As “Maletas” - Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia

Carlos Pereira Martínez y Ana Romero Masiá
inmediaciones de un palacio, y no con la mecha apagada, porque ese procedimiento
nos ha ridiculizado, la encenderemos, y cuando reviente que lo haga, aunque sea en
el momento que pase la más augusta majestad; luego viene la finalidad de nuestro
medio: registros, honores, cruces, persecuciones, allanamientos, ascensos, premios,
nombradía, todo para nosotros que sabemos prepararlo, comerlo y guisarlo.
¿Que somos unos canallas, unos miserables, unos criminales peores que los bandidos
más fieros, verdugos de nuestros semejantes, entes que se gozan en hacer padecer la
virtud y la inocencia, la sinceridad y la franqueza, la dignidad y el pundonor? Sea;
nos place ser así; contamos con amos que nos azuzan y si por el atavismo que nos
inculcan somos malos, ahora seremos peores que perros rabiosos. Es nuestra codicia
ser amables con los cínicos, cínicos con los humildes.
Así puede expresarse una buena parte de la más rebotada de las policías, la de
Barcelona, que sin poder invocar principio alguno legal está cometiendo desde hace
varios años desafueros inauditos, hoy recrudecidos con motivo de la preparación de
una nueva farsa.
Y es un joven el destinado al sacrificio, a quien amenazan continuamente por diferentes
medios los infames Tresols, Memento, Moreno y Pozzi, agentes de un sistema que
busca por el terror justificación a sus mal fraguadas invenciones.
Picoret es el joven mártir que firma horrorizado ante la amenaza de repetir con él los
tormentos de Montjuich; que ante el secuestro, emparedamiento e incomunicación
inacabable, después de comprobar su inocencia, observa que toda la ponzoña de
aquellos malvados quiere clavarse en él para perderle en la edad más agradable de la
vida y siente escalofríos, distráese su razón porque recuerda las precedentes tragedias,
y declara, embriagado por enajenante brebaje, pócima que tienen preparada para
apagar su sed, lo que los verdugos quieren; su cuerpo flaquea, la voluntad obedece ante
el instinto de conservación; parece que lo han magnetizado y es juguete de aquellos
demoníacos hombres revestidos de autoridad para evitar desmanes, conflictos,
conspiraciones, malos tratos, irrespetuosidades, alevosías, robos, en fin, toda acción
repugnante o perjudicial a los intereses del orden social capitalista; y nada de eso hace,
porque toda esa infinidad de delitos, producto del ambiente, son nada al lado de las
horripilantes escenas que en las tenebrosidades de oscuros calabozos ellos ejecutan.
La piedra que cae y aplasta al choque de un tren que tritura y desgaja seres, por terrible
que sea, no puede compararse al padecer lento que origina la malignidad que se recrea
en forjar tormentos y atrocidades inconcebibles que empiezan por un martirio moral
que ocasiona la incertidumbre de no saber con quien va a habérselas uno, si con
inquisidores o árbitros de una justicia fundada por la relativa civilización moderna
para corregir las delincuencias.
L. (Germinal, 28-8-1905. Ano II, nº 25).
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NALGURES · TOMO VI · AÑO 2010