As “Maletas” - Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia

Tres voces proletarias coruñesas
manos le arrastró fuera del raíl. Ya entonces incorporose exclamando amargamente:
Me hizo usted un gran daño. Tengo necesidad de morir y vino usted a estorbarme; pero
no importa, ya vendrá otro tren y exigiré sitio donde no me importune nadie.
- Pero hombre, ¿qué le pasa a usted? Si por grandes que sean las contrariedades de la
vida no se debe nunca apelar a semejante extremo.
- Pásame lo más malo que puede pasarle a persona alguna- y refiriole su angustiada
situación.
- Eso es, no nos bastaba a los desheredados dedicar toda nuestra vida a labrar la
felicidad de los privilegiados, sino que aún se arroja al pudridero a los excedentes!
Pues bien; usted, como todos los humanos, tiene derecho a la vida, y mientras haya
acaparados productos que a todos corresponden, debe procurárselos. Cuando la
vida peligra no hay medios ilícitos con tal de salvarla. Y después de todo lo menos
que puede hacer un hombre cuando se decide a tan desesperada determinación, es
llevar consigo al culpable de su ruina. ¡Ah! Ya vería usted como si se repitiesen las
pruebas se andarían con más cuidado para no arrojar a nadie en brazos de la miseria.
Y además, ¿usted qué conseguiría con su intento? ¿Comerían mañana sus hijos?
¿Cesarían de sufrir privaciones en adelante? Cálmese usted y razone serenamente
para convenir conmigo que es una cobardía impropia de hombres y un egoísmo
impropio de padres tal medida. La iniquidad social pone a los hombres en estos
trances, pues la derecha es rebelarse contra ella en cualquier forma con tal que
tenga eficacia, no eliminarse jamás, que revela una pobreza de espíritu que justifica
ciertamente la tiranía que sufrimos.
- Tiene usted razón- contestó, con acento de ira, y se alejó rápidamente en dirección
a la ciudad.
En el teatro debe estar ese villano –iba diciendo para sí-; yo le encontraré y vendrá
conmigo a la muerte como un perro ¡vaya si vendrá! Ya que él me mata a mí, yo le
mataré a él y quedamos en paz. ¡Ojo por ojo y diente por diente!
De pronto vio venir un coche y sus ojos brillaron con siniestra satisfacción. ¡El del
diputado! ¡El! –exclamó- y lanzándose a la portezuela sin ser visto por el cochero,
abalanzándose al personaje que lo ocupaba oprimiéndole fuertemente el pescuezo con
ambas manos. Ante tan brutal e inesperada acometida, ni defenderse ni gritar pudo el
agredido, pero conoció enseguida al agresor y comprendió el motivo que le impulsaba.
No me mate usted –dijo al instante con apagada voz- le reprondré en su destino
enseguida. Y nuestro hombre aflojó las manos como movido por un resorte. ¿Para qué
había de estrangularlo si reparaba su daño?
NALGURES · TOMO VI · AÑO 2010 173