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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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la boca, se colocan en el suelo en posición vertical y se extien<strong>de</strong> <strong>de</strong> uno a otro un reguero <strong>de</strong> pólvora; se<br />

los coloca en tres líneas como un batallón, en número <strong>de</strong> doscientos o trescientos, en algún lugar próximo<br />

al trayecto que <strong>de</strong>be recorrer la procesión. Cuando se acerca el Santo Sacramento, se encien<strong>de</strong> la traca y<br />

comienza un tiroteo <strong>de</strong> sucesivos estallidos, un seco traqueteo muy <strong>de</strong>sigual y muy ridículo; las mujeres<br />

enloquecen <strong>de</strong> alegría. Nada tan alegre como el ruido <strong>de</strong> los mortaretti oído <strong>de</strong> lejos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el lago, y<br />

atenuado por el suave oleaje <strong>de</strong> las aguas. Este ruido singular, que tantas veces había sido la alegría <strong>de</strong><br />

su infancia, disipó las i<strong>de</strong>as, un poco <strong>de</strong>masiado serias, que embargaban a nuestro héroe. Fue a buscar el<br />

gran anteojo astronómico <strong>de</strong>l abate y reconoció a la mayor parte <strong>de</strong> los hombres y <strong>de</strong> las mujeres que<br />

figuraban en la procesión. Muchas <strong>de</strong> las encantadoras mocitas que Fabricio había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> once a doce<br />

años eran ahora mujeres soberbias, en la flor <strong>de</strong> la más vigorosa juventud; hicieron renacer el valor <strong>de</strong><br />

nuestro héroe y, por hablarlas, habría <strong>de</strong>safiado a los gendarmes.<br />

Pasada la procesión y ya entrada en la iglesia por una puerta lateral que Fabricio no podía ver, el<br />

calor no tardó en ser terrible hasta en lo alto <strong>de</strong>l campanario. Los habitantes tornaron a sus casas, y se<br />

hizo un gran silencio en todo el pueblo. Varias barcas recogieron a los al<strong>de</strong>anos que volvían a Belagio, a<br />

Menagio y a otros pueblos situados a orillas <strong>de</strong>l lago. Fabricio oía el ruido <strong>de</strong> los remos: este <strong>de</strong>talle tan<br />

sencillo le extasiaba; su alegría actual estaba hecha <strong>de</strong> todo el <strong>de</strong>sagrado, <strong>de</strong> todo el <strong>de</strong>sasosiego que le<br />

producía la complicada vida <strong>de</strong> las cortes. ¡Qué dichoso habría sido en aquel momento recorriendo una<br />

legua por aquel lago tan tranquilo y que tan bien reflejaba la profundidad <strong>de</strong>l cielo! Oyó abrir la puerta<br />

<strong>de</strong>l pie <strong>de</strong>l campanario: era la vieja criada <strong>de</strong>l abate Blanès con una gran cesta; le costó muchísimo<br />

trabajo contenerse para no bajar a hablarle. «Me quiere tanto cómo su amo —se <strong>de</strong>cía—, y a<strong>de</strong>más me<br />

marcho esta noche a las nueve; ¿no había <strong>de</strong> guardar siquiera unas horas el secreto que me jurara? Pero<br />

—prosiguió Fabricio— disgustaría a mi amigo, y acaso le comprometiera con los gendarmes.» Y <strong>de</strong>jó<br />

partir a Ghita sin hablarle. Comió muy bien y luego se acomodó para dormir unos minutos: no se <strong>de</strong>spertó<br />

hasta las ocho y media; el cura Blanès le sacudía el brazo; era <strong>de</strong> noche.<br />

Blanès estaba muy cansado; tenía cincuenta años más que la víspera. Ya no habló <strong>de</strong> cosas serias,<br />

sentado en su sillón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, le <strong>de</strong>cía a Fabricio: «Abrázame». Le estrechó varias veces en sus brazos.<br />

«En la muerte —dijo al fin— que va a terminar esta vida tan larga, no habrá nada tan penoso como esta<br />

separación. Tengo unos ahorros que <strong>de</strong>jaré en <strong>de</strong>pósito a Ghita, con or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> usar <strong>de</strong> ellos para sus<br />

necesida<strong>de</strong>s, pero <strong>de</strong> entregarte lo que reste si alguna vez vienes a pedírselo. <strong>La</strong> conozco: <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

esta recomendación, es capaz, por economizar para ti, <strong>de</strong> no comprarse carne ni siquiera cuatro veces al<br />

año si no le das tú ór<strong>de</strong>nes bien terminantes. Pue<strong>de</strong>s verte en la miseria, y el óbolo <strong>de</strong>l viejo amigo te<br />

vendrá bien. No esperes <strong>de</strong> tu hermano más que procedimientos atroces, y procura ganar dinero en un<br />

trabajo que te haga útil a la sociedad. Preveo tormentas extraordinarias: ¡es posible que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

cincuenta años ya no se quieran personas ociosas! Tu madre y tu tía pue<strong>de</strong>n faltarte, y tus hermanas tienen<br />

que obe<strong>de</strong>cer a sus maridos… ¡Vete, vete, huye!», exclamó Blanès muy apurado; acababa <strong>de</strong> oír en el<br />

reloj un ruidito que anunciaba las campanadas <strong>de</strong> las diez y no quiso ni siquiera permitir a Fabricio que<br />

le abrazara por última vez.<br />

—¡Date prisa, date prisa! —le gritó—; tardarás lo menos un minuto en bajar la escalera; ten cuidado<br />

<strong>de</strong> no caerte: sería un presagio horrible.<br />

Fabricio se precipitó a la escalera, y al llegar a la plaza echó a correr. Apenas había llegado al<br />

castillo <strong>de</strong> su padre, cuando la campana dio las diez; cada campanada repercutía en su pecho y le

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