As “Maletas” - Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia

Tres voces proletarias coruñesas
que había hecho decir de ella a un ilustrado personaje que “hasta las piedras producía
trigo”. Sus vinos, sobre todos sus vinos, eran conocidos como superiores en todos los
ámbitos de la tierra y de luengas regiones como del propio país eran solicitados como
tónicos y reconstituyentes poderosos, amén de sabrosos y exquisitos.
Y sin embargo de esta riqueza natural y de la frugalidad de los obreros del campo,
por doloroso contraste, que con dos raciones de gazpacho al día tienen lo suficiente,
cada invierno el hambre llegaba con su fatídica visita a amenizar aquellas gentes de su
natural fuertes y robustas, aunque enjutas y escuálidas como vivientes esqueletos que
riñen a diario tremendas batallas con la miseria, con el hambre, que fiera e implacable
como corazón de burgués les diezmaba.
Y todos los años también aquellos hijos del trabajo bajaban de la tierra abandonando
sus guaridas, sus covachas, que no casas eran sus moradas, cual hacen para venir a
ganar el jornal, el irrisorio, el sarcástico jornal de sesenta céntimos por interminable
jornada, y reuníanse en calles y plazas, silenciosamente muy quedos, o el plomo de
los bandidos guardianes les acribillaba, para pedir un poco de pan o trabajo en que
romperse el cuerpo a ganarlo, porque allá arriba, en la sierra, en el valle, en el pueblo
mismo, sus hijitos no tienen que comer.
Algunas veces se amotinaban, es decir, quejábanse en voz alta, y entonces los
mercenarios matachines se encargaban de ahuyentarlos a tiros y a sablazos para que
los usurpadores del sudor de tanto desdichado pudiesen hacer la digestión pausada y
tranquilamente, y salvo algún que otro pan nadie más que ellos se volvía a acordar de
tanta desventura.
Pero las cosas no siempre sucedieron así, y un invierno surgió una salvadora comitiva
que cundió como el reguero de pólvora. En un bosque cercano al pueblo más importante
de la campiña, enclavado casi en el centro de la comarca, diéronse cita una centena o
poco más de los obreros más radicales y decididos de aquellos contornos, acordando
tomar por la fuerza lo que de grado no se les concedía, y marchando cada cual en
distinta dirección a poner el hecho en conocimiento de los demás. El acuerdo consistía
en que, caminando aislados y sigilosamente, se reuniesen por grupos más o menos
numerosos, según el contingente que cada cual pudiera alcanzar, en los almacenes
de grano, tiendas de comestibles y bazares de ropas, así de vestir como de cama,
previamente enumeradas, y simultáneamente las asaltasen, apropiándose de cuantos
productos les fuere posible, hasta vaciarlos, y retirándose cada cual con su carga hacia
su respectivo domicilio. Todo ello ejecutado rápidamente y con el mayor silencio a
fin de no alarmar al vecindario y los perros de presa de la burguesía no les estorbasen.
Y así lo hicieron, tan ordenada y hábilmente que los burgueses sólo se dieron cuenta de
ello al abrir sus tiendas por la mañana y hallarlas exhaustas de géneros, cuando ya los
trasnochadores se habían retirado de los garitos y los vigilantes nocturnos dormitaban
NALGURES · TOMO VI · AÑO 2010 175