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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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la comidilla y el asombro <strong>de</strong> la corte. Todo esto sugirió al príncipe una i<strong>de</strong>a.<br />

Había un simple soldado <strong>de</strong> su guardia que soportaba el vino <strong>de</strong> manera admirable; se pasaba la vida<br />

en la taberna y daba cuenta <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>l elemento militar directamente al soberano. Carlone no sabía<br />

escribir, a no ser por lo cual habría ascendido tiempo hacía. Tenía la consigna <strong>de</strong> estar todos los días en<br />

palacio cuando el reloj principal daba las doce <strong>de</strong> la mañana. El príncipe acudió en persona, un poco<br />

antes <strong>de</strong>l mediodía, a disponer <strong>de</strong> cierto modo la persiana <strong>de</strong> un entresuelo que daba a la estancia en que<br />

se vestía Su Alteza. Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar las doce, tornó al mismo entresuelo y halló en él al soldado. El<br />

príncipe llevaba en el bolsillo una hoja <strong>de</strong> papel y una escribanía, y dictó al soldado la carta siguiente [3] :<br />

Vuestra Excelencia tiene mucho talento, y seguramente <strong>de</strong>bemos a su sagacidad el ver el<br />

país tan bien gobernado. Pero, mi querido con<strong>de</strong>, éxitos tan notables no <strong>de</strong>jan nunca <strong>de</strong><br />

suscitar alguna envidia, y mucho me temo que la gente se ría un poco a costa suya, si su<br />

sagacidad no adivina que cierto mancebo ha tenido la fortuna <strong>de</strong> inspirar, acaso sin quererlo,<br />

un amor <strong>de</strong> los más singulares. Ese feliz mortal no tiene, según dicen, más que veintitrés años,<br />

y lo que complica la cuestión, querido con<strong>de</strong>, es que usted y yo tenemos mucho más <strong>de</strong>l doble<br />

<strong>de</strong> esa edad. Por la noche, a cierta distancia, el con<strong>de</strong> es encantador, vivaz, hombre <strong>de</strong><br />

ingenio, con todos los atractivos posibles; pero por la mañana, en la intimidad, bien miradas<br />

las cosas, el recién llegado <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser más seductor. Ahora bien, nosotras, las mujeres,<br />

gustamos mucho <strong>de</strong> esa lozanía juvenil, sobre todo cuando hemos pasado <strong>de</strong> los treinta. ¿Pues<br />

no se habla ya <strong>de</strong> fijar en nuestra corte a ese seductor adolescente mediante algún buen<br />

cargo?¿ Y cuál es la persona que más a menudo habla <strong>de</strong> esto a Vuestra Excelencia?<br />

El príncipe cogió la carta y dio dos escudos al soldado.<br />

—Aquí tienes tu paga —le dijo muy serio—; o un silencio absoluto con todo el mundo, o el calabozo<br />

más profundo y más húmedo <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la.<br />

El príncipe tenía en su escritorio una colección <strong>de</strong> sobres con las direcciones <strong>de</strong> la mayor parte <strong>de</strong><br />

las personas <strong>de</strong> su corte, escritos por el mismo soldado que pasaba por no saber escribir, y que no<br />

escribía ni siquiera sus informes policíacos. El príncipe eligió el que necesitaba.<br />

Al cabo <strong>de</strong> unas horas, el con<strong>de</strong> Mosca recibió una carta por correo; se había calculado la hora en<br />

que podría llegar, y cuando el cartero, al que habían visto entrar con una carta en la mano, salió <strong>de</strong>l<br />

palacio <strong>de</strong>l ministerio, Mosca fue llamado a presencia <strong>de</strong> Su Alteza. Nunca se vio al favorito dominado<br />

por tan negra tristeza; para saborearla mejor, el príncipe exclamó al verle:<br />

—Necesito expansionarme charlando <strong>de</strong> cosas indiferentes con el amigo, y no <strong>de</strong>spachar con el<br />

ministro. Esta tar<strong>de</strong> me duele horriblemente la cabeza, y a<strong>de</strong>más se me ocurren i<strong>de</strong>as tristes.<br />

Huelga <strong>de</strong>cir el humor abominable que pa<strong>de</strong>cía el primer ministro, con<strong>de</strong> Mosca <strong>de</strong> la Rovere,<br />

cuando le fue permitido <strong>de</strong>jar a su augusto señor. Ranucio Ernesto IV era sumamente hábil en el arte <strong>de</strong><br />

torturar un corazón, y yo podría traer aquí, sin <strong>de</strong>masiada injusticia, la comparación <strong>de</strong>l tigre que gusta <strong>de</strong><br />

jugar con su presa.<br />

El con<strong>de</strong> se hizo conducir a su casa al galope; gritó, sin <strong>de</strong>tenerse, que no permitieran pasar a nadie,<br />

mandó <strong>de</strong>cir al auditor <strong>de</strong> servicio que le <strong>de</strong>jara libre (un ser humano al alcance <strong>de</strong> su voz le resultaba<br />

insoportable) y se apresuró a encerrarse en la gran galería <strong>de</strong> pinturas. Una vez allí, pudo al fin

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