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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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sentirme afligido en esta prisión que, según Blanès, lo mismo pue<strong>de</strong> durar diez años que diez meses?<br />

¿Será la novedad <strong>de</strong> esta vida lo que me distrae <strong>de</strong> la pena que <strong>de</strong>biera experimentar? Acaso este buen<br />

humor, in<strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong> mi voluntad y poco razonable, va a cesar <strong>de</strong> pronto, acaso <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un momento<br />

voy a caer en el negro dolor que <strong>de</strong>bería sentir.<br />

»De todos modos, es muy raro estar en la cárcel y tener que acudir a la reflexión para sentirse triste.<br />

En fin, vuelvo a mi suposición: pue<strong>de</strong> que tenga yo un gran carácter.»<br />

<strong>La</strong>s meditaciones <strong>de</strong> Fabricio fueron interrumpidas por el carpintero <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la, que venía a<br />

tomar medidas <strong>de</strong> una mampara para ponerla en sus ventanas; era la primera vez que se utilizaba esta<br />

prisión, y se habían olvidado <strong>de</strong> completarla con este <strong>de</strong>talle esencial.<br />

«Resulta —se dijo Fabricio— que voy a quedar privado <strong>de</strong> esa vista sublime.» Y procuraba<br />

entristecerse por esta privación.<br />

—¡Pero cómo! —exclamó <strong>de</strong> pronto hablando al carpintero—, ¿ya no podré ver esos preciosos<br />

pájaros?<br />

—¡Ah, los pájaros <strong>de</strong> la señorita, que tanto los quiere! —repuso el hombre en tono bondadoso—;<br />

quedarán ocultos, eclipsados, suprimidos como todo lo <strong>de</strong>más.<br />

Al carpintero, como a los carceleros, le estaba estrictamente prohibido hablar, pero aquel hombre<br />

sentía piedad por la juventud <strong>de</strong>l preso; le informó <strong>de</strong> que aquellas enormes mamparas, apoyadas en la<br />

base <strong>de</strong> las dos ventanas y que se iban alejando <strong>de</strong> la pared a medida que se elevaban, no <strong>de</strong>bían <strong>de</strong>jar al<br />

preso otra vista que la <strong>de</strong>l cielo. «Esto es para la moral —le dijo—, para fomentar en el alma <strong>de</strong>l preso<br />

una tristeza saludable y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> enmendarse; el general —añadió el carpintero— ha inventado<br />

también quitarles los cristales y sustituirlos por papel engrasado.»<br />

A Fabricio le gustó mucho el tono epigramático <strong>de</strong> esta conversación, muy raro en Italia.<br />

—Me agradaría tener un pájaro para entretenerme; me gustan con locura; cómprele uno para mí a la<br />

doncella <strong>de</strong> la señorita Clelia Conti.<br />

—¿Es que la conoce —exclamó el carpintero—, puesto que dice tan bien su nombre?<br />

—¿Quién no ha oído hablar <strong>de</strong> esa belleza tan célebre? Pero a<strong>de</strong>más yo he tenido el honor <strong>de</strong> verla<br />

varias veces en la corte.<br />

—<strong>La</strong> pobre señorita se aburre mucho aquí —añadió el carpintero—; se pasa la vida con sus pájaros.<br />

Esta mañana acaba <strong>de</strong> mandar comprar unos hermosos naranjos plantados por or<strong>de</strong>n suya a la entrada <strong>de</strong><br />

la torre, bajo su ventana; si no fuera por la cornisa podría verlos.<br />

Esta respuesta encerraba palabras preciosas para Fabricio: halló una manera oportuna <strong>de</strong> dar algún<br />

dinero al carpintero.<br />

—Estoy cometiendo dos faltas a la vez —le dijo el hombre—: hablar a Vuestra Excelencia y recibir<br />

dinero. Pasado mañana, cuando vuelva a colocar la mampara, traeré un pájaro en el bolsillo, y si no estoy<br />

solo, haré como que se me escapa; si puedo, hasta le traeré un libro <strong>de</strong> oraciones: <strong>de</strong>be <strong>de</strong> sufrir mucho<br />

no pudiendo rezar sus oficios.<br />

«Resulta pues —se dijo Fabricio cuando se quedó solo— que esos pájaros son suyos, pero <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

dos días ya no los veré.» Esta i<strong>de</strong>a le puso en los ojos un matiz <strong>de</strong> tristeza. Pero por fin, con inefable<br />

alegría suya, al cabo <strong>de</strong> una larga espera y <strong>de</strong> incesante mirar, a eso <strong>de</strong>l mediodía salió Clelia a echar <strong>de</strong><br />

comer a los pájaros. Fabricio se quedó estático y sin respiración, <strong>de</strong> pie y pegado a los enormes barrotes<br />

<strong>de</strong> su ventana. Observó que no alzaba los ojos hacia él; pero sus movimientos tenían un aire inquieto,

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