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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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cuando, a las doce y media <strong>de</strong> la noche, oyó entrar el carruaje <strong>de</strong>l general; conocía el paso <strong>de</strong> sus<br />

caballos. ¡Qué enorme su alegría cuando, a los pocos minutos <strong>de</strong> haber oído al general atravesar la<br />

explanada y a los centinelas presentarle armas, sintió agitarse la cuerda que no había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> sostener<br />

arrollada al brazo!<br />

Notó cómo ataban un gran peso a la cuerda; dos pequeñas sacudidas le dieron la señal <strong>de</strong> retirarla. Le<br />

costó bastante trabajo pasar aquel bulto por una cornisa muy saliente que había bajo la ventana.<br />

Aquel objeto que tan difícil le fue subir era una garrafa llena <strong>de</strong> agua y envuelta en un chal. ¡Con qué<br />

<strong>de</strong>licia el pobre mozo que llevaba tantos meses en una soledad tan completa cubrió <strong>de</strong> besos aquel chal!<br />

Pero renunciaremos a pintar su emoción cuando, al cabo <strong>de</strong> tantos días <strong>de</strong> vanas esperanzas, por fin<br />

<strong>de</strong>scubrió un trocito <strong>de</strong> papel prendido al chal con un alfiler.<br />

No beba más que esta agua; aliméntese <strong>de</strong> chocolate; mañana haré lo imposible por<br />

enviarle pan; lo marcaré con unas crucecitas trazadas con tinta. Es horrible <strong>de</strong>cirlo, pero es<br />

necesario que lo sepa: quizá Barbone está encargado <strong>de</strong> envenenarle. ¿Cómo no se ha dado<br />

cuenta <strong>de</strong> que el tema que trata en su carta a lápiz es lo más propio para <strong>de</strong>sagradarme? De no<br />

ser por el peligro extremo que nos amenaza, no le escribiría. Acabo <strong>de</strong> ver a la duquesa; está<br />

bien, lo mismo que el con<strong>de</strong>, pero muy <strong>de</strong>lgada. No me escriba sobre ese tema: ¿le gustaría que<br />

me enfadara?<br />

Escribir la penúltima línea <strong>de</strong> esta carta fue un gran esfuerzo <strong>de</strong> virtud por parte <strong>de</strong> Clelia. Todo el<br />

mundo <strong>de</strong>cía, en la sociedad <strong>de</strong> la corte, que la Sanseverina iba tomando mucha amistad al con<strong>de</strong> Baldi,<br />

aquel mozo tan apuesto, antiguo amigo <strong>de</strong> la marquesa Raversi. Lo indudable era que él había roto<br />

escandalosamente con esta marquesa que, durante seis años, le sirviera <strong>de</strong> madre y le introdujera en el<br />

gran mundo.<br />

Clelia había tenido que volver a empezar esta esquela escrita a toda prisa, porque en la primera<br />

redacción traslucía algo <strong>de</strong> los nuevos amores que la malevolencia pública atribuía a la duquesa.<br />

«¡Qué bajeza por mi parte —exclamó— hablar mal a Fabricio <strong>de</strong> la mujer a quien ama…!»<br />

A la madrugada <strong>de</strong>l día siguiente, bastante antes <strong>de</strong> amanecer, entró Grillo en la celda <strong>de</strong> Fabricio,<br />

<strong>de</strong>jó un paquete bastante pesado y <strong>de</strong>sapareció sin <strong>de</strong>cir palabra. Este paquete contenía un pan bastante<br />

grueso, <strong>de</strong>corado con muchas crucecillas trazadas a pluma. Fabricio las cubrió <strong>de</strong> besos: estaba<br />

enamorado. Junto al pan, había un rollo envuelto en muchos papeles; contenía seis mil francos en cequíes;<br />

Fabricio encontró por último un precioso breviario completamente nuevo; una mano que él comenzaba a<br />

conocer había trazado estas palabras en el margen:<br />

¡El veneno! Cuidado con el agua, con el vino, con todo; vivir <strong>de</strong> chocolate; procurar hacer<br />

comer al perro la comida sin tocarla; no hay que mostrar <strong>de</strong>sconfianza, porque el enemigo<br />

buscaría otro medio. ¡Nada <strong>de</strong> impru<strong>de</strong>ncias, por Dios, nada <strong>de</strong> ligerezas!<br />

Fabricio se apresuró a arrancar estos caracteres queridos que podían comprometer a Clelia y a<br />

romper gran número <strong>de</strong> hojas <strong>de</strong> breviario, con ayuda <strong>de</strong> las cuales hizo varios alfabetos. Trazó<br />

cuidadosamente cada letra con carbón machacado y diluido en vino. Estos alfabetos estaban ya secos

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