La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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pasos, pero, sin ningún a<strong>de</strong>mán excesivo, se vio <strong>de</strong>tenido, en la puerta principal, por aquellos hombres <strong>de</strong><br />
traza sospechosa que protegían a su rival, y cuando <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos llegó a la calle, sólo vio cerrarse la<br />
portezuela <strong>de</strong> un vehículo <strong>de</strong> menguada apariencia que, por un contraste extraño, iba tirado por dos<br />
caballos excelentes, y en un momento <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> su vista el carruaje. Volvió a casa ja<strong>de</strong>ante <strong>de</strong> furia.<br />
No tardaron en llegar sus observadores, y le comunicaron fríamente que aquel día, el amante misterioso,<br />
disfrazado <strong>de</strong> cura, se había arrodillado con mucha <strong>de</strong>voción muy pegado a la tumba que está a la entrada<br />
<strong>de</strong> una capilla oscura <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong> San Juan. <strong>La</strong> Fausta había permanecido en la iglesia hasta que se<br />
quedó casi <strong>de</strong>sierta, y entonces cambió rápidamente ciertas señas con aquel <strong>de</strong>sconocido, hizo con las<br />
manos algo así como cruces. M*** corrió a casa <strong>de</strong> la infiel, que por primera vez no pudo ocultar su<br />
turbación; con la falsa ingenuidad <strong>de</strong> una mujer apasionada, contó que, como <strong>de</strong> costumbre, había ido a<br />
San Juan, pero que no había visto a aquel hombre que la perseguía. Al oír estas palabras, M***, fuera <strong>de</strong><br />
sí, la trató como a la más vil <strong>de</strong> las criaturas y le dijo cuanto había visto él mismo; y como la audacia <strong>de</strong><br />
las mentiras iba creciendo a medida <strong>de</strong> la vivacidad <strong>de</strong> las acusaciones, M*** echó mano al puñal y se<br />
precipitó hacia ella. <strong>La</strong> Fausta le dijo con mucha calma:<br />
—Pues bien, todo eso <strong>de</strong> que se queja es la pura verdad, pero he procurado ocultársela para apartar<br />
su audacia <strong>de</strong> proyectos <strong>de</strong> venganza que pue<strong>de</strong>n per<strong>de</strong>rnos a los dos. Pues ha <strong>de</strong> saber <strong>de</strong> una vez que,<br />
por lo que yo sé, el hombre que me persigue con sus atenciones es <strong>de</strong> condición tal como para no hallar<br />
obstáculos, a su voluntad, al menos en este país.<br />
Después <strong>de</strong> recordar muy hábilmente que, al fin y al cabo, M*** no tenía ningún <strong>de</strong>recho sobre ella,<br />
la Fausta acabó por <strong>de</strong>cir que probablemente no iría más a la iglesia <strong>de</strong> San Juan. Como M*** estaba<br />
perdidamente enamorado y acaso en el corazón <strong>de</strong> aquella mujer se unió a la pru<strong>de</strong>ncia un poquito <strong>de</strong><br />
coquetería, el con<strong>de</strong> se sintió <strong>de</strong>sarmado. Pensó en abandonar <strong>Parma</strong>; el príncipe here<strong>de</strong>ro, por muy<br />
po<strong>de</strong>roso que fuera, no podría seguirle, y si le seguía no sería ya más que un igual suyo. Pero el orgullo<br />
tornó a hacerle ver que esta partida parecería siempre una huida, y el con<strong>de</strong> M*** se resistió a pensar en<br />
ella.<br />
«No sospecha la presencia <strong>de</strong> mi Fabricito —se dijo entusiasmada la cantante—, y ahora podremos<br />
burlarnos <strong>de</strong> él <strong>de</strong> una manera <strong>de</strong>liciosa.»<br />
Fabricio no adivinó su suerte; al hallar al día siguiente cerradas con cuidado las ventanas <strong>de</strong> la<br />
cantante y al no verla en parte alguna, el pasatiempo comenzó a parecerle largo. Sentía remordimiento.<br />
«¡En qué situación pongo a ese pobre con<strong>de</strong> Mosca, siendo como es ministro <strong>de</strong> policía! Le creerán<br />
cómplice mío, y resultará que habré venido yo a este país a cortar su fortuna. Pero si abandono una<br />
empresa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tanto tiempo proseguida, ¿qué dirá la duquesa cuando le cuente mis ensayos <strong>de</strong><br />
amor?»<br />
Una tar<strong>de</strong> que, dispuesto a abandonar la partida, se hacía estas consi<strong>de</strong>raciones <strong>de</strong>ambulando bajo los<br />
gran<strong>de</strong>s árboles que separan el palacio <strong>de</strong> la Fausta <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la, observó que le seguía un espía <strong>de</strong><br />
muy baja estatura. En vano quiso <strong>de</strong>spistarle dando vueltas por diversas calles: aquel ser microscópico<br />
no se <strong>de</strong>spegaba <strong>de</strong> sus pasos. Ya impaciente, se internó en una calle solitaria situada a la orilla <strong>de</strong>l<br />
<strong>Parma</strong> y en la que estaban emboscados sus guardianes. A una señal suya, se arrojaron sobre el pobre y<br />
menguado espía, que cayó <strong>de</strong> rodillas a sus pies. Era la Bettina, doncella <strong>de</strong> la Fausta. Al cabo <strong>de</strong> tres<br />
días <strong>de</strong> aburrimiento y <strong>de</strong> reclusión, se disfrazó <strong>de</strong> hombre para escapar <strong>de</strong>l puñal <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> M***, que<br />
inspiraba gran miedo a su ama y a ella, y acometió la empresa <strong>de</strong> acercarse a Fabricio para <strong>de</strong>cirle que la