As “Maletas” - Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia

Carlos Pereira Martínez y Ana Romero Masiá
Presa de bien distintas cavilaciones, pero afectados por la misma escena, ninguno de
los dos pudo conciliar el sueño. ¿Me engañaría aquel mal hombre? –pensaba Enrique,
y daba vueltas en su mente a todo lo sucedido desde su cesantía y comentaba y hacía
cábalas de mil diversas especies. ¡Cualquiera tiene su vida segura con estos tipos!
–decía el otro, repuesto del susto y de aliento-. De nada sirve para estos casos la
inmunidad parlamentaria. Yo le mandaría prender, y por más que no hay testigos le
echaría a presidio, pero en cuanto vuelva me mataría. Si ahora, movido tan sólo por
la desesperación poco le faltó, después, adiestrado y con doble motivo, no digo nada.
Mejor será cumplir mi palabra y vivir tranquilo. El otro que vuelva a la aldea, que
tiene allí acomodo, o le buscaré cualquier otro destino si lo hay, pero sin suplantar a
ninguno, ¡demonio! Que para escarmiento bastome este; de cualquier manera ahora
estoy asegurado en el distrito.
A los pocos días recibió Enrique su credencial y ocupó de nuevo su puesto, y tan
convencido de que la rebeldía brutal y agresiva es la gran panacea, que no cesa de
contar lo sucedido y propagar la ley del talión contra los tiranos de todas clases. Solo
así –dice- se pueden contener las demasías de los poderosos.
J.S. (Germinal, 4-3-1905. Ano II, nº 16).
7. CUENTOS SUBVERSIVOS. EL HAMBRE
Ante a fame e a miseria que padecen os xornaleiros polo acaparamento de produtos
e os abusivos prezos destes, Sanjurjo comenta –e recomenda aínda que sen dicilo
explicitamente- a solución tomada por un grupo de traballadores: asaltar os almacéns,
caladamente e sen manifestacións; unha lección que aprenderon os almacenistas.
Todos los años sucedía lo mismo. Unas veces por la sequía y otras por la humedad,
apenas los rigores del invierno se hacían sentir, a la miseria habitual sucedía un agudo
período de hambre atroz en toda la comarca, aunque sólo la padecían desde luego los
trabajadores, particularmente campesinos. Los ricos y gentes acomodadas atribuían
a los agentes meteorológicos, mas en realidad consistían en que ante la perspectiva
de mejores precios para los productos de la tierra, los acaparadores procuraban sus
acopios absteniéndose de concurrir al mercado, y como consecuencia elevábanse sus
precios considerablemente; además, y por la misma causa, no ocupaban jornaleros, lo
que, por otra parte entraba mal en sus cálculos por las pequeñas jornadas que en ese
tiempo podrían hacerse.
El suelo era fertilísimo, la campiña dilatada y hermosa no tenía el menor desperdicio.
Dotada de un clima espléndido y grandes condiciones fecundantes, sólo esperaba la
mano del hombre que la labrase y arrojara en los surcos la semilla para producir los
frutos con asombrosa exuberancia. Hasta tanto llegaba la fertilidad de aquella tierra
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NALGURES · TOMO VI · AÑO 2010