As “Maletas” - Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia

Carlos Pereira Martínez y Ana Romero Masiá
ateridos en los quicios de las puertas, surtiéndose de víveres cuantos han querido y
habían menester, sin que más que tres o cuatro serenos se les opusieran, a los cuales
ataron los pies, las manos y la boca convenientemente. Como ellos decían, discurriendo
lógicamente: si nos revolucionamos y hacemos una que sea sonada, nos acribillan;
poseen la fuerza que da el moderno armamento y nada práctico conseguiremos porque
nos estorbarán; si nos humillamos rebajamos nuestra dignidad, amén de que se nos
hace objeto de burlas y chacota; y sin embargo, el comer no espera, es apremiante y
hay que decidirse; pues la derecha es que habiendo productos almacenados, que al fin
y al cabo nosotros hemos arrancado de la tierra, nos los apropiemos pero en forma que
no puedan impedírnoslo.
Al darse cuenta del hecho las autoridades echaron la tropa a la calle y tomaron
mil precauciones, pero ya era tarde; los hambrientos hallábanse ya en sus casas
preparándose a reparar sus cuerpos por dentro y por fuera y no había el menor asomo
de alteración del orden. Hiciéronse varias prisiones, pero como no sabían realmente de
dónde había partido la cosa, no tenían jefes a quienes acusar ni persona alguna en que
pudiesen sospechar por su significación, hubo el juez de ponerles en libertad por falta
de pruebas. Un poco trigo, un poco jamón y unas mantas más o menos flamantes que
cada cual tuviese en su casa son cosa corriente y no dan pie a proceso alguno. Por otra
parte los perjudicados no apretaron nada, porque faltos de confianza en los guardianes
temían una represalia que, como el saqueo, no pudiesen evitar, si se mostraban
interesados en el proceso. Quien hace un cesto hace un ciento, decían, y se hicieron
el sueco después de los primeros días de alarma, dedicándose, eso sí, a surtirse de
nuevo unos y a preparar sembrados otros, desplegando todos gran actividad, con lo
cual los braceros hallaron trabajo en abundancia y conjuraron el hambre, que era su
azote periódico, y no sólo de aquel año sino de los siguientes, y esta es la fecha en que
no volvió a repetirse ni se repetirá, pues los acaparadores procurarán oportunamente
aligerar sus graneros concurriendo al mercado ante el temor de una segunda edición,
por lo cual cultivan todo el terreno que pueden y dan con este motivo trabajo a los
jornaleros y no hacen encarecer abusivamente los productos.
Pues que ¿no era un contrasentido intolerable que en un país rico naturalmente se
padeciera hambre? Aquellos campesinos así lo han comprendido y han sabido, que
esto es lo mejor, ponerle remedio, siquiera sea de momento.
J.S. (Germinal, 1-4-1905. Ano II, nº 18).
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NALGURES · TOMO VI · AÑO 2010