La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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XXVIII<br />
Arrastrados por los acontecimientos, no hemos tenido tiempo <strong>de</strong> esbozar la raza cómica <strong>de</strong><br />
cortesanos que pululan en la corte <strong>de</strong> <strong>Parma</strong> y hacían curiosos comentarios sobre estos acontecimientos<br />
por nosotros referidos. En este país, lo que hace a un noble con sus tres o cuatro mil libras <strong>de</strong> renta digno<br />
<strong>de</strong> asistir con medias negras a la ceremonia <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la cama el príncipe, es en primer término no haber<br />
leído a Voltaire y a Rousseau. Esta condición es poco difícil <strong>de</strong> cumplir. Luego había que saber hablar<br />
enterneciéndose <strong>de</strong>l catarro <strong>de</strong>l soberano o <strong>de</strong> la última caja <strong>de</strong> mineralogía que éste había recibido <strong>de</strong><br />
Sajonia. Si <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esto no se faltaba a misa ni un solo día <strong>de</strong>l año, si el individuo podía contar entre<br />
sus amigos íntimos dos o tres frailes gordos, el príncipe se dignaba dirigirle la palabra una vez al año,<br />
quince días antes o quince días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l primero <strong>de</strong> enero, lo que daba al favorecido gran relieve en<br />
su parroquia, y el recaudador <strong>de</strong> contribuciones no se atrevía <strong>de</strong>masiado a vejarle si se retrasaba en la<br />
cantidad anual <strong>de</strong> cien francos con que estaban gravadas sus pequeñas propieda<strong>de</strong>s.<br />
Gonzo era un pobre tipo <strong>de</strong> esta clase, <strong>de</strong> alto linaje, que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> poseer una pequeña hacienda,<br />
había conseguido por influencia <strong>de</strong>l marqués Crescenzi un empleo magnífico que le valía mil ciento<br />
cincuenta francos anuales. Este hombre hubiera podido comer en su propia casa, pero tenía una pasión:<br />
sólo estaba a gusto y era feliz cuando se hallaba en el salón <strong>de</strong> algún gran personaje que le dijera <strong>de</strong> vez<br />
en cuando:<br />
—Cállate, Gonzo, eres un estúpido.<br />
Este juicio era dictado por el mal humor, pues Gonzo tenía casi siempre tanto ingenio como el gran<br />
personaje. Hablaba <strong>de</strong> todo y con bastante gracia; a<strong>de</strong>más, estaba siempre dispuesto a cambiar <strong>de</strong><br />
opinión a un simple gesto <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong> la casa. A <strong>de</strong>cir verdad, aunque muy hábil para sus intereses, no<br />
tenía ni una i<strong>de</strong>a en la cabeza, y cuando el príncipe no estaba acatarrado, se veía a veces muy apurado en<br />
el momento <strong>de</strong> entrar en un salón.<br />
Lo que a Gonzo le había valido fama en <strong>Parma</strong> era un magnífico tricornio, guarnecido con una pluma<br />
negra, un poco lacia, que se ponía incluso con el frac; mas había que ver la manera como llevaba aquella<br />
pluma, ya en la cabeza, ya en la mano; en esto radicaba su talento y su importancia. Se informaba con<br />
verda<strong>de</strong>ra ansiedad <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> salud <strong>de</strong>l perrillo <strong>de</strong> la marquesa, y si hubiera surgido un incendio en<br />
el palacio Crescenzi, habría expuesto su vida para salvar uno <strong>de</strong> aquellos magníficos sillones <strong>de</strong> brocado<br />
<strong>de</strong> oro en los que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tantos años, se enganchaba su pantalón <strong>de</strong> seda negra cuando por<br />
casualidad osaba sentarse un momento en ellos.<br />
Siete u ocho personajes <strong>de</strong> esta especie llegaban todos los días a las siete al salón <strong>de</strong> la marquesa<br />
Crescenzi. Apenas sentados, un lacayo, suntuosamente vestido, con una librea color pajizo llena <strong>de</strong><br />
galones <strong>de</strong> plata, lo mismo que la casaca roja que completaba la magnificencia <strong>de</strong>l atuendo, se acercaba a<br />
tomar los sombreros y los bastones <strong>de</strong> aquellos pobres diablos. Le seguía inmediatamente un camarero<br />
con una taza <strong>de</strong> café sumamente pequeña sostenida por un pie <strong>de</strong> filigrana <strong>de</strong> plata, y cada media hora, un<br />
mayordomo con espadín y un magnífico uniforme a la francesa venía a ofrecerles helados.<br />
Media hora <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los pequeños cortesanos mal vestidos, llegaban cinco o seis oficiales<br />
hablando alto, con un aire muy marcial y discutiendo habitualmente sobre el número y la clase <strong>de</strong> botones<br />
que <strong>de</strong>be llevar el uniforme <strong>de</strong>l soldado para que el general en jefe pueda obtener victorias. No habría<br />
sido pru<strong>de</strong>nte citar en el salón un diario francés, pues aun cuando la noticia pudiera ser agradable —por