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Lipovetsky_La_pantalla_global

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cincuenta no tiene mucho que ver con las erupciones actuales.<br />

En otra época, en efecto, la violencia se trataba como un tema<br />

integrado en un conjunto más significativo: adolescentes rebeldes,<br />

los gángsters y la mafia, conflictos sociales, la jungla urbana.<br />

<strong>La</strong>s cosas cambiaron cuando la violencia empezó a filmarse<br />

por sí misma, cuando Sam Peckinpah enfocó el impacto de las<br />

balas que desgarraban la carne a cámara lenta en el desenfreno<br />

de Grupo salvaje, de 1969, o cuando hizo toda una película alrededor<br />

de una cabeza cortada, Quiero la cabeza de Alfredo García,<br />

de 1974. Un poco después, Coppola, en Apocalipsis Now<br />

(1979), transformó la guerra de Vietnam en una especie de ópera,<br />

un hiperespectáculo coreográfico con música de Wagner. Se<br />

pone en escena una estética y una cultura de la violencia pura:<br />

<strong>La</strong> naranja mecánica, de 1971, anuncia e inaugura esta época de<br />

la violencia en sí. El precio del poder (Scarface), de 1983, aporta<br />

el modelo y las instrucciones de uso.<br />

En el cine actual, la violencia ya no es tanto un tema como<br />

una especie de estilo y de «estética» de la película. Funciona de<br />

manera creciente como un espectáculo válido por sí mismo y<br />

que, por influencia del cine asiático, se vuelve auténtica coreografía,<br />

sin que tenga ya ningún vínculo con ninguna realidad: la<br />

heroína de Kill Bill se enfrenta durante veinte minutos al ejército<br />

de espadachines que quieren su cabeza, en un combate en<br />

que la violencia, inaudita, se presenta organizada como un ballet<br />

fantástico, totalmente ajeno a las leyes de la gravedad y la verosimilitud.<br />

<strong>La</strong> violencia vale por sí misma, una violencia que<br />

no pertenece tanto a la realidad como a la esencia de la película<br />

propiamente dicha. De ahí la importancia de su tratamiento<br />

formal: encontrar, cada vez, una manera distinta de exhibirla en<br />

primer plano para aumentar el impacto visual y emocional. <strong>La</strong><br />

sinfonía barroca que ensangrienta la <strong>pantalla</strong> de El precio del poder,<br />

la cabeza del gángster que revienta y dibuja una especie de<br />

mapa de país imaginario (Los intocables de Eliot Ness), la sangre<br />

que salta con los golpes explosivos de Jake <strong>La</strong> Motta en Toro sal-<br />

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