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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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pensó que el <strong>de</strong>stierro era cosa irremediable.<br />

No había llegado solo a Milán; llevaba en su carruaje al duque Sanseverina–Taxis, un lindo<br />

viejecillo <strong>de</strong> sesenta y ocho años, gris y rizoso el pelo, muy correcto, muy atildado, inmensamente rico,<br />

pero no lo bastante noble. Fue su abuelo, no más lejos, quien amasó millones en el oficio <strong>de</strong> arrendatario<br />

general <strong>de</strong> las rentas <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>. Su padre logró que le nombraran embajador <strong>de</strong>l príncipe <strong>de</strong><br />

<strong>Parma</strong> en la corte <strong>de</strong> ***, como resultado <strong>de</strong>l siguiente razonamiento: «Vuestra Alteza otorga treinta mil<br />

francos a su enviado en la corte <strong>de</strong> ***, el cual hace en la misma una figura muy mediocre. Si Vuestra<br />

Alteza se digna conce<strong>de</strong>rme ese cargo, aceptaré seis mil francos <strong>de</strong> honorarios. Mis gastos en la corte <strong>de</strong><br />

*** no rebasarán nunca los cien mil francos anuales, y mi administrador enviará cada año veinte mil<br />

francos a la caja <strong>de</strong> Asuntos Exteriores <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>. Con esta cantidad, se podrá enviar a mi lado al<br />

secretario <strong>de</strong> embajada que se quiera, y yo no mostraré nunca empeño por conocer los secretos<br />

diplomáticos, si los hay. Mi objeto es dar lustre a mi casa, todavía nueva, y enaltecerla con uno <strong>de</strong> los<br />

gran<strong>de</strong>s cargos <strong>de</strong>l país».<br />

El duque actual, hijo <strong>de</strong> este embajador, cometió la torpeza <strong>de</strong> mostrarse semiliberal, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía<br />

dos años estaba <strong>de</strong>sesperado. En tiempos <strong>de</strong> Napoleón perdió dos o tres millones por su obstinación en<br />

permanecer en el extranjero, y, no obstante, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el restablecimiento <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n en Europa, no pudo<br />

conseguir cierto gran cordón que <strong>de</strong>coraba el retrato <strong>de</strong> su padre; la falta <strong>de</strong> esta insignia le hacía<br />

langui<strong>de</strong>cer.<br />

En el punto <strong>de</strong> intimidad que, en Italia, sigue el amor, no había ya lugar a ninguna objeción <strong>de</strong> vanidad<br />

entre los dos amantes. Fue, pues, perfectamente sencillo el tono con que el con<strong>de</strong> Mosca dijo a la mujer<br />

que adoraba:<br />

—Tengo dos o tres planes <strong>de</strong> conducta que ofrecerle, todos bien combinados; no pienso en otra cosa<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tres meses.<br />

»1.° Presento la dimisión y vivimos como unos buenos burgueses en Milán, en Florencia, en Nápoles,<br />

don<strong>de</strong> usted quiera. Tenemos quince mil libras <strong>de</strong> renta, in<strong>de</strong>pendientemente <strong>de</strong> los beneficios <strong>de</strong>l<br />

príncipe, que durarán más o menos.<br />

»2.° Se digna venir al país en que yo puedo algo, compra una finca, Sacca, por ejemplo, con una casa<br />

encantadora, en medio <strong>de</strong> un bosque que domina el curso <strong>de</strong>l Po; <strong>de</strong> aquí a ocho días pue<strong>de</strong> tener firmado<br />

el contrato <strong>de</strong> venta. El príncipe la incorporará a su corte. Pero aquí surge una inmensa objeción. Será<br />

bien recibida en esa corte. A nadie se le ocurrirá rechistar ante mí; por otra parte, la princesa se cree<br />

<strong>de</strong>sgraciada, y acabo <strong>de</strong> hacerle algunos servicios a intención <strong>de</strong> usted, pero recordaré una objeción<br />

capital: el príncipe es muy <strong>de</strong>voto, y, como usted sabe, la fatalidad quiere que yo sea casado. De aquí se<br />

<strong>de</strong>duce una serie <strong>de</strong> inconvenientes <strong>de</strong> <strong>de</strong>talles. Usted es viuda, un bonito título que convendría cambiar<br />

por otro, y éste es el objeto <strong>de</strong> mi tercera proposición.<br />

»3.° Se podría hallar un nuevo marido menos incómodo. Pero, en primer lugar, habría que encontrarle<br />

<strong>de</strong> edad avanzada, pues ¿por qué había usted <strong>de</strong> negarme la esperanza <strong>de</strong> reemplazarle algún día? Pues<br />

bien, he arreglado este asunto singular con el duque Sanseverina–Taxis, que, naturalmente, ignora el<br />

nombre <strong>de</strong> la futura duquesa. Lo único que sabe es que le hará embajador y le dará la gran con<strong>de</strong>coración<br />

que ostentaba su padre y que no tenerla le hace el más infortunado <strong>de</strong> los mortales. Fuera <strong>de</strong> esto, el<br />

duque en cuestión no es <strong>de</strong>masiado imbécil; encarga a París sus trajes y sus pelucas. No es en modo<br />

alguno un hombre <strong>de</strong> malda<strong>de</strong>s premeditadas; cree en serio que el honor consiste en poseer esa<br />

con<strong>de</strong>coración y se avergüenza <strong>de</strong> su fortuna. Hace un año vino a proponerme fundar un hospital para

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