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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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príncipe si él, Mosca, no hubiera cometido la torpeza <strong>de</strong> querer evitar una tontería escrita por el<br />

soberano.<br />

Des<strong>de</strong> medianoche, la duquesa, escoltada por unos hombres armados hasta los dientes, <strong>de</strong>ambulaba<br />

en un profundo silencio ante los muros <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la [1] . No podía permanecer quieta en un sitio, y<br />

pensaba que tendría que combatir para librar a Fabricio <strong>de</strong> los hombres que le perseguirían. Su fogosa<br />

imaginación había tomado innumerables precauciones, <strong>de</strong>masiado largas <strong>de</strong> <strong>de</strong>tallar aquí y <strong>de</strong> una<br />

increíble impru<strong>de</strong>ncia. Se ha calculado que aquella noche estaban preparados más <strong>de</strong> ochenta agentes a la<br />

espera <strong>de</strong> batirse por algo extraordinario. Por fortuna, Ferrante y Ludovico se hallaban al frente <strong>de</strong> todo<br />

aquello, y el ministro <strong>de</strong> Policía no era hostil a la empresa; pero el con<strong>de</strong> mismo observó que nadie<br />

traicionó a la duquesa y que él no supo nada como ministro.<br />

<strong>La</strong> duquesa perdió <strong>de</strong>l todo la cabeza al ver a Fabricio; le estrechaba convulsa entre sus brazos; luego<br />

se asustó terriblemente al verle cubierto <strong>de</strong> sangre; era sólo la sangre <strong>de</strong> sus manos, pero ella le creyó<br />

peligrosamente herido. Con ayuda <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus criados, se puso a <strong>de</strong>snudarle para vendarle; pero<br />

Ludovico, que por fortuna se encontraba presente, metió sin contemplaciones a la duquesa y a Fabricio en<br />

uno <strong>de</strong> los pequeños carruajes que esperaban ocultos en un parque cercano a la puerta <strong>de</strong> la ciudad, y<br />

partieron a toda velocidad para cruzar el Po cerca <strong>de</strong> Sacca. Ferrante, con veinte hombres bien armados,<br />

cubría la retirada y había prometido por su cabeza <strong>de</strong>tener a los posibles perseguidores. El con<strong>de</strong>, solo y<br />

a pie, no abandonó los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la hasta dos horas más tar<strong>de</strong>, cuando se convenció <strong>de</strong><br />

que no se producía el menor movimiento. «Heme aquí incurso en alta traición», se <strong>de</strong>cía ebrio <strong>de</strong><br />

contento.<br />

Ludovico tuvo la excelente i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> meter en un coche a un joven cirujano perteneciente a la casa <strong>de</strong> la<br />

duquesa y que se parecía bastante a Fabricio.<br />

—Huya en dirección a Bolonia —le dijo—; condúzcase con la mayor torpeza, para que le <strong>de</strong>tengan;<br />

aturúllese en las respuestas y confiese por fin que es Fabricio <strong>de</strong>l Dongo. Sobre todo, procure ganar<br />

tiempo. Ponga habilidad en conducirse torpemente; pagará con un mes <strong>de</strong> prisión, y la señora le dará<br />

cincuenta cequíes.<br />

—¿Quién piensa en el dinero cuando se trata <strong>de</strong> servir a la señora?<br />

Partió y fue <strong>de</strong>tenido pasadas unas horas, lo que causó una alegría muy divertida a Fabio Conti y a<br />

Rassi, que veía alejarse su baronía al alejarse el peligro <strong>de</strong> Fabricio.<br />

<strong>La</strong> evasión no fue conocida en la ciuda<strong>de</strong>la hasta eso <strong>de</strong> las seis <strong>de</strong> la mañana, y hasta las diez no se<br />

atrevieron a comunicársela al príncipe. <strong>La</strong> duquesa había sido tan bien servida, que a pesar <strong>de</strong>l profundo<br />

sueño <strong>de</strong> Fabricio, que ella tomaba por un <strong>de</strong>svanecimiento mortal, lo que la movió a mandar <strong>de</strong>tener el<br />

coche por tres veces, al dar las cuatro <strong>de</strong> la mañana pasaban el Po en una barca. En la orilla izquierda<br />

esperaban relevos; caminaron dos leguas más con extraordinaria rapi<strong>de</strong>z; luego hubieron <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerse<br />

más <strong>de</strong> una hora para el examen <strong>de</strong> los pasaportes. <strong>La</strong> duquesa los llevaba <strong>de</strong> todas clases para ella y<br />

para Fabricio; pero como aquel día no estaba en su juicio, tuvo la singular ocurrencia <strong>de</strong> dar diez<br />

napoleones al funcionario <strong>de</strong> la policía austríaca y <strong>de</strong> cogerle la mano con lágrimas en los ojos. El<br />

funcionario, muy asustado, tornó a un examen minucioso. Tomaron la posta. <strong>La</strong> duquesa pagaba <strong>de</strong><br />

manera tan extravagante que iba suscitando sospechas por doquier en aquel país don<strong>de</strong> todo extranjero<br />

resultaba sospechoso. Ludovico acudió <strong>de</strong> nuevo en su ayuda diciendo que la señora duquesa estaba loca<br />

<strong>de</strong> dolor a causa <strong>de</strong> la fiebre continua <strong>de</strong>l joven con<strong>de</strong> Mosca, hijo <strong>de</strong>l primer ministro <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, al que

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