As “Maletas” - Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia

Carlos Pereira Martínez y Ana Romero Masiá
Como en el juego de ajedrez, allí están, los peones delante, con órdenes severas, no
pueden retroceder porque antes deben morir; las figuras detrás, graduadas, escalonadas,
con un medio de acción más desenvuelto y una plana mayor al acecho. Obedece todo
a un plan ingenioso en que el cálculo numérico interviene, revelándose en órdenes que
se traducen en movimientos.
Mas ahora viene la desemejanza: en el juego de ajedrez se busca un mate, aquí no, pues
las piezas principales se salvan siempre; no hacen más que jaquearse.
Hasta aquí podéis imaginaros cómo piensan los reyes, los príncipes, los generales, los
truhanes; todo es un juego para ellos; ¿Qué les importa [falta texto] trabajo, la ciencia,
el amor al prójimo, la armonía, el respeto, lo sublime, lo bello, lo natural? Esas cosas
no sirven más que para un melifluo sport con que la boca juega; tienen madre, hijos,
hermanos, quereres y concepciones, sin otra aplicación que la del voraz carnívoro que
satisfaciendo su animalidad, lo tiene todo.
Y el pueblo sucumbe, y el pueblo tiene ojos, pero no ve; oídos, pero no oye; lo
atenazan, grita, pero se lo llevan, lo conducen al matadero; allí ve lo que le espera,
sufre en silencio, hace lo que le repugna, recordando o maldiciendo al dios que cree
que lo hizo lo mismo para el bien que para el mal y en aquel fatalismo se yergue,
olvidando todo, jurando venderse caro a los que llama sus enemigos y en los cuales
jamás pensó hasta aquel momento en que le dijeron “esos son”. Y eran, sí; eran otros
hombres, como él trabajadores, como él desgraciados, sin más capacidad que la de su
contrario, impregnados de idéntico fatalismo, quizá diferenciado por una teología más
o menos enrevesada.
Allí están preparados; son 500.000 de cada bando. UN MILLÓN de hombres entre
todos; en su quietismo, el frío glacial entumecía sus miembros, pero ahora, al prepararse
a la batalla, la corriente nerviosa empieza a funcionar.
Los sonidos de las trompas de la barbarie hienden los aires, luego las bombas van
y vienen, describiendo mil trayectorias, caen, revientan, destruyen, incendian. La
hecatombe principia; las masas de hombres avanzan, el proyectil las horada, abriendo
surcos de carne desgajada al azar; los hombres rugen, los caballos se encabritan, los
heridos se desangran, se estremecen; el terror va en crescendo, la embriaguez sangrienta
domina, los guerreros se matan con furor; ha desaparecido el instinto de conservación,
la fiereza insaciable siembra horrores; entre la lluvia mortífera, el vaivén continúa
durante horas y horas, día y noche, bajo el frío manejo del estratégico, monstruo que
con figura humana vive para la destrucción y a costa de los pueblos.
El último contorno del cuadro es el asalto al arma blanca, la carga de caballería. Los
bárbaros se acometen cual chacales, se clavan, rajan, golpean, trituran, saltan, pisotean.
La locura infernal, dantesca, es indescriptible.
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NALGURES · TOMO VI · AÑO 2010