La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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XIII<br />
Todas las i<strong>de</strong>as serias cayeron en olvido a la aparición imprevista <strong>de</strong> aquella seductora criatura.<br />
Fabricio comenzó a vivir en Bolonia con la más alegre y absoluta <strong>de</strong>spreocupación. Esta ingenua<br />
ten<strong>de</strong>ncia a gozar satisfecho todo lo que llenaba su vida presente, trascendía en las cartas <strong>de</strong> Fabricio a la<br />
duquesa, hasta tal punto, que ésta lo notó con cierta irritación. Apenas si Fabricio lo advirtió; se limitó a<br />
anotar en signos abreviados sobre el cuadrante <strong>de</strong> su reloj [1] : Cuando escribo a la D., no <strong>de</strong>cir nunca<br />
«cuando yo era prelado, cuando yo era hombre <strong>de</strong> iglesia»; esto la enoja. Había comprado dos<br />
caballitos <strong>de</strong> los que estaba muy satisfecho: los enganchaba a una calesa <strong>de</strong> alquiler cada vez que<br />
Marietta quería ir a ver a alguien en uno <strong>de</strong> esos lugares encantadores <strong>de</strong> las cercanías <strong>de</strong> Bolonia; casi<br />
todas las tar<strong>de</strong>s la llevaba a la Cascada <strong>de</strong>l Reno. A la vuelta, se <strong>de</strong>tenía en casa <strong>de</strong>l simpático<br />
Crescentini, que se creía un poco el padre <strong>de</strong> Marietta.<br />
«¡Diantre!, si es ésta la vida <strong>de</strong> café que me parecía tan ridícula para un hombre <strong>de</strong> cierto mérito, hice<br />
mal en rechazarla», se <strong>de</strong>cía Fabricio. Olvidaba que no iba nunca al café más que para leer Le<br />
Constitutionnel, y que, completamente <strong>de</strong>sconocido para las gentes <strong>de</strong> Bolonia, los goces <strong>de</strong> la vanidad<br />
no tenían parte alguna en su felicidad presente. Cuando no estaba con Marietta, se le podía encontrar en<br />
el Observatorio don<strong>de</strong> seguía un curso <strong>de</strong> Astronomía; el profesor le había tomado mucho afecto, y<br />
Fabricio le prestaba sus caballos el domingo para ir a lucirse con su mujer al Corso <strong>de</strong> la Montagnola.<br />
Era incapaz <strong>de</strong> hacer <strong>de</strong>sgraciado a nadie por poco estimable que fuera. <strong>La</strong> Marietta no quería en<br />
modo alguno que viese a la vieja; pero un día en que ésta se hallaba en la iglesia, Fabricio subió a casa<br />
<strong>de</strong> la mamacia, que rugió <strong>de</strong> ira al verle entrar. «Es el momento <strong>de</strong> hacer el Del Dongo», se dijo nuestro<br />
héroe.<br />
—¿Cuánto gana al mes la Marietta cuando está contratada? —exclamó con el aire con que un joven<br />
parisiense que se respeta entra en un palco <strong>de</strong>l Bouffes.<br />
—Cincuenta escudos.<br />
—Mientes, como siempre; di la verdad, ¡como hay Dios que no recibirás un céntimo!<br />
—Bueno, ganaba veintidós escudos en nuestra compañía <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, cuando tuvimos la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong><br />
conocerle; yo ganaba doce escudos, y dábamos cada una a nuestro protector, Giletti, la tercera parte <strong>de</strong><br />
nuestros salarios. A cuenta <strong>de</strong> esto, Giletti hacía todos los meses a Marietta un regalo que valdría unos<br />
dos escudos.<br />
—Sigues mintiendo; no cobrabas más que cuatro escudos. Pero si eres buena con Marietta, te contrato<br />
como si fuese un empresario; todos los meses recibirás doce escudos para ti y veintidós para ella; pero<br />
si le llego a ver los ojos enrojecidos, me <strong>de</strong>claro en quiebra.<br />
—Se las da <strong>de</strong> generoso; pues bien, su generosidad nos arruina —respondió furiosa la vieja—;<br />
salimos perdiendo l'avviamento (la parroquia). Cuando tengamos la enorme <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> vernos<br />
privadas <strong>de</strong> la protección <strong>de</strong> Vuestra Excelencia, ya no nos conocerá ninguna compañía, y todas estarán<br />
completas; no conseguiremos contrato, y por culpa suya nos moriremos <strong>de</strong> hambre.<br />
—Vete al diablo —dijo Fabricio marchándose.<br />
—No me iré al diablo, infame impío, sino sencillamente a la comisaría, que sabrá por mi boca que es<br />
usted un monsignore que ha colgado los hábitos, y que el nombre <strong>de</strong> José Bossi le pertenece tanto como a<br />
mí.