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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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—Te aseguro —<strong>de</strong>cía a la duquesa— que el con<strong>de</strong> Mosca me tiene antipatía.<br />

—Peor para Su Excelencia —contestó Gina con cierta irritación.<br />

No era éste el verda<strong>de</strong>ro motivo <strong>de</strong> inquietud que había borrado la alegría <strong>de</strong> Fabricio. «<strong>La</strong> posición<br />

en que el azar me coloca es insostenible —se <strong>de</strong>cía—. Estoy completamente seguro <strong>de</strong> que ella no<br />

hablará jamás: una palabra explícita la horrorizaría como un incesto. Pero si una noche <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una<br />

jornada impru<strong>de</strong>nte y loca, se le ocurre hacer examen <strong>de</strong> conciencia; si piensa que he podido adivinar la<br />

inclinación que parece tomarme, ¿qué papel será el mío a sus ojos?: exactamente el <strong>de</strong>l casto Giuseppe<br />

(proverbio italiano que alu<strong>de</strong> al papel ridículo <strong>de</strong> José con la mujer <strong>de</strong>l eunuco Putifar).<br />

»¿Dar a enten<strong>de</strong>r con una bonita confi<strong>de</strong>ncia que no soy capaz <strong>de</strong> amor serio?; no poseo el suficiente<br />

dominio para enunciar este hecho <strong>de</strong> modo que no se parezca como dos gotas <strong>de</strong> agua a una<br />

impertinencia. Sólo me queda el recurso <strong>de</strong> una gran pasión <strong>de</strong>jada en Nápoles; en este caso, volver a<br />

esta ciudad por veinticuatro horas; es una solución pru<strong>de</strong>nte, pero, ¿vale la pena? Quedaría aún un amorío<br />

<strong>de</strong> ínfima clase en <strong>Parma</strong>; esto podría disgustarla; pero sobre todo es preferible al horrible papel <strong>de</strong>l<br />

hombre que no quiere adivinar. Esta última solución podría, ciertamente, comprometer mi porvenir;<br />

habría que atenuar el peligro a fuerza <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia y comprando la discreción.» Lo más cruel en medio<br />

<strong>de</strong> todos estos pensamientos era que Fabricio quería realmente a la duquesa mucho más que a nadie en el<br />

mundo. «¡Hay que ser muy torpe —se <strong>de</strong>cía con rabia— para temer hasta tal punto no po<strong>de</strong>r convencer <strong>de</strong><br />

lo que es tan cierto!» <strong>La</strong> falta <strong>de</strong> habilidad para salir <strong>de</strong> aquella posición le puso taciturno y disgustado.<br />

«¿Qué sería <strong>de</strong> mí, Dios santo, si tuviera que romper con la única persona <strong>de</strong>l mundo que me inspira<br />

un afecto apasionado?» Por otra parte, Fabricio no podía <strong>de</strong>cidirse a malograr una felicidad tan <strong>de</strong>liciosa<br />

con unas palabras indiscretas. ¡Había tantos encantos en su posición! ¡Era tan dulce la amistad íntima <strong>de</strong><br />

una mujer tan encantadora, tan bonita, tan dulce! Atendiendo a otros aspectos más vulgares <strong>de</strong> la vida, ¡su<br />

protección le procuraba una posición tan agradable en aquella corte cuyas gran<strong>de</strong>s intrigas, gracias a ella<br />

que se las explicaba, le divertían como una comedia! «Pero en cualquier momento pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarme un<br />

rayo —se <strong>de</strong>cía—. Si esas veladas tan tiernas, tan alegres, pasadas casi a solas con una mujer tan<br />

incitante, vinieran a parar a algo mejor, creería hallar en mí un amante; me exigiría arrebatos, locuras, y<br />

yo seguiría sin po<strong>de</strong>r ofrecerle más que un afecto vivísimo, pero sin amor; la naturaleza me ha privado <strong>de</strong><br />

este género <strong>de</strong> locura sublime. ¡Cuántos reproches he tenido que soportar por esto! Todavía me parece<br />

estar oyendo a la duquesa <strong>de</strong> A***, ¡y yo me reía <strong>de</strong> la duquesa! Creería que me faltaba amor por ella,<br />

cuando es el amor el que me falta a mí; no querrá nunca compren<strong>de</strong>rme. Muchas veces, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />

esas anécdotas <strong>de</strong> la corte que ella cuenta con esa gracia loca que sólo ella posee en el mundo, muy<br />

necesaria a<strong>de</strong>más para mi instrucción, le beso las manos y a veces la mejilla. ¿Qué voy a hacer si esta<br />

mano aprieta la mía <strong>de</strong> cierto modo?»<br />

Fabricio frecuentaba las casas más importantes y menos alegres <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>. Dirigido por los hábiles<br />

consejos <strong>de</strong> la duquesa, hacía la corte sabiamente a los dos príncipes, padre e hijo, a la princesa Clara<br />

Paolina y a monseñor el arzobispo. Los éxitos que cosechaba no le consolaban <strong>de</strong>l miedo horrible <strong>de</strong><br />

enemistarse con la duquesa.<br />

[1] Otro episodio autobiográfico: <strong>Stendhal</strong> alivia en parte el plúmbeo aburrimiento <strong>de</strong> su consulado en<br />

Civitavecchia practicando, guiado por Donato Bucci, su único amigo allí, el <strong>de</strong>porte <strong>de</strong> las excavaciones.

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