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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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sea tan magnífico como audaz fue su partida. En cuanto al gran criminal que está a tu lado,<br />

espero hacerle juzgar por doce jueces llamados <strong>de</strong> todos los distritos <strong>de</strong> este estado. Mas, para<br />

que ese monstruo sea castigado como merece, es necesario en primer término que yo pueda<br />

hacer pajaritas con la primera sentencia, si es que existe.<br />

El con<strong>de</strong> volvió a abrir la carta.<br />

Hay otro asunto: acabo <strong>de</strong> mandar distribuir cartuchos a los dos batallones <strong>de</strong> la guardia; voy a<br />

batirme y a merecer a mi gusto el sobrenombre <strong>de</strong> cruel con que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tanto tiempo me han<br />

obsequiado los liberales. Esa vieja momia <strong>de</strong>l general P*** ha tenido la osadía <strong>de</strong> hablar en el<br />

cuartel <strong>de</strong> entrar en tratos con el pueblo medio amotinado. Te escribo en mitad <strong>de</strong> la calle; voy a<br />

palacio, don<strong>de</strong> no entrarán si no es pasando sobre mi cadáver. ¡Adiós! Si muero, será adorándote a<br />

pesar <strong>de</strong> todo, como he vivido. No olvi<strong>de</strong>s mandar recoger trescientos mil francos <strong>de</strong>positados a tu<br />

nombre en la casa D***, <strong>de</strong> Lyon.<br />

Aquí tenemos a ese pobre diablo <strong>de</strong> Rassi, pálido como la muerte y sin peluca; ¡no pue<strong>de</strong>s<br />

imaginarte qué cara! El pueblo está empeñado en ahorcarle; eso sería hacerle víctima <strong>de</strong> una<br />

sinrazón: merece ser <strong>de</strong>scuartizado. Venía a refugiarse a mi palacio y ha corrido <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí en la<br />

calle; no sé qué hacer… No quiero llevarle al palacio <strong>de</strong>l príncipe, porque sería orientar la revuelta<br />

hacia esa parte.<br />

F*** verá si le quiero; mis primeras palabras a Rassi fueron: «Necesito la sentencia contra el<br />

señor Del Dongo, y todas las copias <strong>de</strong> la misma que pueda tener; y diga a todos esos jueces inicuos,<br />

causantes <strong>de</strong> esta sublevación, que mandaré ahorcarlos a todos, lo mismo que a usted, mi querido<br />

amigo, si dicen una palabra <strong>de</strong> esa sentencia, la cual no ha existido jamás». En nombre <strong>de</strong> Fabricio<br />

envío una compañía <strong>de</strong> grana<strong>de</strong>ros al arzobispo. ¡Adiós, ángel mío!; van a quemar mi palacio y<br />

per<strong>de</strong>ré los preciosos retratos que tengo suyos. Corro a palacio para hacer <strong>de</strong>stituir a ese infame<br />

general P***, que está haciendo <strong>de</strong> las suyas; adula vilmente al pueblo como en otro tiempo adulaba<br />

al difunto príncipe. Todos estos generales tienen un miedo tremendo; creo que voy a hacer que me<br />

nombren general en jefe.<br />

<strong>La</strong> duquesa tuvo la perspicacia <strong>de</strong> no mandar que <strong>de</strong>spertaran a Fabricio. Sentía por el con<strong>de</strong> un<br />

arrebato <strong>de</strong> admiración que se parecía mucho al amor. «Bien pensado —se dijo—, <strong>de</strong>bo casarme con<br />

él.» Se lo escribió así inmediatamente, y mandó la carta por uno <strong>de</strong> sus servidores. Aquella noche, la<br />

duquesa no tuvo tiempo <strong>de</strong> sentirse <strong>de</strong>sgraciada.<br />

Al día siguiente, a eso <strong>de</strong>l mediodía, vio una barca tripulada por diez remeros que hendían<br />

rápidamente las aguas <strong>de</strong>l lago; no tardaron Fabricio y ella en distinguir un hombre con la librea <strong>de</strong>l<br />

príncipe <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>: era en efecto uno <strong>de</strong> sus correos, el cual, antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la barca, gritó a la<br />

duquesa:<br />

—¡El motín ha quedado dominado!<br />

Aquel correo le traía varias cartas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, una admirable <strong>de</strong> la princesa y un documento <strong>de</strong>l<br />

príncipe Ranucio Ernesto V, en pergamino, nombrándola duquesa <strong>de</strong> San Giovanni y mayordoma mayor<br />

<strong>de</strong> la princesa viuda. El nuevo soberano, docto en mineralogía y al que ella creía imbécil, había tenido la

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