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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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consigo, para precipitar el puente <strong>de</strong> hierro en el patio, a una profundidad <strong>de</strong> más <strong>de</strong> cien pies; tomada<br />

esta sencilla precaución, como no había otra escalera en toda la ciuda<strong>de</strong>la, y como todas las noches a las<br />

doce un ayudante llevaba las cuerdas <strong>de</strong> todos los pozos al palacio <strong>de</strong>l gobernador y las encerraba en un<br />

gabinete comunicado sólo con su habitación, quedaba completamente inaccesible en su palacio, y hubiera<br />

sido igualmente imposible para nadie llegar a la torre Farnesio. Esto lo había observado perfectamente<br />

Fabricio el día en que entró en la ciuda<strong>de</strong>la, y Grillo, que, como todos los carceleros, gustaba <strong>de</strong> alabar<br />

su prisión, se lo había explicado varias veces. No tenía, pues, la menor esperanza <strong>de</strong> fugarse. No<br />

obstante, recordaba una máxima <strong>de</strong>l abate Blanès:<br />

El amante piensa más a menudo en llegar a su amada que el marido en guardar a su mujer;<br />

el preso piensa más a menudo en escaparse que el carcelero en cerrarle las puertas; por<br />

consiguiente, por gran<strong>de</strong>s que sean los obstáculos, el amante y el preso tienen que lograr su<br />

empeño.<br />

Aquella noche Fabricio oía muy claramente gran cantidad <strong>de</strong> hombres pasando por el puente <strong>de</strong><br />

hierro, llamado el puente <strong>de</strong>l esclavo, porque en otros tiempos un esclavo dálmata había conseguido<br />

escaparse empujando al patio al centinela <strong>de</strong>l puente.<br />

«Vienen a buscar a alguien, quizá a mí para llevarme a la horca; pero pue<strong>de</strong> que se produzca un<br />

disturbio, y habrá que procurar aprovecharlo.» Ya había tomado sus armas y retirado el oro <strong>de</strong> algunos<br />

<strong>de</strong> sus escondrijos, cuando <strong>de</strong> pronto se paró.<br />

«El hombre es un animal curioso —exclamó—, hay que reconocerlo. ¿Qué diría un espectador<br />

invisible viendo mis preparativos? ¿Es que acaso quiero fugarme? ¿Qué iba a hacer al día siguiente <strong>de</strong><br />

estar <strong>de</strong> nuevo en <strong>Parma</strong>? ¿Acaso no haría todo lo humanamente posible para volver cerca <strong>de</strong> Clelia? Si<br />

se produce algún barullo, aprovechémosle para colarme en el palacio <strong>de</strong>l gobernador; acaso podré hablar<br />

a Clelia, acaso me atreva, al amparo <strong>de</strong>l barullo, a besarle la mano. El general Fabio Conti, muy<br />

<strong>de</strong>sconfiado por naturaleza y no menos vanidoso, pone cinco centinelas para guardar su palacio, uno en<br />

cada esquina <strong>de</strong>l edificio y el otro en la puerta <strong>de</strong> entrada, mas, por fortuna, la noche es muy oscura.»<br />

Fabricio se acercó a paso <strong>de</strong> lobo a ver lo que hacían Grillo y su perro; el carcelero dormía<br />

profundamente en una piel <strong>de</strong> buey suspendida por cuatro cuerdas y ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> una burda red; el perro<br />

Fox abrió los ojos, se levantó y avanzó suavemente hacia Fabricio para acariciarle.<br />

Nuestro preso subió rápidamente los seis peldaños que conducían a su celda <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra; el ruido iba<br />

siendo tan fuerte al pie <strong>de</strong> la torre Farnesio y justamente ante la puerta, que pensó que Grillo podría muy<br />

bien <strong>de</strong>spertarse. Fabricio, armado <strong>de</strong> todas sus armas, dispuesto a entrar en acción, se creía <strong>de</strong>stinado<br />

aquella noche a las más gran<strong>de</strong>s aventuras, cuando <strong>de</strong> pronto oyó iniciar la más bella sinfonía <strong>de</strong>l mundo:<br />

era una serenata <strong>de</strong>dicada al general y a su hija. Le acometió un <strong>de</strong>satinado acceso <strong>de</strong> risa. «¡Y yo que ya<br />

me veía repartiendo cuchilladas!; ¡como si una serenata no fuese una cosa infinitamente más corriente que<br />

un rapto que requiere ochenta personas, o que una sublevación!» <strong>La</strong> música era excelente y le pareció<br />

<strong>de</strong>liciosa a Fabricio, cuya alma no había gozado <strong>de</strong> ninguna distracción durante tantas semanas; le hizo<br />

verter lágrimas muy dulces; era tal su embeleso, que dirigía los discursos más irresistibles a la hermosa<br />

Clelia. Pero al día siguiente, al mediodía, la vio tan sombríamente melancólica, estaba tan pálida, le<br />

dirigía miradas que trasuntaban a veces tanto enojo, que no se sintió autorizado para preguntarle nada

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