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vaje: la violencia se nos presenta con arte y se hace admirar. Con<br />

los riesgos que, según se dice, esto pueda entrañar para quienes,<br />

confundiendo el objeto con su representación, se crean los Asesinos<br />

natos que muestra Oliver Stone. Tema privilegiado de los<br />

teledebates: el efecto de la violencia cinematográfica en la conducta<br />

de los jóvenes.<br />

No parece que esta denuncia moral llegue al fondo del problema<br />

planteado. <strong>La</strong> violencia del cine funciona sin duda mucho<br />

más como desahogo catártico que como modelo digno de<br />

imitación. En cambio, afecta a la relación del espectador con lo<br />

que se le muestra. Vincent Amiel y Pascal Couté han subrayado<br />

con justicia que «la mayor violencia de las películas actuales (y<br />

quizá la más interesante también) es la violencia que se ejerce<br />

contra la mirada, contra su necesidad de situarse y posarse». 1 Al<br />

imponerse al margen de toda norma esperada, de todo punto<br />

fijo normativo, de todo límite racional, las imágenes se cargan<br />

de una agresividad ideada para crear un efecto de conmoción.<br />

<strong>La</strong> estética de la agresión y los puñetazos introduce al espectador<br />

en el universo de la película, le hace temblar igual delante<br />

de un dinosaurio y delante de una futura guerra de los mundos<br />

que delante del sufrimiento de los pobres de Calcuta: el mismo<br />

montaje desbocado, el mismo arropamiento sonoro, los mismos<br />

efectos especiales. <strong>La</strong> misma violencia.<br />

Perfeccionada por las nuevas posibilidades técnicas, la violencia<br />

nutre los géneros más diversos, los somete a su implacable<br />

puja. En las películas de acción, los cuerpos se metamorfosean,<br />

los superhéroes cachas se convierten en máquinas capaces<br />

de triturarlo todo: Schwarzenegger, Don Músculos, se transforma<br />

en Terminator el biónico. En el universo policíaco, la violencia<br />

seca, casi documental, despoja a los gángsters del aura romántica<br />

que les había puesto el cine de subgénero y sus Truands<br />

1. Vicent Amiel y Pascal Couté, Formes et obsessions du cinema américain<br />

contemporain, op. cit., p. 76.<br />

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