <strong>de</strong> ninguna manera que me<br />

aplaudan por complacencia; los aplausos <strong>de</strong> esta noche me hacían un daño horrible. Déme un consejo:<br />

¿qué <strong>de</strong>bo hacer?<br />

—Me a<strong>de</strong>lantaré a escena, haré una profunda reverencia a Vuestra Alteza, otra al público, como un<br />

verda<strong>de</strong>ro director <strong>de</strong> comedia, y diré que hallándose indispuesto el actor que hacía el papel <strong>de</strong> Lelio, el<br />

espectáculo terminará con algunos trozos <strong>de</strong> música. El con<strong>de</strong> Rusca y la pequeña Ghisolfi estarán<br />

encantados <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r mostrar a tan brillante auditorio sus voces ligeramente agrias.<br />

El príncipe le tomó la mano a la duquesa y la besó con entusiasmo.<br />

—Lástima que no sea usted un hombre —le dijo—; me daría un buen consejo. Rassi acaba <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>positar en mi escritorio ciento ochenta y dos <strong>de</strong>claraciones contra los presuntos asesinos <strong>de</strong> mi padre.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las <strong>de</strong>claraciones, hay un escrito <strong>de</strong> acusación <strong>de</strong> más <strong>de</strong> doscientos folios; tengo que leer<br />

todo eso, y, a<strong>de</strong>más, he dado palabra <strong>de</strong> no <strong>de</strong>cir nada al con<strong>de</strong>. En fin, una retahíla <strong>de</strong> suplicios; ya<br />

quiere Rassi que haga secuestrar en Francia, cerca <strong>de</strong> Antibes, a Ferrante Palla, ese gran poeta que yo<br />

admiro tanto. Está allí con el nombre <strong>de</strong> Poncet.<br />

—El día en que haga ahorcar a un liberal, Rassi quedará ligado al ministerio con ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> hierro, y<br />

eso es lo que él <strong>de</strong>sea ante todo, pero Vuestra Alteza ya no podrá anunciar un paseo con dos horas <strong>de</strong><br />

anticipación. Ni a la princesa ni al con<strong>de</strong> les hablaré <strong>de</strong>l grito <strong>de</strong> dolor que se le acaba <strong>de</strong> escapar; mas<br />

como he jurado no tener ningún secreto para la princesa, me haría dichosa Vuestra Alteza diciendo a su<br />

madre las mismas cosas que me ha confiado a mí.<br />

Esta i<strong>de</strong>a distrajo al soberano <strong>de</strong>l dolor <strong>de</strong> actor fracasado que le abrumaba.<br />

—Pues vaya a avisar a mi madre; iré a verla a su gabinete gran<strong>de</strong>.

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